Siempre es complicado estar a la altura (del éxito) de un best seller cuando éste se traslada a la pantalla grande. Es el caso de Paula Hawkins y su novela “La Chica del Tren” (The Girl on the Train), que dejó un gran impacto por el camino desde su publicación en 2015. Hollywood no perdió el tiempo y, enseguida, adquirió los derechos para transformar esta historia cargada de misterios en un gran thriller, algo bastante parecido a lo ocurrido con “Perdida” (Gone Girl, 2014) de David Fincher, adaptada de la novela de Gillian Flynn. Lamentablemente, hay un abismo entre ambos films. Tate Taylor (“Historias Cruzadas”) y la guionista Erin Cressida Wilson no saben como crear un verdadero clima de suspenso, como contar un relato desde diferentes puntos de vista, ni como lograr que el espectador empatice con algunos de sus personajes y sus miserias. “La Chica del Tren” (The Girl on the Train, 2016) es todo lo malo que le puede pasar al género: insípida desde lo visual, predecible desde su argumento, y demasiado misógina y retrógrada para los tiempos que corren. La historia se centra en tres mujeres muy diferentes. Rachel (Emily Blunt, lo único rescatable de este lío), divorciada hace dos años y muy afecta a la bebida que, día tras día durante su viaje en tren a Nueva York, atestigua la vida de una pareja súper enamorada a través de la ventanilla. Son todo lo que ella no pudo lograr durante su matrimonio fallido y eso la obsesiona demasiado. A pocos metros de allí, está la vivienda que solía compartir con su ex marido Tom (Justin Theroux), que ahora él ocupa junto a su nueva esposa Anna (Rebecca Ferguson) y su bebé. Anna, ex amante por la cual abandonó a Rachel, es la típica ama de casa que sueña con la casita en los suburbios y la cerca blanca; sumisa, aburrida y temerosa de que Rachel venga a arruinarle su perfecta existencia. Claro que su vida no tiene nada de perfecta. Anna no tiene una carrera y pasa sus días fuera de casa dejando a la beba al cuidado de Megan (Haley Bennett), una joven con un pasado bastante convulsionado, que no tiene ninguna intención de convertirse en madre. Megan es la chica enamorada que Rachel ve todos los días, fantaseando sobre su apasionado matrimonio y lo que pueda ocurrir puertas adentro. Pero nada es perfecto en la vida de Megan, esposa de Scott (Luke Evans), un tipo bastante celoso y controlador. La película arranca contándonos el presente y pasado de estas tres mujeres desde sus propios puntos de vista. La narrativa pronto abandona este recurso (no sabemos por qué) y se estanca en una historia que, poco a poco, va perdiendo el interés en vez de mantener enganchado al espectador. Por un lado, tenemos a estas tres protagonistas y sus problemas cotidianos (el alcohol, algún que otro trauma adolescente). Por el otro, una trama de misterio que se desencadena tras la desaparición de Megan, un hecho casi anecdótico que se desprende de lo policial para caer en el melodrama. Resulta que, en uno de sus tantos viajes, Rachel ve algo que no debe ver. Una traición que saca a relucir su lado más oscuro y obsesivo, una combinación que no se lleva nada bien con sus borracheros y desmayos. Al día siguiente, despierta cubierta de sangre sin poder recordar absolutamente nada. Confusa y vigilada por la policía, está decidida a descubrir la verdad y el paradero de esa chica de la cual ni siquiera conoce su nombre. En los papeles todo esto luce muy bien, pero no es la pantalla. La trama se torna increíblemente inverosímil, tanto desde su desarrollo, como las acciones de los personajes. Así, “La Chica del Tren”, una novela interesante cargada de suspenso y temas complicados como la maternidad, el alcoholismo y las manías, se convierte en un dramón protagonizado por mujeres insulsas, traicioneras y desesperadas, que nada tiene que envidiarle a la peor telenovela mexicana. Teniendo tan buenas actrices y una premisa copada, Taylor no puede hilar una trama coherente, llena de baches y lugares comunes, que pone en el centro de la escena a tres mujeres bastante pavotas en relaciones machistas, abusivas y controladoras en pleno siglo XXI con tanta ligereza. “La Chica del Tren” molesta, no por su infinidad de errores narrativos, sino porque nos trata a los espectadores de idiotas.
Los que están familiarizados con el universo de Harry Potter (especialmente el literario), saben que los alumnos de Hogwarts tienen entre los libros de texto “Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos”, de Newt Scamander. Una guía detallada que cataloga a cada una de las criaturas del mundo mágico, cortesía de este magizoólogo que pasó gran parte de su vida recorriendo el mundo para estudiarlas. A partir de este librito, también publicado por J.K. Rowling, nos llega una nueva aventura que expande el universo del “niño que sobrevivió”, está vez alejada de la escuela de hechiceros y de Gran Bretaña, donde las leyes son bastante diferentes para los magos y brujas. Estamos a mediados de la década del veinte, Voldemort no es un nombre que cause miedo, pero Europa está siendo azotada por un hechicero bastante tenebroso: Gellert Grindelwald. Preocupados, y temiendo a las represalias de los nomaj (muggles), del otro lado del charco, en los Estados Unidos, la comunidad mágica ha tomado las medidas necesarias, pero los ecos de la persecución empiezan a resonar por las calles de Nueva York de la mano de los Second Salemers, un grupo radical convencido de la existencia de brujas en su comunidad, encabezado por Mary Lou Barebone (Samantha Morton) y sus huerfanitos adoptados. En medio de estos desmanes, y los sobreproteccionismos del MACUSA (Magical Congress of the United States of America), un joven Newt Scamander (Eddie Redmayne) arriba a la Gran Manzana con una maleta cargada de bichitos, algo que está estrictamente prohibido en esta tierra. En un descuido, se le escapa un niffler (¿un qué?), y así se desencadenan una serie de enredos y confusiones que cruzaran al mago con un nomaj llamado Jacob Kowalski (Dan Fogler) y dos simpáticas brujas, las hermanitas Porpentina (Katherine Waterston) y Queenie Goldstein (Alison Sudol). Está de más decir, que de la valija se escapan otras tantas y criaturas y Newt va a pasar gran parte de su estancia tratando de atraparlas y limpiar los desmanes que hagan por el camino. Pero los inofensivos animalitos de Scamander no son los únicos que acechan la ciudad. Hay algo más oscuro y peligroso que tiene a la presidenta del MACUSA y a su mejor Auror, Percival Graves (Colin Farrell), bastante preocupados. “Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos” (Fantastic Beasts and Where to Find Them, 2016) se mueve en estos dos universos: por un lado la locura y la extravagancia de los animales y de Newt, todo un personaje en sí mismo, amante y protector de sus criaturas. Y por el otro, los miedos de ambos lados de la sociedad (humanos y magos) que deben afrontar el surgimiento y el ataque de algo bastante oscuro. David Yates se mueve como un pez en el agua cuando se trata de llevar a la pantalla la fantasía creada por J.K. Rowling (también guionista de la película). El responsable de las últimas cuatro entregas de Harry Potter, acá puede jugar con un lienzo diferente, más basto y más adulto -sin las alborotadas hormonas adolescentes-, incorporando los mismos temas que ya conocemos, y un montón de guiños que conectan con el resto de la saga. La historia, aunque ambientada setenta años antes que la de Harry, se siente natural y coherente. Yates nos muestra una sociedad mágica muy diferente donde, por ejemplo, está prohibido que magos y nomaj formen pareja. También nos muestra un festival de imágenes y criaturas desaforado, cargado de encanto y mucho humor con personajes que no temen hacer el ridículo. Cada uno tiene su personalidad, y los actores encajan muy bien en sus zapatos. “Animales Fantásticos” no va a cambiar las reglas del género, ni traer nada nuevo. Su función es expandir un universo conocido y agregar nuevos detalles, historias y personajes que no forman parte de los libros, al menos, por ahora. La trama de Newt resulta demasiado sencilla y el cruce con la verdadera amenaza, un poco agarrado de los pelos. Igual, hay algo de coherencia en este caos, aunque se apresure demasiado en la resolución del conflicto. El director se toma demasiado tiempo para presentarnos a los personajes y un sinfín de criaturas, dejando poco espacio para la trama más interesante que, al final, resulta un tanto confusa. Pero no le podemos pedir mucho más a una película que se llama “Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos”, para eso están las secuelas que, suponemos, se adentrarán en el oscuro pasado de Grindelwald. La magia está intacta, especialmente para los fanáticos que van a celebrar cada conexión con la saga de Harry. Esos niños lectores crecieron y ahora necesitan historias con personajes adultos, más acción y, de paso, un poco más de violencia y oscuridad. Es más de lo mismo, pero con otro contexto. La idea es recompensar al fan incondicional y traer nuevos adherentes a la causa. Cinco años después del final de la franquicia… all was well.
El inglés Lee Child tiene escritas más de veinte novelas centradas en su personaje estrella: Jack Reacher. “Never Go Back” (2013) es la número dieciocho de la serie, pero su adaptación cinematográfica llega después de “One Shot” (2005), la que diera el puntapié inicial a la franquicia protagonizada por Tom Cruise en el año 2012. Aquella primera película tenía muchos puntos a favor, en especial su director y guionista Christopher McQuarrie (“Misión: Imposible - Nación Secreta). En esta oportunidad, McQuarrie le cedió el lugar a Edward Zwick –quien ya trabajó con Cruise en “El último Samurái” (The Last Samurai, 2003)- y este cambio se nota a la distancia. “Jack Reacher: Sin Regreso” (Jack Reacher: Never Go Back, 2016) atrasa. Desde su estructura, su inverosimilitud, sus incontables clichés y sus fallidas vueltas de tuerca, nos hace pensar que esta es una película de acción de la década del ochenta y no un exponente moderno del género que trata de salirse de las casillas y tratar de entregarnos algo nuevo y entretenido. A pesar de que las persecuciones, los tiros y las piñas nunca cesan, “Jack Reacher” se vuelve monótona y casi predecible desde sus comienzos. La trama no deja nada para la imaginación y obliga al espectador conformarse con lugares comunes y personajes demasiado genéricos. Jack (Cruise), ex policía militar retirado, lleva cuatro años haciendo justicia por su cuenta en colaboración con la mayor Susan Turner (Cobie Smulders), quien le ha estado ayudando desde Washington DC en sus tareas como investigador y “vigilante” a lo largo de todo el país. Reacher decide hacer un alto en la capital para conocer a su compañera, pero al llegar a la base descubre que Turner ha sido acusada de espionaje y traición, y permanece en una celda incomunicada. Como buen metiche que es, Reacher tratará de desenmascarar la verdad y tratar de limpiar el buen nombre de esta señorita, pero pronto se verá envuelto en una conspiración mucho más grande, que involucra a contratistas militares en Afganistán y algún alto mando del ejército estadounidense. Ahora, acusado de asesinato, Jack y Turner deberán escapar de prisión y encontrar a los verdaderos culpables, una carrera contrarreloj que, además de asesinos a sueldo, incluye un obstáculo inesperado: una supuesta hija adolescente de la que deberá hacerse cargo. “Jack Reacher: Sin Regreso” no presenta sorpresas ni innovación alguna. Sólo es un pretexto para el lucimiento de Cruise que quiere demostrar que todavía le dan las piernas para ser el héroe de acción. Todo bien, pero podrían haberse esmerado mucho más con una trama demasiado inverosímil para los tiempos que corren, donde no podemos creer que dos personas desarmadas logren escapar de una cárcel de máxima seguridad ultravigilada a fuerza de piñas y patadas. Zwick y el guionista John Logan le dan al espectador por su lado, ofreciendo un poco de diversión descerebrada sin mucha sustancia con un thriller militar que carece de suspenso, pero le sobran todos los lugares comunes y tropos del cine de acción más genérico de décadas pasadas.
Me pregunto si Seth Rogen y Evan Goldberg –también responsables de “Este es el Fin” (This is the end, 2013)- serían capaces de hacernos reír si les prohibieran los chistes sobre drogas y sexo. Lo más probable es que no, o por lo menos, no sabrían como manejar e incluir otros temas en sus películas. Todos los realizadores tienen sus marcas personales, pero cansa cuando los argumentos siempre giran alrededor de un par de tópicos y nada más. Ser transgresor no significa ser divertido y gracioso, y ahí está el mayor error de “La Fiesta de las Salchichas” (Sausage Party, 2016). La película animada, definitivamente no apta para niños (ni siquiera los menores de 13 como lo estipuló el INCAA), se vanagloria de ser una parodia de las aventuras de Pixar, una comedia con toques musicales llena de productos comestibles que viven una existencia placentera, esperando a que los “dioses” (los compradores) los elijan y los lleven al más allá. O sea, más allá de las puertas del supermercado Shopwell donde, creen, van a encontrar la “iluminación”. Claro que no tienen la menor idea de lo que hacen los humanos con la comida, pero Frank (Rogen), la salchicha protagonista, no ve la hora de que llegue el 4 de julio para abandonar finalmente la tienda y poder unirse al amor de su vida, Brenda (Kristen Wiig), un pan de Viena bastante mojigata. No hace falta imaginarse todos los chistes que se pueden hacer con este dúo. Además, súmenle todos los estereotipos raciales que se les ocurran de la mano de bagels, tacos y una infinidad de productos. Ojo, estas bromas no son nuevas, sólo que esta vez se trata de comestibles animados. Por esas cosas del destino, Frank y Brenda salen de sus empaques y quedan varados en la tienda, mientras sus compañeros se van felices con los compradores. Por un lado, tenemos a la parejita sorteando obstáculos y a un poderoso enemigo: una ducha vaginal que perdió la oportunidad de ir a casa con un dueño. Por el otro, al pequeño Barry (Michael Cera), una salchicha deforme y conflictuada que descubrirá la verdad e intentará volver a la tienda para alertar a sus amigos. Como verán, se parece al argumento de cualquier película para chicos, pero Rogen y compañía la saturan de chistes sexuales y fumados que, después de un rato, ya no causan tanto efecto. ¿Por qué? Porque ya los vimos en todas sus películas anteriores y, a pesar de que las referencias a la cultura pop son lo más divertido y que los personajes funcionan muy bien en el contexto, la sátira se queda por el camino y no es mucho más que una acumulación de vulgaridades que pueden sonrojar y divertir a un adolescente de hormonas alborotadas, pero no a un espectador menos predispuesto. “La Fiesta de las Salchichas” maneja ese humor tan particular de Rogen, Jonah Hill, James Franco y compañía, pero carece de la habilidad narrativa de, por ejemplo, un Judd Apatow. No molesta la transgresión ni la parodia, sino la repetición y la falta de ideas. O sea, se llama “La Fiesta de las Salchichas”…, y claro que suena a película porno de cuarta. A muchos les resultará hilarante, original y desenfadada. Para otros, una comedia subidita de tono del montón, sólo que protagonizada por embutidos animados cachondos.
Ben Affleck se copó con la idea de repartir piñas y, antes de volver a calzarse el batitraje, hace yunta con el director Gavin O'Connor (“Warrior”) para este thriller criminal lleno de acción y cuentas claras. Christian Wolff (Affleck) es un genio en cuanto a cuestiones contables se refiere y opera desde una pequeña oficina carente de glamour, la fachada ideal para esconder sus verdaderos negocios. Entre granjeros e hipotecas, el muchacho se dedica a “blanquear” el dinero de los criminales más poderosos, un trabajo que lo pone en la mira del Departamento del Tesoro, liderado por Ray King (J.K. Simmons). Los agentes trabajan a ciegas sin conocer la verdadera identidad del “contador”, pero cuando los cadáveres se empiezan a acumular, Marybeth Medina (Cynthia Addai-Robinson) –la oficial designada por Kking-, sólo tendrá que sumar uno más uno. Wolff no es un tipo normal. Padece cierto tipo de autismo que no le permite crear lazos afectivos ni socializar. Vive condicionado y regido por una rutina muy específica, pero los problemas surgen cuando se desvía de la misma y se le suelta la cadena. Todo se empieza a desbarrancar cuando Christian decide aceptar un trabajo legal para no levantar sospechas y, de paso, revisar las cuentas de una famosa compañía de robótica donde una de las empleadas, Dana Cummings (Anna Kendrick), está convencida de que existen “discrepancias” de millones de dólares. A los agentes del tesoro que le pisan los talones, ahora hay que sumar a un asesino contratado (Jon Bernthal) que va borrando los cabos sueltos de sus empleadores. Una violenta cacería que pone a Dana en peligro y a Christian al descubierto, pero éste todavía tiene varios trucos bajo la manga. “El Contador” (The Accountant, 2016) es pura acción y misterios que se van revelando a cada paso. Affleck demuestra que se puede cargar una película al hombro y, sin decir muchas palabras, convertirse en antihéroe. El problema llega con un desenlace demasiado apresurado, tal vez, y repleto de información para procesar en tan corto tiempo. La trama se enmaraña un poco y se pierdan grandes detalles. O'Connor y el guionista Bill Dubuque logran construir una narración interesante que se retroalimenta constantemente de una serie de flashback que ayudan a entender el pasado y el presente del protagonista. Pero la información sigue siendo demasiada y, en un punto, cuesta reacomodar las piezas de este enorme rompecabezas. Affleck, Bernthal y Simmons son los grandes pilares de una historia que también cuenta con pequeñas actuaciones de Jeffrey Tambor, John Lithgow y Jean Smart. Sí, un elenco impresionante para una trama entretenida llena de acción y violencia que podría ser mucho mejor si no fuera por esos pequeños tropiezos del guión. El gran problema de “El Contador” es que intenta ser más seria de lo que es y se olvida de dejarse llevar por el desenfreno. Un par de giros menos en la trama, y más minutos de Ben y Jon tirando piñas en pantalla, y sería una película de acción casi perfecta.
En el año 2014, Blumhouse Productions –responsable de franquicias de terror de bajo presupuesto como “Actividad Paranormal”, “La Noche del Demonio”, “Sinister” y “The Purge”- unió fuerzas con Hasbro para explotar otro de sus juguetes y meterlo de prepo en la trama de una nueva historia sobre casas y artefactos embrujados. “Ouija” (2014) fue un fiasco en todos los sentidos y, en vez de continuar para adelante con una secuela, los realizadores decidieron (sabiamente) hacer un borrón y cuenta nueva e ir para atrás, a los comienzos, como su título lo indica. La realidad es que “Ouija: El Origen del Mal” (Ouija: Origin of Evil, 2016) es una historia totalmente diferente que no guarda relación con su antecesora, más allá de tener en común a la famosa tablita “contactadora” de espíritus. Ahora, estamos en Los Ángeles en 1965 donde Alice Zander (Elizabeth Reaser), una joven viuda y sus dos hijas –Lina y Doris-, se dedican a contactar al más allá como forma de vida, engañando a los clientes afligidos y más susceptibles a este tipo de trucos baratos. Lo cierto es que la madre de Alice tenía un don verdadero, pero la falta de trabajo y las cuentas acumuladas obligan a su hija a seguir por este camino para mantener a su familia tras la muerte de su esposo. Todo empieza a complicarse cuando la señora decide sumar la Ouija como parte de su “acto”. El don que le fue esquivo parece haber hecho mella en su hija pequeña que, atraída por el objeto, logra contactar a varios nuevos amigos del “otro lado”, incluyendo a alguien que ella cree es su padre. Mamá Alice aprovecha y utiliza las habilidades de Doris para atraer nuevos clientes, también, con la esperanza de poder volver a conectarse con su marido. Enceguecida por esta última posibilidad no se da cuenta de ciertos cambios que está sufriendo la nena, que si son advertidos por su hermana mayor y por el Padre Tom (Henry Thomas), director de la escuela a la que asisten. No hay mucho que se pueda agregar al respecto. El director Mike Flanagan logra crear buenos climas gracias a la ambientación de la época y la actuación de sus intérpretes, sobre todo la pequeña Lulu Wilson, pero al final la trama se embarulla con demasiados giros, algunos lugares comunes y la falta de tiempo para contar con detalle cómo se resuelve el conflicto. El desenlace queda tan apurado y descolocado que, lamentablemente, opaca los puntos más positivos de la historia, convirtiendo a “Ouija: El Origen del Mal” en una película de terror del montón, de esas que nos hacen pensar: ¿Para qué la hicieron? No caben dudas de que “Ouija” se agarra del suceso de “El Conjuro” (The Conjuring) y su secuela, tratando de imitar la atmósfera y el estilo más clásico de las películas de James Wang. Claro que hay un abismo de calidad estética y narrativa entre ambas propuestas, pero la historia de Flanagan igual se deja ver, sobre todo por un público asustadizo y sin grandes pretensiones. En un año que nos dio grandes propuestas del género como “La Bruja” y “No Respires”, la nueva entrega de “Ouija” no suma ni resta, pero se deja ver (y provoca unos cuantos sustos) mucho más que su antecesora, una película que nadie recuerda.
Las aventuras del profesor Robert Langdon vuelven a la pantalla grande para su tercera entrega, en este caso, basada en la cuarta novela de Dan Brown que lo tiene como protagonista: “Inferno”. Tom Hanks vuelve a ponerse en los zapatos del experto en simbología, y esta vez tendrá que resolver un intrincado acertijo para salvar a gran parte de la humanidad de un virus mortal que tiene como objetivo frenar el problemita de la sobrepoblación y las catástrofes naturales que pueden desprenderse de ello en un futuro no muy lejano. Brown y Howard se alejan de los conflictos religiosos de las películas anteriores y se sumergen en los intrincados recovecos de La Divina Comedia de Dante Alighieri y, más precisamente, de su detalladísimo Infierno, punto de partida para resolver el misterio. Howard aprovecha e introduce elementos más terroríficos y apocalípticos a un clásico thriller de acción que nos pasea por varias ciudades europeas y bellos lugares históricos como ya es su costumbre. La trama arranca con Langdon (Tom Hanks) despertando bastante amnésico en un hospital de Florencia, sin tener la menor idea de cómo llegó hasta ahí. Con una herida importante en la cabeza y una asesina asueldo siguiéndole los pasos, el profesor logra escapar del lugar a tiempo con la ayuda de la doctora Sienna Brooks (Felicity Jones). Mientras intenta recordar lo ocurrido durante las pasadas 48 horas, Langdon se cruza con la primera pista que lo pondrá en carrera para tratar de detener los maquiavélicos planes de Bertrand Zobrist (Ben Foster), un científico con ideas muy radicales que, antes de suicidarse, dejó emplazado el mencionado virus para su propagación por Europa. “Inferno” no nos trae nada nuevo desde lo narrativo o lo argumental. Sigue siendo una búsqueda del gato y el ratón contrarreloj (acá se suman también los miembros de la OMS), con clase de historia (y arte) incluida, una trama más sencilla que sus predecesoras que no quiere marear al espectador, y evita todo tipo de conflictos religiosos, sumando conciencia ambientalista. La película es lo que es, y no pretende ser nada más que un thriller entretenido con buenos actores y, en esta oportunidad, el plus de una gran imaginería visual que se desprende de la obra de Dante. Howard juega un poquito al terror y nos muestra unas imágenes perturbadoras del Infierno en la Tierra, todo a través de los distorsionados recuerdos de Langdon. Por lo demás, “Inferno” sigue las reglas de la mayoría de las obras de Brown: una búsqueda del tesoro por ciudades europeas, en medio de persecuciones, asesinatos, conspiraciones y mucho arte, arte, arte. Algún giro inesperado por ahí, un poco de humor por allá, algunos de los escenarios más lindos del Viejo Continente de yapa... “Inferno” no pretende cambiar la historia de la cinematografía, sino regalarnos un par de horas de entretenimiento y, obviamente, sumar millones a sus arcas.
Tim Burton intenta sacudirse el moho de encima y retornar al terreno del grotesco y la fantasía con el que supo ganarse el cariño del público y la admiración de los críticos. De la mano de la adaptación de la novela homónima infantil de Ransom Riggs (la primera de una saga), el realizador nos cuenta esta historia protagonizada por el joven Jake (Asa Butterfield), un muchachito bastante loser que creció escuchando las fantásticas historias sobre monstruos que le contaba su abuelo Abe (Terence Stamp). Las fábulas quedaron atrás mientras crecía, pero una tragedia familiar pone en duda su salud mental y abre un misterio que Jake intentará develar viajando junto a su padre a una remota isla de Gales, donde tratará de hacer contacto con Miss Peregrine (Eva Green), la encargada del orfanato donde creció su abuelo. Al llegar al lugar descubre que fue bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial, pero nada es lo que parece, porque ese día en particular está encerrado en un bucle temporal anclado en 1943 donde Miss Peregrine (una Ymbryne, capaz de convertirse en ave y manipular el tiempo) cuida de sus huerfanitos, niños con habilidades extraordinarias que deben permanecer ocultos de otros seres “peculiares” y malvados que necesitan de sus ojos. Jake, que no se cree un choco para nada especial, tendrá que decidir si volver a casa con su padre o ayudar a sus nuevos amigos varados en el tiempo. Esta es la excusa de Burton para desplegar su parafernalia visual y sus extraños personajes, pero todo resulta bastante repetitivo. Tim ya no sabe como maravillarnos y recurre a sus viejos trucos. Todo nos resulta un tanto familiar (desde los colores, la puesta en escena, incluso la joven Ella Purnell tiene un aire bastante parecido a Christina Ricci), monótono y, por ende, aburrido. “Miss Peregrine y los Niños Peculiares” (Miss Peregrine's Home for Peculiar Children, 2016) no se la juega y se queda en el camino entre lo clásico y lo bizarro, sin aportar nada desde lo narrativo (una nueva saga young adult sin esencia), ni la estética que supo presumir el director en el pasado. La historia de Jake y sus traumas pasa a ser una serie de hechos anecdóticos adornados con bonitos efectos especiales. Ni la siempre genial Eva Green logra impactar con un personaje que poco hace, como la mayoría de los adultos de la historia. Ya nos cansaron los villanos genéricos interpretados por Samuel L. Jackson, los adolescentes torpes en pleno siglo XXI y los relatos sin identidad que no saben muy bien a qué público dirigirse. “Miss Peregrine y los Niños Peculiares” (tal vez) funcione mejor con una audiencia menuda gustosa de la acción y la fantasía, que no se espante tan fácilmente y aguante las más de dos horas de aventura que propone Burton. Pero para los adultos amantes del disfrute no tiene nada que ofrecerles, ni forma de conmoverlos más allá de unas lindas imágenes y un grupo de jóvenes actores para tener en cuenta. Sí, Tim Burton perdió el toque y ya no sabe como recuperarlo. Esta parecía ser una buena oportunidad para demostrar sus dotes y su particular estilo visual, pero no pasa de un cuentito, un tanto aburrido que, de peculiar, no tiene absolutamente nada.
Peter Berg (Hancock) sigue explorando su beta de director y se mete de lleno con el cine catástrofe y las historias “basadas en hechos reales”. El desastre de “Horizonte Profundo” (Deepwater Horizon, 2016) no está lejano en el tiempo y, de paso, suma drama humano con ecología. La película se centra en Mike Williams (Mark Wahlberg), jefe de mantenimiento de esta mega plataforma petrolífera que lleva varias semanas de atraso para empezar a perforar en la zona del Golfo de México, y estos contratiempos están poniendo nerviosos a los inversores que pretenden agilizar las tareas sin importar los riesgos que puedan ocasionar. Sí, la codicia (como en muchas de estas historias) es el desencadénate de la tragedia, un montón de detalles técnicos inacabados que se conjugan y dan como resultado la explosión de la Deepwater Horizon y el peor derrame de crudo de la historia, que todavía sigue amenazando a varias especies marinas. El gran acierto de Berg y los guionistas Matthew Michael Carnahan y Matthew Sand –basados en un artículo periodístico escrito por David Rohde y Stephanie Saul-, es concentrarse en las pericias humanas y no decantarse por el drama unilateral y el “héroe” que salva el día. Acá hay un conjunto de hombres (y una mujer) preparados para todo tipo de emergencias, y hacen lo posible para salir, sanos y salvos, de una situación realmente catastrófica. Muchos detalles técnicos, la acción que nunca para y pocos lugares comunes, son las claves de una historia que, a pesar de conocerse el final, nos mantiene enganchados con su drama mesurado y su alta tensión. El relato transcurre en apenas unas horas, donde los protagonistas deben actuar para salvar sus vidas y la de sus compañeros. El escenario es uno solo, un lugar rodeado de explosiones, barro y los hierros retorcidos de la plataforma. La cámara de Berg es vertiginosa, más cercana al documental y la súper acción que a un drama lacrimógeno. Su intención es clara: escrachar a los culpables, mostrar las consecuencias de sus malas decisiones y enaltecer la valentía de los cientos de trabajadores de la plataforma. Kurt Russell, Gina Rodriguez, John Malkovich y Dylan O'Brien son las caras más reconocidas de un elenco que se destaca en su conjunto y no pretende que haya estrellitas, dando como resultado un gran exponente del género catástrofe, sin muchos artificios ni melodrama. Menos es más y los realizadores lo saben, así “Horizonte Profundo” se convierte en una cadena de acciones y reacciones que no tira golpes bajos, aunque no nos deja respiro, pero sí nos permite preocuparnos constantemente por los personajes. No va a quedar en la historia porque no hay transatlánticos que se hunden, ni desastres naturales que destruyen ciudades, pero gana con un relato sencillo y enfocado en un evento concreto que, a pesar de la ficcionalización, deja entrever que hay víctimas reales detrás de la tragedia.
Olvidémonos por un momento que la película de Antoine Fuqua (“Día de Entrenamiento”, “El Rey Arturo”) es la remake de la remake de dos clásicos, y tratemos de analizarla como una nueva apuesta del western en pleno siglo XXI. A “Los Siete Magníficos” (The Magnificent Seven, 2016) no le falta ningún elemento común al género ni la iconografía del Lejano Oeste, ni siquiera los guiños a la genial partitura de Elmer Bernstein; pero si carece un poco de alma y carisma para su trama y sus personajes, un abanico de razas y personalidades porque, ante todo, el Hollywood de 2016 debe preponderar la diversidad a toda costa. Estamos a finales de 1870, poco después del final de la Guerra Civil, y el pueblito de Rose Creek debe sufrir los abusos territoriales de Bartholomew Bogue (Peter Sarsgaard), un empresario inescrupuloso que hará lo que sea para explotar las minas de oro del lugar y arrasar con todo lo que se cruce en su camino. Con las autoridades en su bolsillo, a los habitantes no les quedan muchas opciones que aceptar sus míseras ofertas y entregar sus tierras por unos centavos. Sin nada más que perder, la joven viuda Emma Cullen (Haley Bennett) decide viajar al pueblo más cercano y contratar los servicios de Sam Chisolm (Denzel Washington), un reconocido agente de la ley que se dedica a “cazar” fugitivos. Pronto se le suman Josh Faraday (Chris Pratt), un apostador aficionado a los trucos de magia; Goodnight Robicheaux (Ethan Hawke), héroe de guerra y gran tirador; Billy Rocks (Byung-hun Lee), un certero asesino; el mexicano forajido Vasquez (Manuel Garcia-Rulfo); el rastreador Jack Horne (Vincent D'Onofrio) y el guerrero comanche Red Harvest (Martin Sensmeier) que aceptan el dinero de la viuda para defender al pueblo, sus habitantes y ponerle un alto a las amenazas de Bogue y sus hombres. Una tarea para nada fácil teniendo en cuenta que ellos son sólo siete, los habitantes no tienen ninguna experiencia y el villano vendrá acompañado de todo un ejército. La misión parece suicida, pero con el correr de los días, estos hombres descubren que, tal vez, valga la pena morir a cambio de un poco de justicia. “Los Siete Magníficos” no puede escapar de los clichés y poco logra con sus protagonistas. Un villano malísimo y megalómano, el cowboy que busca venganza, el enfrentamiento final… todo está perfectamente calculado y no deja mucho a la imaginación. Washington es un líder nato que sabe cargarse la película al hombro, los demás hacen sus aportes, entre los chistes de Pratt que no puede despegarse su eterno personaje canchero, las excentricidades de D'Onofrio y la extraña camaradería entre hombres que apenas se conocen y, en teoría, deberían mirarse con recelo y, al menos, desconfiar un poco los unos de los otros. Todo está dado para que sea una aventura cargada de acción, un gran enfrentamiento entre buenos y malos que apenas deja lugar para el desarrollo de estos siete pilares que tiene la historia. Sus pasados, sus motivaciones, acá son apenas una anécdota y poco queda del honor y los valores que representaban los samuráis de Kurosawa. Ok, dijimos que no íbamos a hacer comparaciones. “Los Siete Magníficos” es un film de acción ambientado en el Lejano Oeste. Entretenido y pasatista, bien filmado, pero sin matices. Nada se destaca, ni aporta a un género que ha tenido remakes mucho más interesantes. Sólo es un conjunto variopinto de personajes (y grandes actores) que, de casualidad, aparecen en la misma película.