Temple de acero

Crítica de Santiago García - Leer Cine

PACTO DE JUSTICIA

Los Coen se sumergen por primera vez en las aguas puras del western. El trato es justo y beneficioso. Ellos aportan su particular universo y el western les presta su grandeza incomparable. Temple de acero es la exacta combinación entre ambas cosas. Lo que sigue es un análisis completo –que incluye el final- de uno de los grandes films de este año.

Los Hermanos Coen son cineastas muy particulares. Se podrá decir que, en cierta forma, todos los cineastas lo son, claro, sin embargo, los Coen evidencian esa particularidad, se aferran a la extrañeza y a la distancia, elementos con los que desde hace más de veinte años han construido una de las filmografías más importantes del cine contemporáneo. Cada nuevo film que ellos traen genera un nuevo revuelo y, desde hace algunos años, ese revuelo incluye a los Oscars, que los han comenzado a mimar desde 1996 cuando les dieron el premio a la mejor dirección por Fargo y llega hasta la actualidad, luego de que ambos ganaran el Oscar a la mejor dirección y a la mejor película por Sin lugar para los débiles. Temple de acerosuma 10 nominaciones para el Oscar, algo que muy pocos podrían haber soñado en los primeros años de la carrera de los directores de Simplemente sangre.

Temple de acero es una remake del film Temple de acero (True Grit, 1969), de Henry Hathaway, protagonizada -nada menos que- por John Wayne, quien ganaría el único Oscar de su carrera por el papel de Rooster Cogburn. Las diferencias entre ambos films son interesantes, pero verdaderamente no hacen a la evaluación de cada una de las películas. Sí corresponde decir que la original tiene una puesta en escena clásica pero no del todo inspirada, así como algunos toques de violencia bastante fuertes para aquellos años. Wayne actúa intencionalmente de forma exagerada, algo inusual en su extensa e incomparable filmografía. La historia es prácticamente la misma -ambas se basan en la misma novela- y, asimismo, tienen la casi totalidad de las escenas en común. Si sacáramos a Wayne de la ecuación, a pesar de la excelente actuación de Bridges, podríamos decir que en muchos aspectos el film de los Coen está mucho más logrado. Pero igual ellos copian gran parte del film de Hathaway, incluso escenas completas.

El western es un género gigantesco. El más grande de los géneros cinematográficos. Su iconografía, su moral, su inmensidad, son únicas e inmortales. Acercarse al western para destruirlo es propio de cineastas pequeños y poco nobles. Atacar al western es arte para pequeños, para cineastas sin vuelo. Se lo puede deconstruir, reconstruir, se lo puede parodiar y revisar, pero traicionar al western es colocarse en un espacio moral sin regreso. Una mirada apresurada sobre los Coen podría hacerle pensar a alguien que ellos entrarían en la categoría de destruidores del género, tal cual lo hicieron en otra época Penn o Altman. Nada más alejado que eso. Los propios Coen declararon en una oportunidad que su director favorito del cine actual es Clint Eastwood. Su amor por el western es indiscutible y, más allá de cualquier declaración, eso está plasmado en las imágenes.

La tensión entre el distanciamiento de los Coen y el inmenso corazón épico del western es sin duda una de las líneas que hay que seguir en la trama. Ya habían hecho una remake hace unos años, una olvidable versión de El quinteto de la muerte, cuya existencia sigue siendo un misterio. Pero acá la historia es mucho más cercana a los directores. Mattie Ross (brillante Hailee Steinfeld) es una clásica heroína de los Coen, como las que ha interpretado Frances McDormand en Simplemente sangre, Fargo y Quémese después de leerse. Personajes inocentes en muchos aspectos, pero con una tenacidad que les permite cumplir sus objetivos como sea. Ella, con su convicción, le da a la película su grandeza. Cuando atraviesa el río junto a su caballo, Rooster Cogburn (Jeff Bridges) descubre esto y crece en él un respeto y una admiración que son los misma que surgen en los espectadores. El borracho, viejo y malhumorado Cogburn le otorga en ese momento una lealtad que llegará hasta el final de la película. De esos elementos está hecha la -ya no muy de moda- ética del western. Que los Coen rescaten este género no debe resultar insólito. Ellos se han preguntado mucho últimamente sobre estos temas y, como muchos cineastas, han encontrado en ese género una respuesta. Y aunque su pesimismo se impongan en ciertos aspectos, y el final pueda parecer agridulce, las últimas escenas de Temple de aceroson las más emocionantes de toda la carrera de estos directores. El vínculo entre Cogburn, Mattie y LaBoeuf (Matt Damon, una vez más, impecable) es ya en sí mismo emotivo, pero crece escena tras escena. Al final, cuando el viejo Rooster lleva a Mattie en brazos, los más grandes westerns se dan cita en una imagen de la piedad que, como en todo el género, va más allá de lo simbólico. La belleza de la película es notable y la violencia que posee es la misma que tenía la original –proporcionalmente un film mucho más violento que éste para su época. Sin embargo, curiosamente la película se emparenta más a otro film de Hathaway, Nevada Smith (1967), una historia de venganza que comprendía la dimensión trágica de la misma. Mattie desea hacer justicia, al igual que sus compañeros de aventura. Pero al matar corrompe de alguna forma su alma inocente. No es casual que al disparar caiga en un pozo con serpientes. En otro director esto no sería un tema central, pero en los Coen se vuelve un asunto complejo. Cuando Cogburn la ve cruzar aquel río siente admiración por ella, la identificación es clara. Y esa identificación encierra el desenlace y el corazón mismo de la historia. Mattie tiene destino de cowboy, es decir que paga el precio de su libertad y sus convicciones con la soledad. Esa es la verdadera emotividad de la película. Aquellos que tienen principios y viven acorde a ellos, viven libres pero solitarios, aunque conectados secretamente entre sí. Como Cogburn y Mattie y como todos los grandes westerns de la historia del cine.