Machete

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Machete para presidente

Cinemarama nunca fue pródigo en polémicas. Aunque más de una vez publicamos dos textos que hablaban bien y mal de una misma película, no se dio el caso de que un redactor le responda a otro explícitamente con un texto. Esta vez yo estoy tentado de contestarle a David y a su nota sobre Machete, concretamente sobre algo que allí se dice. Mi texto le responde al suyo pero también a otros, incluso a varios que rescatan a Machete por motivos que para mí están equivocados o son insuficientes.

1. La búsqueda de imágenes nuevas no tiene por qué ser un trabajo que se le imponga a todas las películas. Más allá de la dificultad de la tarea (Barthes derribó en parte el mito de la originalidad con “La muerte del autor”, y ya Herzog, en su aparición en Tokyo-Ga en los 80, señalaba el problema de encontrar lugares que nunca hubieran sido filmados), en muchos casos esa exigencia es incompatible con el cine que se tiene entre manos, por ejemplo, el de género, que se juega mucho más en el terreno de las convenciones y su despliegue que en el del registro del mundo. Robert Rodriguez hace cine de género, y para su factura echa mano a una buena parte de la historia del cine de acción y aledaños. No habría que confundir el libre manejo de las herramientas que pone a disposición esa historia genérica con la cita muchas veces fácil o la referencia cinéfila gratuita. Con esto no estoy haciendo un juicio de valor sino marcando diferencias: Rodriguez no es Tarantino. Claro, Rodriguez nunca va a hacer una película como Bastardos sin gloria, pero pedirle que la hiciera sería como exigirle que su cine explore el mundo con una intención de capturar imágenes nunca vistas como lo haría, quizás, un director de una búsqueda como la de Herzog. Ojo, que para el cine la observación no es solamente ir a la caza de esas imágenes; si pensáramos eso, estaríamos dejando afuera de los cánones de la crítica a más del noventa por ciento de la historia del cine, empezando, por tirar un ejemplo, con todo el clásico norteamericano (John Ford se cansó de filmar Monument Valley, y encima parece que lo filmaba siempre igual).

2. Hasta acá llega la respuesta a la nota de mi compañero David, lo que sigue es un comentario de la recepción general que tuvo la película y un intento de generar una lectura distinta. Creo que uno de los mayores errores de las críticas de Machete (tanto de las que estuvieron en contra como de algunas otras que la defendieron) fue el no haber visto el fuerte gesto político que esgrime la película. En general, entiendo que una película es política cuando dice algo sobre el estado de cosas del mundo con ánimo polémico, con ganas de intervenir y hasta de operar un cambio, aunque ese cambio sea un programa de corte utópico. Obvio, ese decir tiene que enunciado de manera más o menos noble, leal. Machete habla de la situación de la frontera entre Estados Unidos y México, y se sitúa en uno de los pocos lugares desde los cuales se puede abordar el tema sin caer en el golpe abajo y la búsqueda de impacto berreta: el humor y el exceso. La maldad exagerada de los personajes que no quieren que la gente atraviese la frontera estadounidense y la heroicidad casi impoluta de los que luchan para ayudar a los que la cruzan, todo, el conflicto y sus protagonistas, es de una simpleza y un contraste hiperbólico que hace imposible el análisis sociológico. El humor es el otro puntal de Machete, y el momento más rabiosamente político y luminoso de la película corre por cuenta de un personaje secundario. Después de que Machete se metiera en la casa del villano Michael Booth solamente portando un montón de utensilios de jardinería, un guardaespaldas (Nimród Antal, el director de Depredadores) le dice algo así a su compañero: “¿te fijaste cómo uno ve a un mexicano con herramientas y automáticamente lo deja entrar a su casa?”. Ese chiste condensa toda la ideología y el credo de la película, y también ofrece una mirada del mundo que no por cómica o exagerada resulta menos crítica. La discriminación racial, las condiciones de marginalidad a las que se somete a los inmigrantes mexicanos (legales o no, poco importa), la xenofobia que impera en muchos sectores de la sociedad estadounidense, todo eso, que puesto en palabras suena tan cargado y aparatoso, está contenido y disparado con agilidad por la película en ese solo chiste de apenas una línea de duración. Rodriguez tiene la inteligencia de hacer política con chistes, sin solemnidad, pasándole el trapo a todos los chantas que pretenden erigirse en comentadores lúcidos y comprometidos de la actualidad mundial con historias altisonantes, plagadas de golpes bajos y abyecciones varias. Iñárritu es la figurita fácil, pero también están Guillermo Arriaga (que fue su guionista) y hasta un tipo de la talla de Richard Linklater hace una película deleznable como Fast Food Nation. Al final, no se trata del tema o de la posición que se tome, sino del lugar desde el cual se mira. Fast Food Nation es ideológicamente afín a Machete, pero los medios de los que se sirve para comentar la situación de la frontera mexicana son los que terminan haciendo de la película un ejercicio de crueldad y miserabilismo: agarrar a un montón de personajes y someterlos a cuanta penuria sea posible para después discursear acerca de lo mal que estamos, de que el mundo es un lugar terrible para vivir no importa donde nos encontremos (la vida no resulta mejor en Estados Unidos que en México), eso se me hace un comentario fácil y achanchado, cuando no directamente repudiable.

3. A esas películas cómodas, que apuestan a la denuncia correcta y a irritar de manera complaciente la sensibilidad del espectador, Machete les gana la pulseada, y no solamente por su decisión de enarbolar el humor y la exageración como armas a la hora de pensar un problema como el de la frontera mexicana. Otro de los fuertes de la película de Rodriguez es su capacidad para imaginar un escenario distinto gracias a la capacidad que tienen los personajes de hacer del mundo un lugar mejor, la existencia de una rendija por la que se cuela una promesa de felicidad y que no por chiquita deja de alimentar la esperanza de los personajes más duros y golpeados por la vida (como el mismo Machete). Se la podrá tildar de utópica, de inverosímil y demás epítetos, pero en Machete los personajes pelean desesperadamente por cambiar las cosas y lo consiguen, y si en el cambio que se opera en el senador John McLaughlin (el nombre suena bastante al de otro senador y republicano, John McCain) o en la guerra armada y caótica que se libra no alcanzamos a percibir un violento deseo de cambio y la elaboración de un discurso crítico que no escatima referencias precisas al mundo actual, es decir, si no sentimos la potencia de ese gesto político, bueno, quizá somos nosotros los que estamos filtrados por ese otro cine de mirada cínica, que nos golpea en lo bajo, rico en personajes sometidos y humillados hasta el límite de sus fuerzas y de su dignidad. Un cine lo suficientemente cómodo y calibradamente desencantado como para imaginar otro mundo, mucho menos para pelear por un cambio. Por ahí las películas alla Iñárritu nos calaron más hondo de lo que pensábamos.

4. Puede ser que ese cine, el que hace de la gravedad, la solemnidad y la pretensión de urgencia sus armas predilectas, en cierta medida nos haya adormecido, embotado, que nos haya convertido a su vez en espectadores descreídos que huyen de cualquier visión utópica del mundo o de cualquier representación no “realista”, en los términos de impacto televisivo (de noticiero, casi) en que esas películas entienden el realismo. En este sentido, Machete, con su factura genérica y nutrida imaginería de cine de acción, que no apela a la exhibición de la miseria con intenciones de reflejo fidedigno sino a la observación de un tiempo y un lugar a través del cristal deformante (felizmente deformante) del cine de acción, debería poder sacurdirnos, cachetearnos, restituirnos algo de la sensibilidad que esas otras películas nos vienen arrancando de a poco. Y, sobre todo, hacernos creer de nuevo en utopías, en que todavía se puede cambiar el mundo, aunque ya no se trate de acabar con las guerras y el hambre sino de dar a conocer lo que viene pasando desde hace tiempo en la frontera entre dos países.