Los exiliados románticos

Crítica de Leonardo M. D’Espósito - Revista Noticias

Hay películas que son un verdadero descanso, tanto del cine que nos atosiga a lo pavote con el puro ruido como de la propia vida. Los exiliados románticos, de Jonás Trueba (hijo y, por lo que se ve, discípulo de Fernando Trueba) es la historia de tres tipos en la última parte de eso que llamamos vagamente “juventud”, que se suben a una van y ahí van, de viaje por caminos europeos. El punto de partida para charlar, comer, escuchar música y empezar a decirle adiós a esos tiempos en los que todo era todavía absolutamente posible. Pero no hay aquí melancolía, ni tristeza, ni nada que se le parezca: se trata simplemente del puro placer y la paulatina toma de conciencia de que el tiempo pasa. Es increíble cómo el propio film, en exactos setenta minutos, va madurando formalmente -y con él, los personajes- en tiempo real, hasta una secuencia final que no puede dejar a nadie indiferente. Pocas películas hay tan plácidas y emotivas como esta: de las que permiten que el espectador respire y recuerde que el cine es también una forma de conservar lo inasible.