Acá hay algo rarísimo. Pero raro de verdad. Es la biografía de Céline Dion pero con otro nombre. No es lo raro (hay tantas películas así...). La directora y la actriz protagónica son la misma persona (tampoco es lo raro). Lo raro es que Lemercier, gran comediante, hace al personaje a toda edad gracias a efectos especiales que ranquean de lo adecuado a lo perturbador (sobre todo con la Aline preadolescente). Pero también pasa otra cosa: se trata de una película construida alrededor de los luagres comunes del melodrama subgénero “vida de artista”, especialmente cuando está llena de momentos tensos (la enfermedad, la falta de voz, la muerte, la caída, el regreso, etc.) sin caer en la sospecha de un “segundo grado” o sátira. Es decir, todas estas rarezas, desde las visuales hasta las narrativas, se toman en serio y eso es lo más extraño porque esa sinceridad hace que la película funcione y no sea difícil secarse las lágrimas.
Otra película de gente que se tiene que matar entre sí para poder sobrevivir o (acá pasa esto) salvarle la vida a alguien que quieren. Otra de controladores malos, juegos sádicos y moral quebradiza ante lo terrible. Por momentos funciona, por momentos, no: sabemos que alguno va a quedar y es más bien un juego de apuestas sobre quién o quiénes descubrirán la “trampa” de todo el asunto. Nada que no hayamos visto antes (y casi nunca funciona).
Se supone que esta película es la que transforma a Andy, el niño y luego adolescente de Toy Story, en fan de Buzz Lightyear. Es decir, esta es una película de Pixar que se ve dentro del universo Pixar. Lo que le permite ser libre en más de un sentido: volverse al mismo tiempo homenaje y parodia de la ciencia ficción y sus tropos (y clichés) más burdos y repetidos, reírse del propio personaje y producir una aventura vertiginosa sin atarse demasiado a un esquema preexistente aunque, claro, todo se trata de esquemas preexistentes. La historia de las aventuras de este héroe espacial cuya voz (otro rasgo paródico) pone esta vez Chris “Capitán América” Evans (y Evans es un muy cumplido comediante, quien haya visto Scott Pilgrim o las dos primeras 4 Fantásticos lo sabe) funciona muy bien si la tomamos en serio y mucho mejor si no, aunque hay momentos de tensión y aventuras en los que es imposible no estar al filo del asiento. Es cierto: el balance hacia el humor lo da el robot/gato Sox y en general la ensalada funciona. ¿Qué es lo que hace que esta no sea una “gran película” sino solo una muy buena película? Justamente, el guiño, la mirada un poco de soslayo que apenas se sobrepone con esa idea de que “somos Andy mirando la película que lo cautivó como niño”, un grado extraño de inmersión que requiere formar parte de una especie de “equipo cultural”. Es decir, más allá de su excelencia visual, hay algo de gueto en la propia idea, algo que requiere un poc
En parte historia de “amour fou”, en parte exploración sobre las emociones y los sentimientos, la película narra cómo una mujer se apodera, de cierto modo, del cuerpo y el alma de otra, a la que ama y permanece en coma. Por momentos inquietante, el film cuenta con Sofía Gala Castiglione, de lo mejor -lo decimos siempre, pero no está de más repetirlo- que nos dio el cine argentino en estos años, y que casi es toda ella una película en sí misma (y no es incoherente con la trama).
Casa nueva, padre y niña, niña desaparece de manera imposible en cuarto cerrado. Exorcista, fantasmas, presencias siniestras y un pasado que vuelve a enfrentarse con la vida. Lo de siempre, pero siempre bien hecho, con el timing justo, que fusiona los dos peores miedos: el de un padre de perder a su hijo, el de la reaparición de lo numinoso opresivo frente a nuestra impotencia. Efectista sí, puede ser, pero cumple y dignifica.
Quizás el espectador contemporáneo ya esté habituado al concepto “multiverso”, que es la última moda en el cine de superhéroes (Spiderman y Dr. Strange mediantes), es decir que hay infinitas realidades alternativas y gente que puede viajar a través de ellas. Un truco que permite salvar incoherencias, es cierto, pero también una metáfora perfecta de nuestra realidad alterada por las (casi) infinitas posibilidades que Internet abrió gracias a lo virtual. Este film es la historia de una mujer común, demasiado común (la extraordinaria Michelle Yeoh, genia de las artes marciales y actriz gigantesca, además de gran comediante) que tiene la posibilidad de salvar toda realidad posible. El fondo de la historia es, finalmente, la pregunta de qué es lo esencial cuando la superficie cambia incluso de modo radical. Al mismo tiempo que comenta con humor y sátira todo el cine de gran espectáculo contemporáneo, se pregunta cosas. Sobre todo, se pregunta por el “yo”, quiénes somos y para qué estamos donde estamos (estemos donde estemos). Y lo hace con las mismas herramientas espectaculares de otro cine, llevadas al extremo absurdo y surreal que emparentan más de una secuencia con el cartoon clásico (ese otro comentario desde la contradicción sobre las taras de lo real). Probablemente, la película del año, aún con sus excesos y simplificaciones.
No siempre queremos películas que nos exciten; muchas veces queremos películas que nos provean algo de paz, sobre todo cuando la realidad está sobreexcitada -como la que nos rodea todos los malditos días. Es el caso de este film sobre un grupo de personas que se cargan sobre los hombros el sueño de otra, en este caso transformar un destrozado local en una pastelería. Tres de esas personas son mujeres, lo que implica además una exploración de la amistad femenina. ¿Está mal? Para nada: lo que hace que el conjunto de buenas intenciones, tensiones, problemas y pequeños triunfos salga adelante es el tono: todos los personajes parecen seres humanos y están tratados con humor e inteligencia. Mejor dicho: no carecen de humor ni de inteligencia, algo que los guiones suelen olvidar y algunos directores, obviar. Promisoria ópera prima.
Pequeña anécdota personal. Cuando salimos de ver Jurassic World en 2015, hablamos con mi colega y amigo Ezequiel Boetti de lo difícil que es escribir sobre estos filmes. Técnicamente impecables, con una depuración de guión notable, gigantescas ventanas a otro mundo más grande que la vida gracias a una artesanía perfecta. Como diría otro colega (Quintín), “films de ingenieros”. Pues bien: Dominio lleva al extremo esa tendencia. Apela a la nostalgia juntando a los protagonistas de las películas de Spielberg (y Joe Johnston, no olvidar la bellísima Jurassic Park 3) con los de la nueva serie, desparrama dinosaurios por todo el planeta, incorpora una trama política-comercial-global que es la nueva panacea de la villanía cinematográfica, genera grandes “action pieces” que quitan el aliento y nos mantienen entretenidos las dos horas veintiséis minutos del metraje. A la salida, nuestra pregunta es si queremos pizza o hamburguesas y, si decidimos lo primero, si vamos a querer fainá o no. ¿Es esto algo malo, que el cine se haya vuelto un arte instantáneo, un “ride” cuyo impacto consiste en volver a entrar a la sala en lugar de la memoria que forja? No, no necesariamente. Es una de sus mutaciones, encarnada en un film cuyos protagonistas son mutantes y cuya historia es una enorme mutación de contenido original. Dicho esto, para mí fugazzetta.
Un chico de 14 años pasa el verano en una situación difícil: madre en coma, hermanos mayores con problemas, deberes de más. Hasta que encuentra a una cantante lírica y eso le cambia la vida. Sí, hay algo de Billy Elliott en esta historia, pero ¿qué hay completamente original? ¿Jurassic World, Park o Candy? Muy bien actuada, con los golpes emotivos y nunca bajo el cinturón, luminosa en más de un sentido, esta película es de las que nos dejan algo a la salida.
La idea no es para nada mala: hacer la biografía de una escritora de terror como si se tratara de un thriller que imita los modos de sus textos. Shirley Jackson, muy conocida por su clásico cuento La Lotería, cumbre del horror político, es aquí el objeto a biografiar (muy bien Elisabeth Moss, ese rostro que puede seducir o atemorizar) y todo gira alrededor de una pareja joven que es objeto e inspiración de una historia ficticia, lo que le permite a la directora Josephine Decker meterse (a veces con más acercamiento al clip que al cine, pero se perdona) en el proceso creativo y, por ende, la vida y el pensamiento de la autora. El film es, por cierto, desparejo, pero depara no pocos placeres. En cierto sentido, quizás es la forma justa para una película que en realidad ocurre dentro de una mente compleja, incluso si esto implica a veces pasarse de rosca con la ambientación de época o la reconstrucción sardónica de la vida de un matrimonio intelectual.