Intercambio de almas

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Una fantasía reconocible

La genealogía proviene de un sueño. Leyendo El hombre moderno en busca de su alma, obra tardía de Carl Jung, la directora Sophia Barthes soñó con Woody Allen. Estaban haciendo cola en un consultorio futurista y Allen se quejaba: su alma era literalmente un símil de un garbanzo. De ese sueño a la película habrá cambios y se sumarán otros tópicos, por ejemplo, tráfico de almas y "mulitas" rusas que contrabandean esa mercancía peculiar. En vez de Allen, el actor en cuestión será Paul Giamatti (Entre copas), que se interpreta a sí mismo. Y aquí vive una crisis existencial que le impide encarar su personaje en una obra que está a punto de estrenar: Tío Vania, de Chéjov.

El filme arranca con una cita de Las pasiones del alma de Descartes. Se trata de la famosa intuición cartesiana acerca de una glándula que une discretamente dos realidades inconmensurables: el cuerpo y el alma. Los planos siguientes son fundamentales: Chéjov habla por Giamatti y allí vemos al actor, en la ficción y más allá de ella. Primero, se evidencia el problema dramático y existencial: ya no hay distancia entre él y su rol; segundo, algo resulta ostensible: Giamatti es un actor formidable (lo que se puede comprobar en dos pasajes en donde interpretará la obra de teatro sin su alma y con un alma alquilada).

En una noche de insomnio, Giamatti leerá un artículo en el New Yorker, "¿Están cansados los neoyorkinos de acarrear sus almas?", pregunta que le es familiar. Reluctante pero curioso, tendrá una entrevista y dejará su alma en una caja fuerte a la temperatura adecuada. Vacío y alivio: respuesta paradójica de su fisiología y su psicología; un yo volátil parece deseable, al menos hasta que Giamatti no pueda ni hacer el amor con su esposa, ni encontrar el punto de referencia para interpretar su papel en la obra. Y todo se complicará cuando su alma viaje a Rusia y una actriz mediocre de novelas la incorpore.

Más cerca de Yo amo Huckabees que de ¿Quieres ser John Malkovich?, el filme de Barthes carece de la sofisticación visual y filosófica de esas dos películas con las que comparte una inquietud, pero sostiene convincentemente un amor palpable por todos sus personajes y es consecuente con su mirada metafísica: el "alma" es el precio que se paga por llegar a ser un sujeto singular. El acierto de Barthes pasa por evitar el cinismo y el narcisismo para delinear un camino de búsqueda.