Bastan un celular, un dron, una actriz en buen estado físico, con oficio dramático, y una locación visualmente atractiva para hacer una película de suspenso. Que tales condiciones den como resultado una película magnífica es otra cuestión y depende del talento de quienes conciben un relato. Es indesmentible que la cualidad del suspenso ha sido laboriosamente labrada en Desesperada, no así las condiciones dramáticas que pretenden espiritualizar los 84 minutos del relato. El fondo dramático de la película del veterano Phillip Noyce es tan pueril como la visualización de autoayuda con la que comienza la película, un banal dechado de imágenes trascendentales que no es un buen augurio.
omo Rosetta, Ahmed es adolescente, está enfadado y mucho menos reconciliado con el mundo. Si bien la madre tiene alguna debilidad por el alcohol como la de Rosetta, acá la responsable de Ahmed y sus hermanos lejos está de descuidar a sus hijos. No es el trabajo o la falta de medios lo que abruma al joven, sino un deseo de conversión radical al islam siguiendo la guía de un imán del barrio cuya hermenéutica del Corán adolece de un literalismo tan pernicioso como cualquier otro sistema de creencias que no admita lecturas abiertas. En verdad, las razones por las cuales Ahmed se siente seducido por una variante tan exigua del islam son mínimas, apenas deducibles de la falta de su padre, de lo que se predica una culpabilidad inmediata del joven teólogo que lo entrena como si en Ahmed anidara un posible fanático que los Dardenne conciben como víctima de un demente moderado.
Los sentimientos pueden ser retratados bajo la coartada de las costumbres y las convenciones que tipifican la angustia, el amor y la felicidad...
Azor es una película completamente atípica. En esta se representa una época oscura de la historia argentina, tantas veces elegida por los cineastas vernáculos de las últimas cuatro décadas, pero lo que cuenta ha sido escasamente representado: los negocios y la relación de los bancos extranjeros con los resortes del poder económico nacional ligado a la última dictadura cívico-militar.
Los meandros misteriosos de la vida íntima son la especialidad del cineasta japonés.
La cineasta detrás de cámara es Mercedes Gaviria; el padre, o el protagonista, Víctor Gaviria, uno de los cineastas clave del cine moderno en Colombia, un auténtico patriarca de las imágenes en su país. Aquí, la hija es convocada por su padre a trabajar como asistente de dirección. Gaviria padre no filma desde el 2002 y está por rodar La mujer del animal, film que se estrenó finalmente en el 2016 y cuya aproximación a la violencia de género es como mínimo problemática. La historia elegida por Gaviria es la de una mujer que abandona una institución religiosa y termina viviendo con un hombre violento asociado al delito, quien abusa de ella y la convierte perversamente en madre.
Las acrobacias de cámara rara vez tienen algo que ver con necesidades del relato, tour de force que remite a tantos otros equilibristas del prestigio que están detrás de las presuntas películas artísticas que cosechan premios y estatuillas.
Entre los tantos misterios sociológicos y políticos que todavía no han sido resueltos, la vigencia de las monarquías europeas resulta un enigma y un indicio de delirio o puro atavismo. ¿Por qué reyes y reinas gozan todavía de legitimidad? ¿Cómo puede siquiera ser de interés la vida de un grupo selecto familiar cuyos privilegios insólitos, que deberían indignar, y sus ritos diarios, que no pueden sino aburrir, pasan por amenos y curiosos?
El cineasta de Entre Ríos sigue en plan de documentar a través de la ficción una forma de vida ligada a la pretérita inmigración europea en un relato fantástico sobre un duelo.
La última película de Mouret prueba que se puede indagar sobre los circuitos inestables del afecto y el deseo sin apelar a la crueldad y menos todavía al cinismo.