Entre sus manos

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

La vida por las tres equis

En su debut como director Gordon Levitt también protagoniza este film sobre un hombre adicto al porno que conoce a Barbara, una mujer que intentará modificar sus hábitos.

Opera prima como cineasta del reconocido actor de cine y televisión Joseph Gordon Levitt, Entre las manos fluctúa entre la originalidad del argumento y la lección de vida que de a poco recibe el personaje central debido a sus viajes por Internet visitando páginas para adultos. Es que Jan Martello (el mismo Gordon Levitt) tiene plata, facha, auto, carisma y consigue a las chicas que quiere con un chasquido de dedos, un par de palabras o un mínimo gesto. Pero el tipo es feliz cuando se atrinchera en su privacidad hedonística y masturbatoria y viaja todas las noches por el mundo XXX, llenando los recipientes de papeles luego de la eyaculación diaria. La película, en este punto, describe de manera inteligente a un personaje particular, y también a sus padres, ítalomericanos ambos, donde se destaca Tony Danza como un progenitor que parece el Tony Manero en camiseta de Fiebre de sábado por la noche con treinta años más. En la vida de Martello se cruzará Barbara (Scarlett Johansson en piloto automático) y desde allí la película rumbeará para el lado del voyeurismo masculino, ya que no solo el hedonista Jan desea a su chica.
En este punto, Entre las manos, como comedia liviana y sin demasiadas complejidades, funciona en el trazado de los personajes y en la felicidad personal del joven, aun cuando Barbara descubre sus gustos y amenace con abandonarlo. Por su parte, Gordon Levitt director y guionista, recurre a un montaje veloz, acorde con lo público y privado que caracteriza al personaje, en un tono medio y simpático, teñido de cierto costado misógino, ya que se atreve a criticar a la novia que encarna Scarlett, decidida a que su pareja abandone esos horribles hábitos. Pero la película, inesperadamente, o no tanto, se ubica a favor del inquieto Martello y no de la histérica Barbara.
En la segunda mitad, en cambio, surge el aprendizaje de vida y el castigo moral al joven personaje. Aparece la viuda Esther (Julianne Moore), mirada triste y melancólica, con un pasado gris y cierta vitalidad fúnebre que intentará seducir al joven fanático del sexo por Internet. El montaje se aquieta, las palabras suenan más importantes y las acciones se remiten a mostrar que la vida es mucho más que el placer cotidiano que complace a Jan Martello. Desde allí la película derrapa hasta el final, como si al personaje central le hubieran interrumpido sus maniobras diarias en la mitad o cerca del final de sus rituales a solas y narcisistas.