ECUACION Hete aquí un filme con muchas ambiciones. El segundo largometraje de Sergio Mazurek no logra impregnar el ritmo y el dinamismo necesario para que “Ecuación” vuele. Hermes, un personaje perdido en un laberinto de inquietudes y dudas (Carlos Echevarria), comienza a ser acechado por un misterio que intentará resolver en solitario. Esa pesquisa lo llevará a descubrir una conspiración de la que formará parte inevitablemente. Mazurek no logra plasmar de manera efectiva el conflicto, con una propuesta de género que se queda a medio camino de lo que realmente sugería.
MALDITO SEAS WATERFALL! Alejandro Chomski adapta a Jorge Parrondo y se mete de lleno en “Maldito seas Waterfall”” en la vida sin sobresaltos de Roque Waterfall. Si en el libro original el personaje, con sus rutinas y no hacer nada, generaba una empatía inmediata, en el filme, pese a los esfuerzos de Martin Piroyansky por ponerse en la piel del personaje, se le escapa y genera tedio y aburrimiento. La participación de una serie de secundarios como Luis Machin, Rafael Spregelbud, Germán Da Silva, Javier Lombardo, efectivas, por cierto, no logran remontar una propuesta equivocada en tiempo y forma, que además se muestra en la pantalla como desprolija y apresurada.
QUE INVADIMOS AHORA? Michael Moore se hizo famoso hace muchos años por poseer una mirada lúcida y ávida con la que lograba generar discursos, sean fílmicos, televisivos o literarios, en los que la denuncia y el humor generaban propuestas únicas e interesantes. Su estilo no ha sido modificado y en “Qué invadimos ahora?” se esfuerza por recorrer varios países del planeta para plantearle a los norteamericanos el estado de decadencia de su sociedad. A la hora ya se entiende la idea, y redunda en lugares comunes y en la reiteración de tópicos, y así y todo, con la urgencia de las próximas elecciones, su película es una propaganda a favor de Hillary Clinton, no porque sea la mejor opción, al contrario, sino por la polarización de las propuestas.
Perdida en el pasado El comienzo de Ouija: El origen del mal (Ouija: Origin of Evil, 2016) es impactante y premonitorio, tal vez marque el timming con el que luego el relato se desenvolverá, o tal vez no y eso es lo que logra captar la atención del espectador desde un primer momento. La cuidada atmósfera que el realizador Mike Flanagan imprime a la escena de presentación de su protagonista, Alice (Elizabeth Reaser), una “médium” que realiza algunos arreglos para comunicarse con el más allá, desnudan el mecanismo con el que ella engaña a sus clientes para sobrevivir y ubican al espectador en una posición de necesidad de empatizar con esta mujer, a pesar de sus mentiras, en sus intentos denodados por salir adelante junto a sus dos hijas. Alice conversa con un hombre y con su hija, ella les asegura que su esposa muerta está allí con ellos y quiere contactarse con él para poder responderle tres preguntas que tenga para luego ir sí al más allá. Esa secuencia parece salida de una serie televisiva de los años setenta. Bien podría haber sido un pasaje de un episodio de Alfred Hitchcock Presenta o La dimensión desconocida. Pero no lo es, es el prólogo de un film que evoca lo retro para fundar, como lo ha hecho recientemente la saga iniciada con El conjuro (2013), su verosímil y justificar su razón de ser. Alice no está sola, sus hijas, Paulina (Annalise Basso) y Doris (Lulu Wilson), la ayudan con las tretas, y la menor de ellas ni siquiera sabe qué es lo que realmente pasa en las sesiones espiritistas de las que participa circunstancialmente accionando un viejo fuelle para apagar alguna vela. Pero la necesidad la lleva a arrastrar a las niñas. Porque Alice es una joven madre viuda, que debe tratar de mantener en orden sus cuentas y papeles, pero que la realidad la golpea, como ese momento en el que se encontró sola, tras el fallecimiento de su marido, criando a sus dos hijas. La habilidad del guión del propio Mike Flanagan y Jeff Howard, radica en relatar el duro camino de Alice y sus hijas para poder seguir adelante, a pesar que sepan que aquello con lo que se ganan la vida no sea lo más correcto y ni lo más honesto, y luego, esa construcción se deriva en una épica de terror y suspenso que pondrá en juego algunas creencias sobre sí misma y su descendencia muy a su pesar. Ouija: El origen del mal comienza a desarrollar su trama secundaria, en la que de a poco, una misteriosa maldición del pasado, termina por demostrar que la casa de Alice y sus hijas fue el epicentro de actividades relacionadas con la magia negra y el oscurantismo, y que Doris es una víctima de eso. Las idas y venidas del relato, como así también la convencionalidad del mismo, no terminan por dilucidar algunas cuestiones, y, la incorporación de algunos tópicos recurrentes en este tipo de films, hacen que la trama se resienta, aún pese a su corta duración, ya que además algunos parlamentos solemnes resienten una estructura narrativa sólida que, respetando lineamientos clásicos, configura los estamentos con los que la acción progresa. Si en un primer momento el relato buscaba empatía con Alice y sus hijas, al avanzar en la historia, la incorporación de personajes secundarios (el cura, el padre muerto, etc.) también busca que la historia se potencie con efectos y recurrentes temas (el sellado de boca, por ejemplo, visto en la primera entrega) que terminan por afianzar la propuesta: un film clásico, anclado en lo retro, con una multiplicidad de referencias al género que terminan por hacer de esta secuela, algo superador.
VIRAL Antes de “Nerve” los realizadores Henry Joost y Ariel Schulman imaginaron este filme apocalíptico en el que dos jóvenes intentarán sobrevivir a pesar que un extraño virus en forma de un gusano los aceche. Nada nuevo en “Viral”, ni siquiera en sus actuaciones, que terminan por generar tedio ante la falta de declaración de adaptación apócrifa de “Los usurpadores de cuerpos” o “El amanecer de los muertos” de George Romero.
La imagen sin voz Hay algo que se llama intuición y que nada ni nadie puede transmitir al otro, a menos que esa misma capacidad sea compartida, en parte, por aquellos que deciden dilucidar algún misterio. Sergio Wolf junto a Lorena Muñoz en Yo no sé qué me han hecho tus ojos (2003), tuvieron la intuición y lograron la hazaña de encontrar a Ada Falcón, la enigmática cantante de tango de los años 30 del siglo pasado, recluida en un convento de un pequeño pueblo del Valle de Punilla, y pudieron, pese a la edad y a los débiles recuerdos, lograr una entrevista para el film. En esa película, la pesquisa sobre el paradero de Falcón, fueron el vector de una historia que desnudaba una pasión, la de la cantante con Francisco Canaro, una traición y luego la decisión de nunca más aparecer en público pese al éxito que Ada Falcón tenía en ese entonces. La obsesión detrás del vals, permitió que los directores, pudieran, además trabajar sobre la idea del mito detrás de la mujer y del cuerpo negado como impedimento para que la memoria pueda ejercer su poder totalizador en un presente que se diluye. A partir del hallazgo, casi 20 años después, de un rollo con una filmación de la primera entrevista que Muñoz y Wolf hicieron para ese film, ahora en solitario Sergio Wolf presenta en Viviré con tu recuerdo (2016) otra búsqueda, aunque diferente. En él se obsesiona por conseguir la voz de Ada Falcón a partir de la pérdida del audio que complementaba las imágenes encontradas de una entrevista de la cantante y de la que él tampoco recuerda sobre qué se habló. El racconto necesario sobre Yo no sé qué me han hecho tus ojos ocupa una primera parte del film, para luego devenir en la obsesiva y minuciosa tarea que emprende Wolf hacia el encuentro de la voz de Falcón que se ha perdido en el mismo largo proceso de desarrollo. La nostalgia sobre aquello perdido, el aura y atmósfera de policial que se le impregna a Viviré con tu recuerdo como así también la decisión de mostrarse Wolf como un persuasivo y sagaz investigador, no le quitan espacio a la idea principal del film y la profunda reflexión sobre la voz y la imagen que se intercala en él. Si la disociación, eterna y a la vez originaria del cine, entre el cuerpo y la voz es el disparador de su trabajo, la difícil tarea de encarar nuevamente una búsqueda, será el motor de un film que dinamiza cualquier lugar común que se podría pensar a partir de la incorporación del director como eje de la investigación, acompañado por un puñado de personas. El mito de Falcón comienza a fagocitarlo, y si el asincronismo y el juego con la distancia pueden llegar a ser una solución para recuperar la voz de la cantante, en las constantes pruebas, la evidencia dice todo lo contrario. Hay un instante, en el que el Wolf actual, convertido en un sabueso (no aquel que seguimos viendo en las imágenes de Yo no sé qué me han hecho tus ojos y que son como loops del pasado que agobian a su yo presente), revisa materiales y reposa su mirada en un texto que justamente habla de “el cuerpo sin voz y la voz sin cuerpo” termina por cerrar toda la idea del film, y luego en una escena posterior en la que una “interprete labial” lo ayuda a dilucidar parte del enigma, reafirma la imposibilidad de ver qué pasó con ese DAT perdido que nunca más pudo encontrar. Viviré con tu recuerdo habla sobre la memoria y sobre el recuerdo que en una evocación, y aun habiendo sido registrado por un dispositivo, no puede lograr sentido a pesar de los esfuerzos denodados para hacerlo por parte del director, porque justamente ese momento que se capturó es tan inasible y lábil como la memoria de la mujer que lo protagoniza, la que en un momento decidió recluirse para nunca más volver y aún hoy, años después de su muerte, sigue perdida.
Poesía en la rutina En la vida de Fernando (Carlos Echevarría), el protagonista de Armonías del Caos (2012) de Mauro Nahuel López, todo es pesar. Pesar por su existencia, por tener que compartir vivienda con su padre (Lorenzo Quinteros), un hombre perdido en su mente, y pesar porque no ve una salida posible al tan gris presente que el destino le ha dejado en suerte. Diariamente debe esperar, a pesar de tener más urgencia que su padre, para realizar cualquier actividad, y alistarse para cumplir con su horario laboral, que éste termine sus diarios quehaceres en el baño, la cocina, hasta poder irse tranquilo, para que, al menos, al salir de su casa, tenga la creencia que nada extraño acontecerá. Su mujer (Maria Laura Belmonte), también vive ese presente lleno de carencias, y pese a que ama a Fernando, sabe que nada cambiará al menos por el momento, lo que también la agobia y la expone a una situación personal desesperante, tan desesperante como la de su marido y su padre. Alberto (Quinteros) aprovecha los momentos en que la vivienda queda para el solo como para poder, sin que los demás lo sepan, cumplir con algunas fantasías, y así, un viejo vestido puede ser una compañera de baile ideal, la misma con la que terminará concretando un encuentro furtivo en una habitación en la oscuridad de su soledad, para luego echarse a dormir abrazado a ella. López se detiene en Alberto, y explora su acontecer diario, con una cámara que busca y logra plasmar con poesía y una cuidada fotografía la decadencia de un hombre, que a pesar de todo, intenta “volar” en la soledad de su casa. Pero cuando un día Fernando regresa del trabajo, algo lo hace despertar de esa situación abúlica y tediosa de la rutina, por lo que decide contactar a un hombre (Sergio Pángaro) para que lo ayude a terminar con la sorpresa que se encuentra en la vivienda y de la que inevitablemente él no sabe cómo salir. Y así, de a poco, con esa incorporación del “extranjero”, la rutina estalla en otredad, y lo conocido se hace desconocido, y en ese extrañamiento ante el quiebre, López genera una segunda parte del filme tensa, en donde la poesía ya se transforma en tragedia. La trayectoria del realizador en el mundo de la publicidad impregna al filme con una estética cercana al clip estilizado, y eso logra que las imágenes de transición superen la disrupción que en los enlaces con títulos se avecinan horarios y momentos del día. Armonías del Caos es un filme imperfecto, pero que gracias a la entrega y el oficio de sus actores, destacando a Quinteros, la simple anécdota disparadora del conflicto, termina por generar la empatía necesaria para que el patetismo con el que el hijo trata a su padre, y el miedo con el que se relaciona con el extraño, terminen por converger en un relato intimista sobre una familia que no sabe ya qué hacer con uno de sus miembros y ve en la oportunidad de pensar una salida también una escapatoria para sus vidas.
El invierno Tras años detrás de cámara ayudando a otros realizadores, Emiliano Torres debuta por la puerta grande en la dirección con “El invierno” (2016) una puesta al día del amo y el esclavo en donde una oportunidad laboral para uno se convertirá en un castigo para otro. El duelo de dos hombres por ver quién merece más el puesto, los paisajes patagónicos que abofetean a los protagonistas, y la frialdad y solidez de la puesta, colocan a este western en medio del fin del mundo en uno de los mejores relatos que nos ha ofrecido el último cine nacional. Impecables sus protagonistas Cristian Salguero y Alejandro Sieveking.
La Lección Aquí los realizadores Petar Valchanov y Kristina Grozeva arman una mamushka interminable en plan película sobre la responsabilidad y la obligada decisión de su protagonista, una maestra de colegio, de refregar en la cara de sus alumnos alguna lección moral cuando ella se derrumba entre malas decisiones y un sinfín de obstáculos que la alejan de poder mantener a su familia contenida en al menos su casa. La Lección (Urok, 2014), hábilmente construye su relato con una ininpensada sucesión de calamidades por las que deberá pasar la protagonistas (Nadezhda, Margita Gosheva), quien además de los apremios económicos diarios, el desprecio de su padre, la apatía de su marido y la realidad agobiante, pondrá a prueba su propia moral en un juego maquiavélico de tomalo o dejalo interminable.
La gran parranda Si bien ya hemos visto muchas veces en producciones extranjeras propuestas similares, hay que destacar la capacidad del film de Nicolás Silbert y Leandro Mark para aggiornar al uso nostro el subgénero de “películas de fiestas”. No sólo eso, es un hallazgo la elección del elenco donde no únicamente el trío protagónico compuesto por Nicolás Vázquez, Alan Sabbagh y Benjamín Amadeo trabaja con solidez las características que describen a cada uno de sus personajes (la moral, el impulso, la inocencia), sino que se suma una serie de actantes periféricos que terminan potenciando el ofrecimiento. La trama de La última fiesta (2016) es simple: dejando atrás una relación de años, Dante (Alan Sabbagh), un gris empleado de museo, se deja convencer por sus amigos Alan y Pedro (Nicolás Vázquez, Benjamín Amadeo) para realizar una fiesta en una lujosa mansión. Como epicentro de la celebración está la excusa de su ruptura amorosa, producto de la incapacidad de Dante para asumir nuevos compromisos exigidos por su novia (Paula Carruega). Esa noche de excesos, vicios, y locura total, consolida la amistad con sus compañeros de la infancia, aquellos que siempre estuvieron a pesar del noviazgo y las actividades de cada uno. En el medio la confusión: una bella mujer (Eva de Dominicci) atrapa desde un primer momento la atención de Alan y termina por llevarse un valioso cuadro de la mansión, por lo que deberán encontrarla antes de devolver el lugar en condiciones al verdadero dueño con la mayor resaca de sus vidas y con la mitad de la fiesta olvidada en sus memorias. En la búsqueda se topan con maleantes, traficantes, mafiosos y actores pornos, que impiden que el objetivo sea conseguido rápidamente. Así, el hábil guión de Nicolás Silbert, Lucas Bucci, Tomás Sposato y Agustina Tracey prefiere que el gag y el punchline para reforzar la línea narrativa, y ahí es en donde todo confluye en una lograda comedia en la cual el objetivo planteado inicialmente, se cumple con creces. La última fiesta continúa afianzando la labor de los directores, quienes repiten tras Caídos del mapa (2013) en el cine de género, e incorporan al panorama argentino algunos usos y costumbres de la comedia americana. Si bien posee algunos vicios de este tipo de films (bromas escatológicas, ralentíes, flashbacks innecesarios), logra sortear lugares comunes con las impecables actuaciones en clave de género del trío protagonista y el impresionante cast secundario con labores únicas de Roberto Carnaghi, como el padre de Alan, un viudo adicto al porno, Graciela Pal, una mafiosa que debe sortear los errores de su hijo (Julián Kartún), o las participaciones especiales de Luciano Rosso y Sebastián Presta, César Bordón, por nombrar sólo algunos. La película cumple con su premisa -introducirnos en una fiesta inolvidable- mientras empatizamos con sus personajes con situaciones memorables (el latiguillo Alan, Alan, Alan, Alan que dice el personaje de Amadeo es sólo una de ellos) y nos hace creer que podemos todavía, entrar al cine y reírnos sin prejuicios del reflejo patético de nosotros mismos en la pantalla grande.