“Campaña Antiargentina” Personalísimo filme del debutante Alejandro Parysow, con el protagónico excluyente de Juan Gil Navarro, un actor que sigue demostrando su habilidad para elegir proyectos, que pese a la obra concluida, le permiten jugar con su costado menos solicitado, el de humorista. Acá Gil Navarro es Leo, y juega a ser un ex ídolo infantil que termina envuelto en una misteriosa conspiración en la que nada ni nadie realmente es lo que dice o cree ser. Lamentablemente la película pierde su capacidad para atrapar al espectador, convirtiéndose en un ejercicio narcisista del debutante realizador, en el que, al poco tiempo de iniciada, comienza a perderse por caminos poco sólidos. Vale la pena verla sólo por Gil Navarro.
“Antropoid” Inspirada en la controversial operación Antropoid, que buscó asesinar a la mano derecha de Hitler, el filme de Sean Ellis, protagonizado por un elenco encabezado por Cillian Murphy y Jamie Dornan, la construcción de la tensión es la principal base para lograr mantener en vilo al espectador sin grandes manierismos. Ellis bucea en la historia para potenciar el relato, y agrega las dosis de acción y romance necesaria para que todo fluya y funcione. Si es verosímil, o fiel a los sucesos, eso es otro tema, pero la facturación, la impecable reconstrucción de época, la dupla protagónica y la sorpresa, terminan por erigir uno de los filmes del año.
Voces en mi casa David y Alice son una pareja que anhelan tener, como muchas otras, una casa propia. Luego de ver varias y de ser muy exigentes en las visitas que realizan para conocerlas, David cree que una es la ideal y la lleva a la mujer para que determine si es la que necesitan. Tras unos minutos, en los que asistimos a una escena simple, tensa, pero efectiva, en la que David queda en un segundo plano, esperando por el veredicto de su esposa, El canal del demonio (The Canal, 2016) del realizador irlandés Ivan Kavanagh, sienta las bases de una historia envolvente, plagada de pesadillas, en la que David (Rupert Evans, recientemente visto en El niño), uno de los responsables del archivo de una institución educativa, verá cómo su vida cambia al alojarse en ese hogar tan soñado, del que no conoce su pasado. El relato, gracias a un guión sólido, progresa lentamente, revelando detalles de la pareja, de las características de cada uno de ellos, y del abismo que se comienza a generar entre ellos cuando David comienza a sospechar un engaño por parte de Alice con un compañero de trabajo, por lo que inicia una pesquisa para saber si sus intuiciones son certeras, haciendo que el relato cambie de tono y registro. Así, El canal del demonio, continúa su narración de intrigas y de misterio, en torno a la posterior desaparición de Alice (Hannah Hoekstra), y la participación en la misma de David, o no, ya que la pantalla será copada por flashbacks confusos sobre la noche en la que la mujer fue vista por última vez y que se desarrollaron junto al canal que el título refiere. La decisión de sumar, además, personajes secundarios que potencian la idea de lo irreversible de la muerte en un lugar en el que anteriormente se cometieron actos atroces, van configurando la estructura de la película, con logrados estereotipos que funcionan para darle verosimilitud a la historia. La incorporación de archivos cinematográficos, por la actividad que desarrolla David, suman efecto a la hora de revelar los hechos del pasado que vuelven a la casa, y que serán el desencadenante de la tragedia que Ivan Kavanagh busca llevar adelante en imágenes. Hay cierta reiteración de acontecimientos, y laxitud del relato, que resienten el planteo propuesto inicialmente, como así también una búsqueda de la sorpresa efectista para generar tensión cuando no era necesario, y pese a esto, la película sale airosa de los lugares comunes. La lúcida mirada sobre el género, que aquí es más un híbrido entre terror/thriller/policial, reposa en algunos diálogos entre el investigador de la desaparición de Alice (Steve Oram) y David. En uno de los encuentros éste le dice “la gente siempre sospecha del esposo, ¿sabes porqué?, porque siempre es el esposo”, y así el director demuestra su conocimiento sobre el género y las ganas de jugar y narrar, como así también las del espectador de seguir viendo la historia.
Genio y figura Es difícil hablar de una película como Favio: Crónica de un director (2015) porque en la nostalgia, en la anécdota precisa y el recuerdo más emotivo, se va configurando un complejo entramado de sensaciones que terminan por acercarnos, de una manera cercana, a la obra de un director tan esencial como Leonardo Favio. La película realiza un sentido homenaje desde la propia fascinación personal de Alejandro Venturini, realizador que durante varios años estuvo preparando esta película, aunque también es un documento que acercará a las nuevas generaciones a la obra de un genio. Acompañado por muchas personalidades cercanas a Favio (familiares, colegas, actores, etc.), Venturini desanda la carrera del director, un relato cronológico de su obra a cierta distancia de su muerte. También el film permite que la impronta y mística sea un hecho concreto y evidente. Otras anécdotas como la de Edgardo Nieva, cuando Favio casi lo deja fuera del proyecto de Gatica, el mono (1993), construyen al autor desde otro lugar, sin juzgar ni apuntar con el dedo. La obra de Leonardo Favio nos define cinematográficamente, y en el raccontto algo nos permite comprender su leyenda: su acercamiento al peronismo, su lucha y obsesión, su sentida historia personal, su infancia, su adolescencia, sus carencias. Venturini es con su cámara y habilidad para entrevistar, el nexo entre la oralidad y la realidad. Acompaña el relato con algunas imágenes tan icónicas de su carrera, y una banda sonora efectiva pero principalmente con la solidez narrativa que posibilita un disfrute total a pesar de la extensa duración del documental. Se entiende también que al ser un referente, y poseer una carrera tan vasta y potente, esas dos horas que asistimos a la crónica, hasta podrían ser pocas al abarcar lo inasible de un director necesario para constituir nuestra imagen e idiosincrasia. En el folclore de la anécdota, en el detalle de los espacios habitados por Favio, en la propia narración de él de algunas situaciones (Venturini pudo entrevistar a Favio tiempo antes de su muerte con su consentimiento, pero sólo fue autorizado a registrar audio), en los comentarios que no siempre son a favor sobre su rigurosidad laboral, la configuración del fantasma, la solidificación del mito, la construcción del monumento. Como frutilla del postre hay un cierre contundente, en el que la música envuelve y abraza la pantalla mientras se suceden imágenes de sus films, algo que no se podría haber logrado sin la mística y nostalgia que poco a poco Venturini impregna a lo largo Favio: Crónica de un director, un película sentida y honesta que recupera a Leonardo Favio y su trabajo para la posteridad.
Hay toda una serie de productos culturales que, tomando como punto de partida el fútbol y sus derivados, terminan por configurar un panorama muy autóctono sobre cómo, además, medimos nuestro sentido de pertenencia. “El hijo de Dios: Un Western Bíblico futbolero” (2015) comedia de Mariano Fernández y Gastón Girod, trabaja con el fútbol como disparador de un relato que además incursiona en un género particular, y con reglas establecidas, como el western. En el arranque la aridez de las imágenes y la correcta banda sonora afín a aquello que se muestra, generan el marco sobre lo que se mostrará a continuación. Tres amigos, en plan de fin de semana de disfrute, arriba de un viejo vehículo, se disponen a llegar a una ciudad del interior de Buenos Aires para entregarse a la procastinación. En el camino se encuentran con un personaje extraño y solitario llamado Jesús, el que, los acompañará en parte del trayecto hasta que llegan a Betania, un lugar en apariencia tranquilo, pero que es gobernado por gente que adscribe a la fe y la religión y que ve al futbol como el mayor de los sacrilegios y pecados. Así, “El hijo de Dios…” maneja el contraste de ambos mundos, el de los recién llegados y el de los estrictos religiosos, que verán no sólo con malos ojos la llegada de los extraños, sino que, además, decidirán castigarlos y apresarlos ofreciéndoles la posibilidad de la redención a partir de un partido de fútbol. Es interesante el planteo con el que Fernández y Girod disparan la acción del relato, esa idea de la pasión futbolera que debe ser acallada a partir de la prohibición absoluta del mismo, y no sólo del fanatismo o de la charla de bar, sino, principalmente, desde la erradicación, o el intento, de todo discurso posible acerca del mismo. La habilidad de los noveles directores reposa en la construcción icónica del filme, dado que, las actuaciones, un tanto débiles, imposibilitan el crecimiento discursivo del relato, algo que habría potenciado aún más su original propuesta. Desde la prohibición es desde donde el filme funda su verosímil, pero carece de fuerza en aquellos pasajes en los que los tres amigos debaten si el fútbol merece ser tan tenido en cuenta o si, como plantea uno de ellos, no es productivo su excesivo fanatismo. Desde la puesta y el montaje, la ida de western va creciendo paulatinamente, y algunas aisladas interpretaciones, como la de Jorge Sesán, un actor inmenso que siempre puede sacar provecho a sus personajes, y que en esta oportunidad encarna al villano. Por el resto hay buenas intenciones, pero la propuesta no termina por consolidarse, principalmente por la falla en las actuaciones protagónicas, que no logran traspasar la pantalla para generar la empatía necesaria y la aceptación del gag y el humor como verosímil para esta inverosímil historia.
El filme podría haber estado inspirado en un comic pero no. Podría ser adaptado luego. Seguramente los productores, ávidos de taquilla, estuvieron analizando qué tipo de filmes podría ser efectivo para que los espectadores puedan llenar las salas. Evocando a clásicos de la intriga y el suspenso, pero, principalmente, a aquellos filmes de los noventa y fines de los ochenta del siglo pasado, la historia bucea en la figura de Chris (Ben Affleck) un hombre con cierto nivel de autismo que supo superar sus falencias y convertirse en uno de los contadores más exitosos. Pero detrás de esa fachada se esconde un asesino a sangre fría, un matón que digita los destinos de quienes se encuentran en su camino, pero que también sabe ayudar cuando se lo piden. El filme deambula en episodios de series de procedimiento para terminar construyendo una película que tenía buenas intenciones pero que se diluyen con el correr de los minutos.
Experimento cinematográfico, la historia de desamor de dos mujeres es tan solo el inicio de un viaje sobre el universo femenino y el poder. Lucila Polak encarna a una realizadora cinematográfica que se deslumbra por modelos y termina envuelta con una de ellas en una serie de encontronazos y rencores que afloran en una larga charla con su mujer (Brenda Gandini). El realizador partía de planteos interesantes que no se logran traducir en una película, y termina por presentar situaciones estancas y aisladas del total del gran relato, a pesar que la incorporación de la voz en off de Graciela Borges como narradora intenten darle sentido a algo que no lo tiene.
Segundo largometraje de Nicolás Teté en el que se mete de lleno con un grupo familiar y las derivaciones a partir de la muerte del abuelo de ellos. Una madre y su hija llegan a un pueblo del interior y son en un primer momento rechazadas por todos. Pero a medida que los días pasan, los rencores y prejuicios van dejando lugar a la comunión y empatía. Teté filma honestamente, su cámara se pone a disposición de los personajes, con los que juega y a la vez enamora para ofrecer una historia simple, con la familia como vector y la música como disparador de situaciones. A seguir de cerca la obra del realizador.
Salchichas enamoradas ¿En qué momento un chiste, una broma entre amigos, llegó a convertirse en una serie de películas que hablan todas sobre lo mismo? ¿Cómo la amistad entre un grupo de actores y productores de Hollywood terminó generando las más irreverentes comedias y films de los últimos años? La nueva comedia americana buceó en lo más patético y looser de su idiosincrasia para generar historias que generaran empatía, pero también explotó su costado más cínico y crudo al trabajar con estereotipos derivados del consumo de drogas y la exaltación del sexo. Ese grupo, encabezado por el actor Seth Rogen, pero que incluye a intérpretes como Jonah Hill, James Franco y Michael Cera, suman a Kristen Wiig, Edward Norton, y Salma Hayek para generar una de las películas más corrosivas de los últimos tiempos: La fiesta de las salchichas (Sausage Party, 2016). El film, un indescriptible relato para adultos enmarcado en un inmenso supermercado, trabaja con un verosímil lábil que se desprende de la entidad de cada uno de los protagonistas, artículos de consumo que pueden, al igual que pasaba en Toy Story (1996), dialogar entre ellos y, en esta oportunidad, sentir algo “más”. El relato, trabajado desde una animación que no se destaca, adrede, por su virtuosismo, comienza cuando unas salchichas desean a toda costa emparejarse con panes de Viena. Con la idea que la salida del mercado los lleve al “más allá”, su lugar anhelado y soñado, esperan que los consumidores, dioses para ellos, los retiren de las góndolas. Los días en el mercado pasan de manera apacible, cada sector posee sus características étnicas y cada uno sabe qué hacer y qué no con el vecino, pero cuando inevitablemente una “ducha vaginal” es olvidada por una posible compradora, y un accidente con un carro de compras hace que los productos, y particularmente las salchichas y los panes, pierdan contacto entre sí, todo direcciona la trama a una búsqueda épica para que uno de los embutidos pueda de alguna manera “debutar” con el pan que deseaba. En La fiesta de las salchichas no hay término medio, es todo sexo, escatología, drogas, alcohol, una fiesta en la que el alimento pasa a ser el protagonista de un relato que pretende tener un sentido mayor que el que presenta. El problema radica en que a los quince minutos, el guion y los directores deciden poner toda la carne al asador, la artillería de bromas escatológiocas y sexuales (no hay doble sentido aquí) pasa luego a una progresión lógica mucho más espaciada en la que el encuentro entre la salchicha y el pan debe aparecer. La fiesta de las salchichas es un film irreverente, transgresor, que seguramente encontrará un público afín, el mismo que ha apoyado series como Family Guy, films como Ted (2012), o productos en los que nada es predecible, mucho menos la sorpresa y el resultado efectista que se cree que los realizadores buscan con la narración.