No hay deporte que luzca tan bien en el cine como el boxeo. El ganador se inscribe en esa enorme tradición que forjaron de Toro salvaje o Nido de ratas a El luchador o Million Dollar Baby. El enorme David o. Russell, el mismísimo de Tres reyes y Yo amo Huckabees, apuesta a otro de sus perdedores hermosos. El ganador no es la historia de uno sino de dos boxeadores que no dan pie con bola. Uno, sumido en las drogas y arrastrando al fracaso al otro, su hermano, a quien la interferencia familiar en el negocio del box está llevando a la ruina. Con el mejor Mark Whalberg, ese que mezcla fiereza y ternura, y un Christian Bale desaforadísimo, bien en su salsa, El ganador no puede perder al contar la historia de dos tipos que se niegan a tirar la toalla.
Los hermanos Coen adaptan la novela que sirvió de inspiración para que John Wayne ganara su único Oscar como protagonista. Para ocupar sus pesadas botas, los Coen recurren al enorme Jeff Bridges en Temple de acero, western donde una chica de 14 lo contrata para vengar la muerte de su padre. Él se hace cargo de los sutiles cambios de tono de la película y eclipsa las grandes presencias de Matt Damon y Josh Brolin, entre muchos otros. Bien cerca de ese humor seco de Sin lugar para los débiles que les valió un Oscar, los Coen consiguen que el western tenga un nuevo chispazo de vida en Hollywood. Y eso no es poco a la hora de hablar del género más importante que tuvo el cine en su breve historia.
El cine independiente estadounidense acostumbra mostrar el lado oscuro del sueño americano. El problema más común de este tipo de cine es la mirada sobre los personajes que no puede despegarse de la condena del cineasta. Debra Granik da una clase magistral de cómo evitar ese error en Lazos de sangre y, en una de sus decisiones más osadas, recurre a tonos típicos del cine de terror en situaciones que suelen abordarse más cerca de los melodramas televisivos más chatos. Sin grandes concesiones ni renunciar jamás a sus ideales, Lazos de sangre consiguió hacerse un lugar en las nominaciones al Oscar. Un pequeño triunfo para una gran película.
Un DJ caído en desgracia La generación tecno y un filme que apunta a los sentidos. DJ Ickarus despierta en un neuropsiquiátrico. El éxtasis le hizo mal y tuvo un brote psicótico durante el mejor momento de su carrera. Paseaba su música por el mundo en festivales de música electrónica y se la pasaba de fiesta en fiesta mientras terminaba su nuevo disco. La eterna y complicadísima relación entre arte y locura es el núcleo de Berlin Calling, con el epicentro en la ciudad más importante de la movida electrónica underground. Como podía esperarse en una película llena de símbolos, Ickarus quiere volar demasiado alto, se quema con el sol y tiene su caída estrepitosa. Se escapa del hospital aunque la internación sea voluntaria. Corre a casa para pedirle disculpas a su novia y manager, pero ella ya no está. Lo dejó por otra mujer. Busca contención y ayuda económica en su sello discográfico, pero lo despiden al instante. Vuelve derrotado al psiquiátrico, donde le dicen que ya no lo aguantan y le avisan que tiene que irse al otro día. Todo mientras Ickarus luce una flamante camiseta de la selección argentina del 86, que cambia de vez en cuando por otras remeras futboleras. ¿Qué hace el DJ caído en desgracia? ¡Organiza una fiesta de despedida! Roba pastillas del hospital, consigue drogas y alcohol y llama a un par de prostitutas. El director Hannes Stöhr apuesta por el tono tragicómico en una película que tenía todo para terminar en desgracia. Berlin Calling es una feliz mezcla entre Trainspotting y Atrapado sin salida. En la adaptación de Milos Forman, los hippies y los beatnicks se rebelaban contra el sistema estricto y represivo del hospital. Ahora son ellos quienes tienen el control y se transformaron en el nuevo enemigo para una generación que cuestionó eso de elegir una vida, un trabajo, una carrera y una familia. El optimismo de Stöhr se mezcla con cierta mirada new age donde la música tiene poderes curativos y regala paz interior. Cada vez que Ickarus atraviesa un momento de crisis, la respuesta está en unos auriculares gigantescos que sincronizan los estados de ánimo del filme con los de su protagonista. A nadie debería sorprender que la impecable música de la película y la ajustada interpretación de Ickarus estén a cargo de un mismo y reconocidísimo DJ. Paul Kalkbrenner, con su música y sus muecas, brinda un tour de force por esa montaña rusa emocional. Berlin Calling es una película hipnótica que prefiere los estímulos primarios, como buscar la euforia del espectador a partir de colores y sonidos, a las lecciones morales. Por eso el director se detiene tanto en cada una de esas fiestas a las que asiste el protagonista y tan poco en las consecuencias de las adicciones, que pasan a un segundo plano desde lo visual y dramático. Stöhr busca que el espectador sienta empatía con Icka más allá que se comparta o no su manera de ver la vida. Con una mirada libertina sobre las drogas y una idea muy particular sobre la redención, Stöhr consiguió un filme que condensa un par de décadas de excesos en sólo un centenar de minutos. La generación del tecno ya tiene una película que captura su esencia.
Iba a pasar. Con tanto gore e imágenes sádicas explícitas, el terror se iba a pasar de la raya. El juego del terror es esa película que nos hace doler y sufrir mientras la miramos. Sin piedad siquiera por los gatitos, El juego del terror explota al máximo las premisas de la saga de su hermana mayor El juego del miedo, que la inspiró, y abusa del sadismo. Con un comienzo un tanto moroso, la película despega cuando un ladrón de poca monta que quiere ayudar a su familia decide asaltar una casa repleta de “booby traps” que lo harán cambiar de planes en busca de la redención.
M. Night Shyamalan presenta la primera de las películas que integrarán las Crónicas nocturnas, en teoría cinco films de bajo presupuesto. La reunión del Diablo lo encuentra profundizando en su obsesión religiosa, más allá que no haya sido él quien estuvo a cargo detrás de cámara. El director John Erick Dowdle aprovecha como nadie la tensión provocada por las restricciones del guión: cinco personajes quedan encerrados en un ascensor y, a medida que van siendo asesinados, se dan cuenta que uno de los cinco es el Diablo. Más allá de los forzadísimos cierres y cruces de historias que acostumbra el cineasta hindú, La reunión del Diablo es mucho más efectiva y menos solemne que otros intentos de bajo presupuesto de Shyamalan como El fin de los tiempos.
A Harry Potter le cuesta despedirse y lo hace en dos partes. Esta primera entrega de Las reliquias de la muerte encuentra al mago más famoso de la historia del cine tratando de destruir horrocruxes, y con ellos a Lord Voldemort. Por momentos demasiado cerca de El Señor de los anillos, Harry Potter y las reliquias de la muerte gana cuando apuesta por la aventura y la diversión. En los momentos que David Yates apuesta por la solemnidad, como en ese largo campamento, la película pierde fuerza. En cambio, Las reliquias de la muerte es diversión pura en la hilarante escena del comienzo donde Harry Potter se multiplica. Ahí, en lo lúdico, está el secreto de la magia de Harry Potter.
Los disparates de los chicos de Jackass llegan por primera vez a los cines argentinos. Y esta vez, las bromas pesadas de la pandilla de Johnny Knoxville son en 3D, merecidísimo look para los chistes unidimensionales de siempre. Jackass 3D busca ser tan extrema como su antecesora, la imposible Jackass 2, y si bien nunca consigue ese techo de estupidez, acá tenemos cosas imposibles como abrazar cohetes gigantescos, mezclar bungee jumping con baños químicos o el mejor “choque los cinco” de la historia de la humanidad. Sin necesidad de narrar nada más que acumular gags, la vulgaridad de Jackass 3D es un lujo para ver en la pantalla más grande posible.
¿Se acuerdan de ¿Qúe pasó ayer?? ¡Más les vale! Antes de meterse de lleno con la secuela de esa película, Todd Phillips vuelve con otra comedia inolvidable. Todo un parto es tanto una road movie como una buddy movie, es decir una película donde dos personajes opuestos están unidos en un largo viaje. Uno, un arquitecto sobrador que busca llegar a tiempo al nacimiento de su hijo; el otro, un actor fracasado que quiere esparcir las cenizas de su padre. El primero es Robert Downey Jr, que las pasó por todas y está en el mejor momento y el más canchero de su carrera. El otro es Zack Galifianakis, que esta semana tocó el techo de su autodestructiva carrera al fumarse un porro en vivo en tv. La incorrección política de Phillips se potencia con protagonistas tan desaforados, pero el director consigue el más sentido homenaje al difunto John Hughes y su inmortal Mejor solo que mal acompañado.
Guillaume Canet, a quien vimos en su rol como actor junto a Audrey Tatou en Juntos, nada más, llenó su casa de premios César por esta adaptación de la novela de Harlan Coben. No se lo digas a nadie es un thriller donde un hombre, que tras ocho años de dolor no termina de reponerse por el asesinato de su mujer, comienza a sospechar que ella sigue viva. Canet explota al máximo esa gran enseñanza que dejó Hitchcock: siempre es un hombre común a quien le pasa de todo. El cineasta da cátedra a la hora de demostrar que, con muy poquiito, se puede conseguir una película inquietante que mantenga al espectador aferrado a la butaca. Para que Luc Besson, cineasta emblemático del cine de género francés y productor de No se lo digas a nadie, debería tomar nota.