¿Qué pasa con las comedias últimamente? ¿Acaso no hay una mente iluminada en todo Hollywood que pueda encontrar una buena idea y convertirla en una película graciosa decente? Parece que no porque los últimos films que intentaron hacer reír al espectador fracasaron de manera colosal entre los comentarios del público (aunque no tanto en taquilla). Lamentablemente Aprendices fuera de línea no viene a redimir la situación y acentúa aún más la brecha entre los guiones ingeniosos y divertidos y los guiones plagados de lugares comunes y con dificultades para llegar al remate. Y en eso, en el guión, es donde hay que apuntar y acribillar porque no se puede objetar la habilidad del director Shaw Levy (Real Steel, 2011), aunque ha tenido sus tropezones, ni mucho menos la gran dupla que conforman Owen Wilson y Vince Vaughn en la pantalla. O en realidad habría que culpar un poco a este último porque la historia y parte de la escritura de los diálogos provienen de él. Si dudas el gran gancho del film es apuntar a la “memoria emotiva” del espectador que vio decenas de veces Los rompebodas (2005) tanto en cable como en televisión abierta para hacerle creer que con este estreno encontrará un resultado similar del dúo Wilson/Vaughn. Pero no es el caso. La idea del film en si no es mala ya que desde hace un tiempo gracias a noticieros, distintas publicaciones y posts hay un imaginario colectivo sobre lo que debe ser trabajar en Google, pero las mentes detrás de este proyecto no supieron como brindar un buen entretenimiento para hacer algo diferente teniendo esa novedad a su favor. Salvo por la genial escena del partido de Quidditch y las referencias nerds (principalmente la de los X-Men) que son muy buenas, esta es una película repetida. De todos modos lo escrito aquí no quiere decir que no haya gente que no pueda disfrutar esta propuesta. Pero seguramente que la persona que lo haga también sentirá que algo falta o incluso sobra (es excesivamente larga). En tanto, el resto seguirá aguardando una buena comedia de Hollywood que cumpla con todo lo que ese género requiere. Esperemos que no sea una espera demasiado prolongada.
Cuesta mucho no hablar bien de un genio como Almodóvar pero lamentablemente de vez en cuando hay que hacerlo y esta será la ocasión. El retrasado estreno de Los amantes pasajeros no sirvió para mitigar las malas referencias que se podían escuchar sobre el film sino más bien reafirmarlas. El galardonado director español presenta un trabajo que retrocede unos cuantos casilleros en su carrera y que ni por asomo se asemeja a las joyas que estuvo haciendo en los últimos diez años. Lo original y perturbante de la Piel que habito (2011), lo nostálgico de Volver (2006) y la emoción de Hable con ella (2002) no se encuentran ni en un fotograma de esta producción a pesar de mantener una clara “identidad Almodóvar” en los diálogos y en el reparto. Gay confeso desde la primera hora y militante por la igualdad de derechos, Almodóvar supo transmitir transgresiones al respecto en sus films estrenados en los 80s y principio de los 90s y si Los amantes pasajeros se hubiese estrenado en 1982 seguida de Laberinto de pasiones casi con seguridad que hubiera roto unos cuantos moldes y generado más de una controversia, pero en el año 2013 lejos se encuentra de ello y más bien atrasa. Pero al margen de este tema, tampoco termina de funcionar como comedia con la excepción de un pintoresco número musical en el medio de la cinta. La trama está demasiado estirada y los diferentes conflictos de los protagonistas se pierden. Sin embargo de los actores no se puede hablar mal. Pese a lo estereotipados que se encuentran, Javier Cámara, Antonio de la Torre, Carlos Areces y Raúl Arévalo hacen un buen trabajo y tienen mucha química entre ellos. Lo mismo sucede con Cecilia Roth, aunque no llega a sobresalir. ¿Antonio Banderas y Penélope Cruz? No se dejen engañar por el poster porque sólo aparecen dos minutos en un breve cameo que sirve de disparador del conflicto central de la historia. En síntesis, Los amantes pasajeros ofrece un entretenimiento muy fugaz que sólo logra arrancar un par de sonrisas y hacer desear que para su próxima película Almodóvar vuelva al pedestal que le corresponde.
Los que se encuentren leyendo estas líneas tienen que tener en cuenta, si es que dudan en ver o no Renoir, que se trata de una película francesa no sólo en nacionalidad sino también en estilo, es decir, con otros tiempos y otra dinámica a lo que suele inundar las salas de cine e incluso diferente a los últimos estrenos franceses que llegaron a nuestra cartelera. El film tiene todas las características de los clásicos de ese país a propósito y a modo de homenaje, lo cual puede llegar a ser apreciado por la parte del público que lo pueda captar. Por ello, por esa característica, el film es algo lento y demasiado contemplativo. Pero vale destacar que visualmente es muy bello y no podía ser de otra manera ya que se trata de los últimos días (meses en realidad) de uno de los artistas más talentosos del Siglo XX que supo retratar la belleza femenina (con los estándares de la época claro está) como pocos lo han hecho. Esa fortaleza visual es un gran acierto del director Gilles Bourdos, de quien nos encontramos con que esta es su cuarta película pero la primera que se estrena en Argentina. Aquí enfatiza bien la relación del gran pintor con su hijo mayor, quien luego se convertiría en el célebre realizador Jean Renoir, y las particularidades que tenía con sus modelos. El trío protagónico está muy bien logrado con una gran autoridad a la cabeza como lo es Michel Bouquet, quien lleva más de 50 años en el rubro, y secundado por un correcto Vincent Rottiers y una bellísima Christa Theret. Esta última se encuentra desnuda la mayoría del film con tanta naturalidad y soltura que realmente logra transmitir en la pantalla lo que el pintor plasmaba en sus lienzos. Renoir es una buena opción para los amantes del cine francés clásico pero hasta ahí llega. No hay que pedirle más.
Con Vino para robar, Ariel Winograd termina de demostrar que es uno de los mejores realizadores argentinos surgidos en los últimos años. Luego de las geniales Cara de queso (20006) y Mi primera boda (2011) llega con su propuesta más cinéfila, ingeniosa, entretenida y plagada de guiños para los amantes del séptimo arte. Si bien es verdad que el film tiene varios parecidos con propuestas similares de Hollywood esto es algo hecho adrede donde se tomó lo mejor y se le dio una identidad criolla que incluso enaltece este tipo de comedias en donde los protagonistas –al mejor estilo buddy movie- se traicionan mutuamente, escena tras escena, actos tras acto y a su vez se enamoran. Winograd sigue de cerca a James Bond, a El caso Thomas Crown (1968/1999), a El Golpe (1973), a La gran estafa (2001), a The Italian Job (2003), e incluso a Misión Imposible para dar rienda suelta a este film que circula el límite de la parodia pero que decide quedarse en la comedia de situación donde no hace falta llegar al ridículo. O sea, no es verosímil y es genial que no lo sea porque así es como se luce la historia. El brillante guión es captado y esgrimido con gran pericia por parte del dúo protagónico. Así es como encontramos a un Daniel Hendler que desfila entre lo solemne y lo cómico, siendo este último aspecto el que le sienta realmente bien. Y al hablar de comedia e intérpretes que han demostrado que saben transmitirla a la perfección hay que destacar a Valeria Bertuccelli, quien en esta oportunidad demuestra una faceta graciosa (incluso estando alejada de La Tana Ferro) muy pintoresca. A lo mejor le faltó un poco de sensualidad para hacer un eco aún mayor a la “chica Bond”… Martín Piroyansky se reafirma como el actor fetiche de Winograd. La química cinematográfica actor/director es innegable y el papel del talentoso joven es de lo mejor de la película. Lo mismo sucede con Pablo Rago y su Mario Santos, el policía que quiere ser el héroe (otro de los homenajes del director, en este caso a su colega Damián Szifrón). Asimismo, también hay que destacar las labores de Juan Leyrado (un verdadero Lex Luthor) y las magníficas intervenciones de Mario Alarcón en su viñedo venido a menos. Por ello, por su excelencia actoral, por un guión soberbio, y por una factura técnica que excede la media, se puede decir que Vino para robar es de lo mejor que ha producido el cine nacional últimamente, demostrando -una vez más- que el género no solo es factible en nuestro país sino que además puede llegar a ser excelente.
En una época donde la cartelera se encuentra plagada con varias películas animadas elegir una sola opción (o dos) puede llegar a ser muy difícil, más teniendo en cuenta que cada una ofrece una propuesta diferente. Y de eso se trata Turbo, porque si bien las carreras ya han sido exploradas en el cine de animación (recientemente por las malísimas Cars y Cars 2), este estreno aporta otro matiz. El aspecto más atractivo de esta película es su originalidad: la simple idea de que un caracol de jardín pueda correr a la par de autos de Fórmula Uno es brillante. Más aún si se tiene en cuenta el gran chiste mundial que representan los caracoles en cuanto a su lentitud, lo que convierte la premisa del film en una verdadera paradoja. Esto salió de la mente del novato director David Soren quien plasmó en su ópera prima la fascinación de su hijo por los caracoles y por las carreras. Así, con un guión simple y sin vueltas rebuscadas la historia fluye atrapando al espectador niño y no dejando de lado al adulto para nada. Los chistes están bien aplicados y los diferentes y diversos personajes se encargan de mostrar y señalar desigualdades, lo que sirve para dejar una especie de moraleja. La cual -afortunadamente- no es para nada anti clima porque está bien diseminada. La animación está a la altura de los buenos estándares que nos tiene acostumbrados Dreamworks pero no innova en nada nuevo y desde el arranque se nota que no nos encontramos frente a una de las obras cumbres de la empresa. Sólo vale destacar en cuanto a lo técnico, el sonido. Eso es lo único que sale de la media dado a que las carreras suenan de la misma manera que una real y los que son fierreros podrán apreciarlo. Lo que le falta a Turbo para compartir cumbre con los grandes hitos de la animación reciente es épica porque lo que tiene de original se desnivela (para abajo) por falta de escenas y diálogos que trasciendan. Ni siquiera en el climax cargado de emoción se logra generar una atmósfera tal. Pero eso es para ponerse exquisito y para los que disfruten desmenuzando películas porque el grueso del público de esta propuesta (los más chicos) lo pasará genial en la proyección. Si es que sus padres eligieron esta opción…
Mientras uno ve El chef tiene una sensación de deja vu y en más de una ocasión seguramente va a pensar “esta película ya la vi”. Inmediatamente puede ser que llegue a la mente la joya Ratatouille (2007) porque la historia es similar en algunos puntos pero no llega a ser ni por asomo lo magnífica que fue la producción de Disney/Pixar. Las personas que disfruten de la típica comedia francesa la pasarán bien pero tampoco encontrarán nada nuevo en el trabajo ofrecido por el actor devenido en director Daniel Cohen. El ritmo es bueno pero todas las salidas son previsibles, y el humor es demasiado pretencioso por lo que no llega a divertir sino más bien a ser pasatista. Pero en contraposición está muy bien desarrollado el amor de los personajes hacia la comida, la buena comida, haciendo que esta se convierta en un protagonista más y eso es algo muy ingenioso. Sin embargo, el mayor atractivo del film es Jean Reno, quien una vez más vuelve a demostrar su versatilidad. No solo los tipos duros le sientan bien, y aquí se apodera por completo del film tapando al protagonista principal Michael Youn. La continua repetición de secuencias en las cuales los personajes que son lo opuesto terminan haciendo equipo y complementarse es el mayor exponente de la ya citada previsibilidad de la película. En una época de tanques que rompen la cartelera sin dejar respiros, El chef es una opción para los que quieren alejarse de las explosiones. Aún así reiteramos: no se encontrará nada nuevo y su mayor acierto es la comida, por ello a lo mejor una buena opción es quedarse en casa viendo el canal El Gourmet.
El Llanero Solitario es una de esas películas que luego de haberla visto, y a medida que las horas van pasando, empezará a decaer la primera impresión para darle lugar a la reflexión y lamentablemente esta no es buena. Al menos eso sucederá con una parte de los espectadores, los que luego de la obnubilación por el pintoresco despliegue visual (el único punto fuerte del film) se encontrarán con que vieron una cinta totalmente vacía y que verdaderamente no aportará nada a la historia del cine, salvo dinero claro… Una buena forma de definir El Llanero Solitario sería “una película sin corazón”. ¿Qué quiere decir eso? Que ninguno de los elementos que compone el producto (dirección, guión, elenco, música, etc) tiene un compromiso artístico salvo el departamento que estuvo a cargo de los efectos visuales que hicieron un trabajo genial. Muchos podrán alegar que varias de las súper producciones que se estrenan por año son similares, y probablemente algunas lo sean, pero de las estrenadas recientemente esta es la que da la sensación de ese vacío en pos del comercio. Otra cosa que llama la atención es que no queda claro el tono del film, pasa de un momento a otro de una comedia absurda a una película infantil, pasando por el género de aventuras, el western e incluso con lugar para el drama. Cuando esto sucede no es buena señal ya que por lo general significa que el estudio metió mucha mano en las decisiones y no dejó al director seguir su visión. Y dado el momento en el cual se encuentra Gore Verbinski no es de extrañar ya que desde hace rato no estrena un film con la impronta que supo tener (con la excepción de Rango, 2011). Incluso por momentos se copia sí mismo, porque nos encontramos ante una película que tranquilamente podría ser la hija bastarda de Piratas de Caribe pero en el lejano oeste, siendo Toro (o Tonto) de Johnny Depp la máxima prueba de esto porque por momentos parece que vemos a Jack Sparrow disfrazado de indio. Ojo que actúa bien y que no se malentienda porque Depp siempre brinda laburos formidables pero aquí incluso habla (con acento) y corre de la misma manera que el corsario, lo que deja la sensación que desde el vamos es un papel muy similar y a un actor de su talla eso no se le escapa. Así que seguramente fue algo adrede. Armie Hammer es otro talentoso en asenso pero aquí no despliega carisma y está totalmente eclipsado por su compañero de elenco, e incluso por el villano (William Fichtner), quien hace un papel digno. Esto sumado a la excesiva duración de la cinta y los vaivenes mal conectados del guión hacen que si se sacan los efectos visuales nos encontraríamos ante una película mediocre, algo común en la reciente filmografía del productor Jerry Bruckheimer, quien se ha convertido en un gran comerciante. Algo que seguramente repetirá en esta ocasión.
Parece que Ritmo perfecto es otra de esas películas en las cuales no hay grises: o te gusta demasiado o no te gusta nada (últimamente hay muchas de esas) porque si el espectador no entra en la sintonía que propone el film se va a sentir desplazado y si eso sucede es imposible de disfrutar. Tal vez sería acertado decir que es como el “lado B” de la famosa y exitosa serie Glee, porque el film vendría a ser políticamente incorrecto y con unos cuantos chistes bastantes pesados que no se podrían hacer en el show televisivo. Para que se puedan hacer una idea, la película tiene una onda Mean girls (20xx) pero con números musicales en el medio. Con ese tono y la simple premisa de una competencia/guerra de coros en la universidad se desprenden situaciones verdaderamente geniales. Algo muy ingenioso es que los protagonistas son tratados (y representados) como losers totales pero que se la dan (y creen) de ganadores. El ambiente creado por el director Jason Moore es brillante, más teniendo en cuenta que se trata de su ópera prima (aunque tiene una amplia trayectoria en televisión). Y el incisivo y ocurrente guión también está a cargo de una persona (Kay Cannon) que se forjó escribiendo series de tv y que ahora adaptó la novela llamada Pitch Perfect: The Quest for Collegiate A Cappella Glory. Sin embargo, todo esto sería nada sin la excelente labor del reparto. Anna Kendrick vuelve a demostrar una vez más que es de lo mejor que ha dado Hollywood últimamente agregándole grandes dotes para cantar a su inmensa versatilidad. Su personaje, Beca, enamora y hace reír. Y el punto opuesto es Rebel Wilson, quien ya desde el nombre de su personaje (Gorda Amy) plantea toda la irreverencia e incomodidad en sus dichos y actitudes. Tiene líneas brillantes que hacen reír mucho. El resto de los personajes de los coros son tan disímiles como geniales ocupando cada uno un lugar determinado y bien planteado en la historia, destacando a Anna Camp y su escatológica escena. Mención aparte para la ya consagrada Elizabeth Banks por lo poco sutil de su papel. Y un buen musical (o semi-musical) no sería tal sin una banda sonora acorde y Ritmo perfecto está a la altura con algunos hits más que conocidos y canciones nuevas. Por ello, cabe destacar que el single “Cups” llegó al top 100 de Billboard y que el sountrack de la película vendió casi 800 mil copias en la era de la piratería. Por todo esto no es de extrañar que ya haya una secuela confirmada para 2015 con todo el elenco volviendo a interpretar para sus papeles. La película es una joyita, pero si el espectador no disfruta de los musicales ni del humor irreverente, lo mejor que puede hacer es elegir otra película de la cartelera. En cambio, si se disfrutan de este tipo de propuestas no hay que dudar en ir a verla y entregarse a este pseudo musical que va un paso más allá del género.
La Pasión de Michelangelo es una de esas películas que con una mayor producción seguramente impactaría bastante por su temática. Es una historia real que en su momento causó bastante revuelo en Chile y que ahora tranquilamente se puede usar a modo de denuncia sobre los falsos fenómenos religiosos y como algunas personas sacan provecho de ello. A priori, y si no se conoce del tema, parece que uno se encuentra -una vez más- ante un film que gira en torno de la dictadura militar (en este caso la de Pinochet) pero ni bien la historia avanza el espectador se va metiendo en ese misterio a través de la mirada del Padre Ruiz Tagle (Patricio Contreras), quien intenta desmentirlo pero que en el camino se encuentra algunas sorpresas. Ese es un acierto del director Esteban Larraín, uno de los exponentes de la llamada “nueva ola del cine chileno”. Con co-producción argentina, si bien la puesta en escena es un poco austera se aprovecha la locación en exteriores para recrear la época. En cuanto al reparto, el consagrado Patricio Contreras está bien en su papel pero el joven Sebastián Ayala se carga la película al hombro en el protagónico desarrollando varios matices en su personaje. Desde lo naif hasta lo cínico, pasando por el morbo y la controversia. Está última parte bien asistida en lo actoral por Anibal Reyna, quien su Padre Lucero encarna lo más polémico de la iglesia. En resumen, La Pasión de Michelangelo es una buena opción apara el que quiere ver algo diferente. Una muy interesante historia real trasladada al cine, pero con bajo presupuesto…
Analizar una película como La cacería es verdaderamente difícil sin dar spoilers dado que es un film muy rico para comentar y desmenuzar en largas charlas dado a todo lo que genera y todas las reflexiones que se pueden hacer. Cualquiera que vea esta cinta no va a salir indemne. Algo le va a causar, ya sea indignación absoluta y frustración, hasta sed de justicia y un verdadero cuestionamiento de cómo es que recibimos las noticias y las confirmaciones que emitimos sobre ellas cuando aún son rumores. Ver La cacería incluso puede llegar a ser un buen ejercicio sociológico sobre los pueblos pequeños y los comportamientos de sus habitantes dado que es ahí donde radican todas las genialidades argumentales que hacen la historia y la composición de sus personajes. El director Thomas Vinterberg (Querida Wendy, 2006) regresa a su país natal (Dinamarca) para desarrollar uno de los mejores dramas estrenados recientemente, que sin ser un hecho real declarado es muy contemporáneo en todo el mundo. El clima de tensión y la forma que consigue generar empatía con el espectador es formidable, al igual que una edición perfecta donde los planos lo dicen todo. Y cuando los planos no hablan si lo hacen los actores: Mads Mikkelsen, quien ha demostrado ser un groso en la serie Hannibal, aquí hace los mismo pero mostrando otra faceta. Todos estos elementos bien combinados hacen que luego de una breve introducción del conflicto en los primeros 15 minutos de la película sumerjan al espectador por completo en la trama involucrándolo de una manera cuasi íntima. Pocas veces u título se encuentra tan bien utilizado como en esta oportunidad donde no sólo la cacería es una práctica -aberrante- practicada por los habitantes del pueblo sino también por lo análogo en cuanto al protagonista que es “cazado” en todo sentido. En definitiva, es una gran película para ver y luego debatir hasta el cansancio, si es que este llega.