Woody Allen es un genio y lo demuestra todos los años. Puede gustarte más o menos alguno de sus films pero todos tienen esos condimentos tan excepcionales que hacen que sus trabajos sean únicos. Blue Jasmine no forma parte del top ten del aclamado director ni tampoco será recordada como una de sus obras cumbres, pero eso es porque tiene demasiadas. Este estreno cuenta con una construcción del personaje central tan formidable a nivel guión y performance que si la Academia no le da un Oscar a Cate Blanchett en la próxima premiación será una estafa. La manera que utiliza la actriz para mostrar la bipolaridad de su personaje y soltar esos maravillosos monólogos es como una cátedra del mejor taller de actuación que exista. Y como es de costumbre en las películas de Allen, no solo el protagónico está muy bien sino que el resto del elenco también se luce: Alec Baldwin como de costumbre y los pseudo desconocidos Sally Hawkins y Bobby Cannavale están magníficos como la hermana de la protagonista y su pareja, respectivamente. Ácidos comentarios, elocuencias varias y disfunciones familiares terminan por componer una elaborada y graciosa historia al compás de una edición simple y sin pretensiones. Los amantes del cineasta saldrán felices de la sala y los espectadores ocasionales estarán más que satisfechos. Es una gran opción que no defrauda en lo más mínimo sino todo lo contrario.
Con 20.000 besos Sebastián De Caro le hizo un regalo a todos los cinéfilos argentinos, sobre todo a aquellos que hoy están transitando sus treinta años y les pone la piel de gallina determinada banda sonora y pueden repetir de memoria líneas enteras de diálogo de Star Wars. Los que pueden hacer eso son hijos absolutos de la generación pop (en el mejor sentido de la palabra) del cine y herederos de este gran estreno. Tal como Greg Mottola hizo con Superbad (2007) y Adventureland (2009), De Caro da testimonio de buen cine a través de una historia simple y sin muchas vueltas pero encerrada en un universo lleno de matices. Dependerá de los intereses que el espectador comparta con ese mundo para que disfrute más o menos el film. O sea, si bien nos encontramos ante una muy buena comedia (romántica) para que esta se trasformé en maravillosa y disfrutarla por completo hay que entender cosas tales como “Sentí que estaba en Dagobah y que levantaba una nave con la mente”, que es lo que le dice un personaje al otro. Convirtiendo de esa manera un mítica parte de Star Wars en una metáfora para la vida misma. Amén de estas referencias, el punto fuerte del film es el elenco que actúa de manera brillante. Uno quiere ser amigo y formar parte del grupo compuesto por Walter Cornas, Alan Sabbagh y Clemente Cancella, quienes junto a Gastón Pauls (como el gran Goldstein) encarnan a personajes auténticos y más que divertidos, que logran transmitir uno de los objetivos del director: que el espectador sienta que el grupo existía con anterioridad a la película y que perdurará una vez finalizada, dando la sensación que solo logramos espiar un segmento de sus vidas. Lo que hay que remarcar de 20.000 besos es que no es una película nerd propiamente dicha (aunque contenga varios elementos de ese mundo) sino una historia de amor donde un tipo sin quererlo ni buscarlo se enamora de alguien “que no sabe quién es Jim Morrison”. Lo que levanta las interrogantes universales sobre de quién nos enamoramos y cómo, y nos embarcamos en la búsqueda de un por qué que nunca aparecerá. Luciana, el genial personaje de Carla Quevedo, aquel que odiarán muchas mujeres, hace que uno llegue al análisis y rememore en su propia conciencia y experiencias sobre las Lynn Mimmays (el polémico personaje del anime Robotech) de nuestras vidas. Una excelente banda sonora compuesta exclusivamente para el film (junto con un hit) ocupa un lugar fundamental en la cinta al igual que una certera edición y bellísimos planos que notarán los que entienden un poco de la materia al igual que ciertos aspectos elegidos para contar la historia (tales como la iluminación) no propios de un film de este género. El cine argentino estaba pidiendo a los gritos una película como 20.000 besos, ahora que la tenemos solo queda disfrutarla y convertirla en mito.
Caídos del mapa es una de esas películas ideales para ver a los 12 años, momento en el cual aún se conserva gran parte de la inocencia donde todo es posible y también donde comienzan las atracciones y vínculos amorosos con personas del sexo opuesto. Con clara influencia de Los Goonies (1985), el film es la adaptación de la exitosa saga literaria de la autora María Inés Falconi, cuya primera publicación fue en 1995 y a la fecha ya van diez volúmenes editados de las aventuras de este cuarteto de amigos preadolescentes. Hay que elogiarle a esta producción nacional lo bien seleccionados que están los niños actores a tal punto que dejan pintados a los personajes mayores que quedan bastante desdibujados e incluso llegan a ser poco soportables por el público adulto que vea la película. Los directores Leandro Mark y Nicolás Silbert manejan bien los climas y los pequeños pasos de género que hay dentro de la cinta: un film de aventuras juveniles que posee tintes de drama y romance. Una emulación a The breakfast club (1985) pero con chicos más jóvenes. Dentro de los confines determinados por la historia no hay que pretender verosimilitud en lo que ocurre dentro del sótano en el cual los amigos se “hace la rata” así como tampoco las reacciones de sus padres y maestros al no encontrarlos. Si se busca bajar esos conceptos a la realidad, la película pasa a ser un despropósito, por ello hay que tomársela como lo que es y hacia qué público está dirigida. Lo que no está bien hecho son los pocos (por suerte) efectos visuales en algunas secuencias. O sea, es entendible que sean caros de hacer y que no se cuenta con el presupuesto de una producción hollywoodense para llevarlos a cabo de manera correcta, pero eso tampoco es excusa como para hacerlos “como salgan”. Incluso los más chicos se dan cuenta de la inferioridad de aquellas tomas porque están acostumbrados a la excelencia de los FX de los tanques de todos los años. Lo mejor hubiese sido no hacerlos en lugar de utilizarlos mal. Eso junto a la música de la banda Miranda es lo que más desentona del film, el resto está muy bien. Caídos del mapa es una gran opción para los más jóvenes, más aún para aquellos que todavía no descubrieron los adventure films de los 80’s como la mencionada Goonies o Stand by me (1986). Por ello, es una buena oportunidad para abordar ese mundo pero con el gran agregado de la localía.
Criticar (de forma negativa) a una película porque tiene como personaje principal a uno de los hombres más nefastos que caminó el planeta o bien porque no gusta la manera en la cual se lo retrata no tiene sentido alguno y no hace más que confundir al potencial espectador. Aclarado esto, hay que decir que lo único malo que tiene Wakolda es su título porque si bien se entiende el por qué del mismo una vez que se vio la película, da la sensación de que se quedó corto ante las diferentes experiencias y sensaciones por las cuales el espectador transita. Y eso es algo maravilloso y habla muy bien de cualquier película. Cuando un film pone nervioso y da bronca es innegable que es bueno, y desde el minuto uno Wakolda te atrapa. Primero entra por los ojos la genial fotografía y los encuadres que no caen en lo fácil que en este caso sería resaltar el paisaje patagónico sino que atestigua con soberbia los pequeños detalles y las generalidades de los personajes. Lucía Puenzo se luce como realizadora y hace lucir a todos los actores en ese 1960 muy bien recreado. Al principio nos detenemos en la jovencísima Florencia Bado en su gran debut frente a las cámaras donde logra sacar adelante con total naturalidad a un complicado personaje. Por su parte, Natalia Oreiro vuelve a demostrar una vez más que puede salir del estereotipo de las telenovelas para meterse con todo en un papel demandante y que en este caso le requirió el aprender (mediante fonética) otro idioma. Diego Peretti se ha convertido en un sello de calidad actoral y aquí afirma eso al igual que Elena Roger. Párrafo aparte merece el español Alex Brendemühl, quien tiene todas las cualidades que un buen villano, si es que cabe la palabra, tiene que tener. Su carisma es tan abrumadora como lo macabro de su mirada. Hablar más de su personaje develaría parte de la trama y su identidad, algo que la crítica y el periodismo especializado está haciendo con mucha liviandad. Aquí no se hará eso. Un muy buen guión con ritmo y sorpresas termina por convertir a Wakolda en uno de los grandes estrenos nacionales del año. Una película osada y que no se conforma solo con contar una historia conocida sino que le adhiere un tinte épico para aplaudir.
Berreta. Palabra más que apropiada para definir a esta mediocre, por no decir desastrosa, producción. Sólo para dos tiene todo lo malo que puede poseer una comedia de situaciones y lo explota a su máximo exponente mediante interpretaciones desganadas y desalmadas y un guión de lo más pobre, carente de sentido y con todos los clichés imaginables. Tomemos The Heartbreak Kid (2007) y Forgetting Sarah Marshall (2008) y quitémosle los diálogos ingeniosos, las buenas actuaciones y las vueltas de tuerca originales, únicamente dejemos el escenario del hotel en la playa. ¿El resultado? Sólo para dos. Por ello, podríamos decir que este estreno es un intento de copia de aquellas películas protagonizadas por Ben Stiller y Malin Akerman, y Jason Segel y Mila Kunis, respectivamente, pero disminuida a su mínima expresión porque si dejamos por un segundo de lado (aunque cueste) la dirección, las actuaciones y el guión, la producción entera tiene pinta de trucha y que se gastaron toda la guita en honorarios o bien no supieron administrarla para que se note en la pantalla. El director español Roberto Santiago lleva a su cargo este intento de comedia y no logra generar un buen clima ni en lo actoral ni en la puesta en escena. Ni si quiera supo aprovechar los paisajes naturales del lugar en el cual rodó el film. Además, sin duda un estudiante de cine puede hacer una mejor edición. El elenco es uno de los menos homogéneos y carentes de química que ha transitado en el cine en años. Un impresentable Nicolás Cabré no puede hacer que ninguno de los estereotipos de su personaje coincidan con los de Martina Gusman, quien seguramente va a querer borrar este trabajo de su curriculum. Santiago Milán, María Nela Sinisterra y Antonio Garrido intentan hacer algo pero no queda claro qué. O sea, no se sabe si son pésimos actores o si el guión es tan malo que dieron lo mejor de sí y aún de esa manera no lograron quedar bien parados. Gags ya vistos y repetidos hasta el hartazgo, incoherencias por demás y el no conseguir hacer reír son las razones por las cuales no hay que desperdiciar 100 minutos (y dinero) para ver está película. Pero bueno, gustos son gustos...
Cacería macabra es una invitación a pasarla muy bien en el cine para todos aquellos espectadores que sepan apreciarla y valorarla como lo que es: una comedia de terror. Y lo de terror hay que agarrarlo con pinzas porque en realidad nos encontramos con una slasher movie totalmente autorreferencial que se burla del género pero de una manera tan ingeniosa que no llega a ser parodia sino que incluye al espectador en un disfrute que lo pasea por todos los elementos de esa categoría cinematográfica. Los que busquen seriedad y solemnidad seguro catalogarán este estreno como malo, pero los que no lo hagan apreciarán el gran laburo que hizo el ignoto director Adam Wingard en este film que hizo ya hace tiempo (2011) pero que recién ahora llega a la pantalla. La historia es simplísima y ya la vimos mil veces. ¿Los motivos de la cacería? También fueron más que utilizados en decenas de largometrajes y en la televisión, y aún así no aburre ni un poco sino todo lo contrario. Las secuencias están tan bien editadas y la genial banda sonora (una de las mejores del género) hacen que lo viejo y gastado parezca nuevo. Incluso el elenco, uno que es bien dispar y que choca al principio porque no se condicen los físicos con los papeles (uno de los hijos parece de la misma edad y/o mayor que su padre) termina de completar el delirio y queda claro que todas las decisiones se tomaron a propósito para desentonar. Por ello, desde su contundente preludio hasta su inverosímil y divertido final, Cacería macabra es una gran opción para los amantes de este tipo de películas así como también para los que quieran distender -con humor- las tensiones y olvidar todo en una sala de cine.
Parece que últimamente hay una crisis en el género comedia dramática. Muchas películas no balancean muy bien los elementos que tienen que ser simpáticos y atractivos para el espectador con los que le tienen que causar reflexión y/o tristeza. No hay una identidad homogénea en todo el film sino que comienza de una manera y luego de la mitad “salta” de género. Este es el caso de Un piso para tres, donde claramente se ve una comedia de enredos al principio y hacia el final vira hacia un lado demasiado reflexivo y hasta un poco pretencioso para lo que es la película. Aunque ya vista, la idea de tres hombres divorciados en sus cuarenta y pico y con los problemas típicos de sus vidas (obligaciones, laburos, crisis financiera, paternidad y sus ex parejas) es fértil y ahí es donde se encuentra lo mejor de la cinta: la riqueza de sus personajes. Son sus historias individuales (contadas por medio de flashbacks) lo que mejor se encuentra construido a nivel historia, un buen recurso explotado por el director Carlo Verdone, quien también forma parte del trío protagónico. Este, junto a Pierfrancesco Favino y Marco Giallini logran una buena química en pantalla pero tampoco llegan a transmitir lo que se intuye que se intentó hacer. La factura técnica está bastante bien y no hay que pedir más que lo que se puede ver. En definitiva, más allá del problema de identidad y de unos cuantos clichés, es una película que disfrutará más una cierta parte del público, aquellos que se sientan identificados con la historia y/o los personajes.
¿Hasta dónde puede llegar un hombre enceguecido por ser famoso? ¿Cuáles son los límites que tiene una persona para cumplir un “sueño”? Reality plantea interesantes respuestas a esas interrogantes en clave de comedia a la italiana. Y tal vez ahí es donde falla un poco porque luego de un arranque cómico en donde vemos al protagonista que de casualidad hace el casting para entrar a la casa de Gran Hermano, luego se contempla un gran drama familiar por la obsesión del tipo, y la identidad del film se va perdiendo de a poco. El director Matteo Garrone, consagrado por Gomorra (2008), su última película, en esta oportunidad escoge el grotesco en claro homenaje a los films italianos de las décadas del ’50 y ’60 para adornar la historia y sus personajes, y lo logra pero al intentar mezclarlo con el realismo no consigue un buen resultado. Asimismo, no intenta hacer un análisis sociológico de los reality shows y su impacto sino contar una simple historia. Tan simple que resulta bastante previsible. El reparto está muy bien y el protagonista (Aniello Arena) tiene muy buenos momentos pero no tanto como para hacer crecer a una película con una identidad difusa y que se queda en el camino.
Sufrimiento. Esa es una buena manera para describir a esta cinta porque se somete al espectador a 100 minutos de los más tortuosos. Y no porque la película sea mala porque no lo es, sino por su temática: un bebé con cáncer. O sea, se puede hablar de las excelentes actuaciones de Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm, quienes como los padres del chico se lucen en la pantalla mostrando un gran abanico de emociones de las más creíbles, pero surgen la preguntas: ¿Por qué? ¿Es necesario que una persona por voluntad propia pague una entrada para sufrir por más que el film cuente y refleje una historia real?. El espectador sabrá… Algo para destacar además de las actuaciones es la gran puesta en escena por parte de la protagonista quien también resulta ser la directora de este estreno. El ritmo es vertiginoso y rápido como una película de Hollywood por lo que carece de los tiempos clásicos del cine francés y ese no es un dato menor para los potenciales espectadores argentinos. Incluso hay un pseudo número musical en el medio. Por último, también hay que mencionar un muy buen uso de mezcla de estilos en la banda sonora, algo clave para el modo en el cual el film está narrado. Declaración de vida es una buena película que no resultará pesada pero que asegura muchas lágrimas (y de las crueles). Están avisados.
Jobs es una película que antes de ser estrenada genera polémica. Muchas personas (que aún no la han visto) ya la critican y dicen que es mala. ¿La razón? Ashton Kutcher interpretando al mítico fundador de Apple. Que equivocados que están estos detractores, ya que la labor de Kutcher es increíble no solo por haber sacado un tono de voz similar e idéntica manera de hablar y caminar, sino que también logró captar su esencia. Se nota que Steve Jobs era alguien a quien el actor respetaba y admiraba mucho. Amén de que la caracterización física (peinado, maquillaje, ropa, etc) está perfecta. Dicho esto, que es el punto más fuerte y más importante, queda hablar de la película en sí. Y el film es muy bueno pero no es excelente, le falta épica y una gran comparación para hacer al respecto es con Red Social (2010) en donde el gran David Fincher supo convertir una interesante historia de un genio y traiciones en un apasionante thriller nominado al Oscar. En este caso, tal vez habría que culpar al casi ignoto Joshua Michael Stern cuya filmografía obviamente ni se asemeja con la del director de Seven (1999) y aún tiene mucho que probar. Jobs merecía otro director de más renombre, alguien que pudiera tomar decisiones más jugadas y contar la historia desde otros puntos para hacerla más relevante. La historia de este genio tiene mucha pasta para película de Oscar pero lamentablemente se quedaron en el camino. Sin embargo, lo que el novato guionista Matt Whiteley optó por contarnos no es escaso como algunos declaran sino que es incompleto. O sea, no abarca toda la vida de Jobs sino una parte: los años más turbulentos y no los de consagración absoluta y los de sus inspiradores discursos, enfermedad y muerte. Otros señalan que faltó mostrar aún más las peleas con Bill Gates y el enfrentamiento con Microsoft, pero eso ya se vio en Piratas de Silicon Valley (1999) y repetirlo no tenía sentido, aunque la escena en la cual Jobs putea a Gates por teléfono es genial. Fotografía correcta, banda sonora decente y un buen reparto acompañan a Kutcher en este gran relato de uno de los hombres más importantes de la historia moderna. Y para los que conocen muy poco sobre aquel tipo que creó la manera en la cual hoy escuchamos música o nos relacionamos con la tecnología, esta buena película es una gran opción. No se dejen llevar por comentarios de personas que no vieron Jobs. Juzguen por ustedes mismos y, citando el famoso eslogan de Apple, “Piensen diferente”.