“Stella”, presentado en el Ciclo “Les Avant-Premières 2010” es posiblemente el estreno más importante de la semana y seguramente uno de los más desapercibidos. Reducida su salida a pocas salas en tamaño DVD y sin nombres conocidos a nivel de actores y director, sería una pena que los cinéfilos lo dejen pasar de largo. Sylvie Verheyde, su realizadora, sólo tenía en su haber dos largometrajes anteriores, desconocidos en Argentina. El tercero que ahora nos llega es un relato fuertemente autobiográfico ambientado hacia 1977, año en que ella tenía algo más de diez años. Su alter ego es encarnado por una joven debutante (Léora Bárbara) de extraordinaria expresividad. Stella es una niña cuyos padres conforman una pareja que no se lleva muy armoniosamente y que regentean un bar y pensión de un barrio de Paris (13º arrondissement). La madre, interpretada por Karole Rocher, que ya estuvo en los dos largometrajes anteriores de Verheyde, no le presta mucha atención a la hija y flirtea con algún cliente mientras que el padre (Benjamín Biolay) en cambio intenta transmitirle cariño. La familia proviene del norte de Francia, más precisamente de la misma región donde está ambientado otro reciente film galo: “Bienvenido al país de la locura”, el mayor éxito francés de la historia y donde se habla el “Ch’ti”, dialecto de difícil comprensión. La llegada a Paris y el ingreso de la niña a un colegio parisino de clase media alta no se revela tarea fácil, ya que sus nuevos compañeros se burlan en general de ella. Los problemas de conducta y natural distracción y poca constancia de Stella le traerán problemas con varios de sus profesores. Su relación amistosa con Gladys (Mélissa Rodrigues), cuyos padres son curiosamente emigrantes de Argentina y más precisamente activistas vinculados al ERP, producirá un vuelco en la vida de Stella de la que saldrá fortalecida. Ambas niñas frecuentarán sus respectivos hogares y establecerán una relación de fuerte camaradería y complicidad. Este cronista tuvo oportunidad de vivir en casi la misma época en lugares cercanos a aquél donde transcurre la acción del relato y certifica que la reproducción de la época es impecable, incluidos el ambiente familiar de clase media y la música prevaleciente. En ese período estaban de moda Eddy Mitchell, la diva popular Sheila y los cantantes italianos, que son muy bien rescatados por la banda sonora del film. Cabe agregar finalmente que entre los personajes que frecuentan el café de la familia se encuentra uno interpretado por Guillaume Depardieu, hijo de Gérard, que falleciera trágicamente pocos meses más tarde.
En 1999 Pablo Trapero cobró notoriedad con Mundo grúa, un primer largometraje en blanco y negro que significó el lanzamiento de una carrera cinematográfica ascendente y ahora consolidada. Una década más tarde Carancho, su sexta película, lo muestra sólidamente afirmado al contar con un reparto envidiable y una producción de elevada calidad. Ricardo Darín es sin duda un actor muy codiciado, basta como ejemplo su reciente participación en la multipremiada El secreto de sus ojos, siendo su participación en el sexto film un logro de su director. La carrera de Martina Gusmán pese a lo corta, apenas tres largometrajes todos dirigidos por su esposo, es prometedora sumando a las actuaciones su nada despreciable rol de productora en Matanza Cine. La pareja vuelve al Festival de Cannes, compitiendo en “Un certain regard”, luego de haber participado hace dos años en la Selección oficial. El Festival francés suele privilegiar la presencia de apenas algunos pocos realizadores argentinos. Entre ellos se destaca Lisandro Alonso, con una propuesta cinematográfica casi en las antípodas de la de Trapero, y con un tipo de cine muy elogiado por cierta crítica local e internacional, que en opinión de este cronista ha sido francamente sobrevalorado. Carancho es un típico film noir, género que ya era popular en las décadas del ‘30 y ‘40 tanto en los Estados Unidos como en Francia. Hay escenas de gran crudeza que probablemente alejen a parte del público femenino, pese que algo de ese clima ya se encontraba presente en Leonera. Darín es Sosa, un abogado con pocos escrúpulos que aprovecha o genera accidentes de tránsito para esquilmar a las compañías de seguro. La pérdida de su matrícula, resultado de una mala praxis que él niega, él la atribuye a su mala fortuna. Cuando su vida se cruce con la de Luna (Gusmán), una joven médica venida del interior con algunos problemas de adicción, creerá que su mala suerte empezará a cambiar. La relación de ambos tendrá fuertes oscilaciones pasando de un intenso impacto inicial, al posterior desencanto y siguiente reconciliación. Por momentos las escenas íntimas no terminan de convencer, quizás haya faltado algo de química entre los dos intérpretes principales, pero se compensan con otras muy convincentes teñidas de gran violencia. Ambientada en un barrio suburbano, no estarán ausentes temas de gran actualidad como la inseguridad y la corrupción policial. Es notable el nivel técnico con profusión de planos secuencias y muy buenas imágenes nocturnas, dado que la mayor parte de la acción transcurre a altas horas de la madrugada. Hay algo de trágico en todo el relato, muy propio del género, aunque la resolución final que, como es habitual no revelaremos, se puede vislumbrar resulatndo creíble. Carancho”(¿comprenderán los franceses en Cannes el significado del término?) será un digno representante de nuestro cine. Competirá además con Los labios, otro film nacional recientemente premiado en la 12ª edición del BAFICI.
Terminado el BAFICI, las distribuidoras locales se disputan las salas cinematográficas con siete estrenos, varios de ellos de gran nivel como “La cinta blanca”, Sólo un hombre” y “Pecados de mi padre”. No puede decirse lo mismo de “Hombres de mentes” (“The Men who stare at Goats”), que reúne sin embargo a un selecto elenco. Los antecedentes cinematográficos de su director, Grant Heslov, lo ubican fundamentalmente como actor de reparto y con vínculos de amistad con George Clooney, al haber escrito junto a éste “Buenas noches y buena suerte” y coproducido “El amor cuesta caro” de los hermanos Coen. En esta oportunidad Clooney es Lyn Cassidy, un ex integrante del “New Earth Army”, que vendría a ser un ejército de militares con poderes paranormales. Quien lo contacta es el periodista Bob Wilson (Ewan McGregor) que se propone investigar a los integrantes de esta unidad, que también se hacen conocer como los “guerreros Jedi”. Juntos irán hasta territorio iraquí para rescatar a Bill Django, un líder hippie que interpreta el reciente ganador del Oscar Jeff Bridges y que parece sentirse cómodo e identificado con este tipo de personajes. Es grato volver a encontrar a Kevin Spacey (bastante ausente de nuestras carteleras últimamente) como un antipático rival de Django e impresiona bien Stephen Lang, recordado coronel en “Avatar”, que aquí compone un personaje parecido. Este grupo de delirantes personajes tiene cualidades especiales y son capaces de matar con la mirada fija, como lo demuestra Lyn (Clooney) en una escena en que ejercita su poder frente a una cabra (de allí el título original). Hay momentos divertidos y otros donde la atención decae. Es seguro que la mayoría de los espectadores sentirán un gusto a algo “déja vu”, al presenciar las locuras y desventuras de estos seres bastante alejados de la normalidad. Entre los antecedentes conviene recordar a la muy superior “Trampa 22” (inolvidable Alan Arkin), “El botín de los valientes” (Kelly’s Heroes”) y en menor medida “MASH”, las dos últimas con Donald Sutherland. Este actor, bien podría haber compuesto el rol que aquí tiene Clooney, el que más se destaca en “Hombres de mentes”, un título local con doble sentido bastante bien elegido.
El BAFICI, con su oferta de algo más de 400 largometrajes, hará que seguramente pocos espectadores se desplacen a ver uno de los estrenos de la semana. Nos referimos a “El padre de mis hijos” (“Le père de mes enfants”). Resulta lamentable que la distribuidora de este film haya elegido una semana tan poco conveniente para su presentación local y lo más probable es que cuando el Festival finalice la película francesa ya permanezca en muy pocas salas. Hecha entonces la advertencia corresponde marcar los numerosos méritos del segundo largometraje de la directora Mia Hansen-Love, que fuera presentado en la muestra “Un Certain Regard” del Festival de Cannes 2009. Lo primero que conviene señalar es que la historia se basa en un hecho verídico que le sucedió al productor Hubert Balsan de la primera película de Hansen-Love, un hombre virtualmente desconocido en nuestro país. Más aun, es aconsejable no develar dicho acontecimiento para no quitarle interés a la trama. El personaje, interpretado por el desconocido actor y reciente visitante de nuestro país Louis-Do De Lencquesaing, se encuentra atravesando una crisis económico-financiera de los proyectos de coproducción de películas de su país, Francia, con otros de Asia (Corea) y Rusia. Esa situación lo lleva a prestar mínima atención a su esposa Sylvia Canvel (Ciria Caselli) y a sus tres hijas. Es la mayor de éstas, Clémence, la que más sufrirá la situación de abandono. La interpreta Alice De Lencquesaing, nada menos que la hija en la vida real del actor que nos visitara. Grégoire Canvel, tal el nombre del personaje, se las pasa hablando por celular y manejando a velocidades mayores que las permitidas en las rutas francesas, lo que lo lleva a cometer repetidas infracciones hasta quedarse “sin puntos” en su registro. Pero hechos más graves lo llevarán a situaciones límites haciendo que la historia pivote sucesivamente sobre otros dos personajes, primero la esposa y luego la hija mayor. Uno de los méritos mayores del film es la naturalidad con que fluye la historia, otorgándole la directora total verosimilitud a cada uno de los personajes, incluyendo los empleados de la productora cinematográfica. Las casi dos horas que dura “El padre de mis hijos” no se sienten en lo más mínimo y sólo cabe repetir la recomendación y advertencia inicial de que nos encontramos frente a uno de los más logrados films estrenados desde el inicio del 2010.
Mario Sábato es un realizador argentino de 65 años y quince largometrajes en su haber, con una carrera muy irregular. Cuando apenas tenía 18 años realizó “El nacimiento de un libro”, mediometraje referido a la obra literaria de su padre, que fue premiado en su momento. Siete años después tuvo un promisorio debut en el largometraje al dirigir “Y que patatín, y que patatán”, donde echaba una tierna mirada al mundo de la infancia, con un notable elenco que incluía a Sergio Renán, Héctor Alterio y Cipe Lincovsky entre otros. Luego la carrera cinematográfica sufrió un retroceso llegando a filmar, bajo un seudónimo (Adrián Quiroga), varios episodios de los Superagentes y de los Parchís, de escaso interés artístico. A fines de la década del setenta volvió a hacer cine “serio” al dirigir “El poder de las tinieblas”, basado en el “Informe sobre ciegos” de la monumental “Sobre héroes y tumbas”. En “Ernesto Sábato, mi padre” que ahora se estrena, hay varias escenas de dicho film, siendo su intérprete principal el ya mencionado Renán. Pero el grueso de su documental no se refiere a la carrera como escritor de su padre ya que el énfasis está puesto en mostrar aspectos más ligados a la familia de Ernesto, comenzando por su nacimiento en el pueblo de Rojas. Lo notable es que fue uno de diez hermanos, todos varones (el undécimo falleció al nacer) y que su fecha de nacimiento (24 de junio de 1911) coincide con la de otro célebre argentino: Juan Manuel Fangio. La decisión del enfoque familiar parece acertada ya que como afirmara Mario, en reciente entrevista durante el programa de radio Cinefilia (FM La Tribu), otros podrán referirse en el futuro con más detalle a la carrera literaria del escritor. Pero es sin duda Mario Sábato quien mayor información dispone por ejemplo sobre su madre, Matilde Kusminsky, a la que Ernesto conociera cuando sólo tenía diecisiete años. La de sus padres fue una pareja que duró muchos años hasta que una enfermedad se la llevó a ella en 1998. Otro aspecto trágico fue la muerte de Jorge, hermano de Mario, en 1995 en accidente automovilístico. El documental transmite una gran tristeza y ni siquiera la presencia de nietos, familiares y amigos en varias celebraciones en la famosa casa de Santos Lugares logran disipar esa sensación de soledad en la que se encuentra en la actualidad Ernesto. Preferimos recordarlo en épocas más lejanas (muchas imágenes son de 1995) cuando afirma en cámara que no es una persona muy recomendable y propensa a depresiones. Para los argentinos es un orgullo tenerlo, como lo muestran los testimonios de Magdalena Ruiz Guiñazú y Raúl Alfonsín, al referirse a su trabajo impecable como líder de la CONADEP. También resulta emocionante una escena cerca del final del film, filmada en la casa hace pocos años, cuando Sábato recibió la visita de Mercedes Sosa, quien lo homenajeó interpretando una parte del “Romance de Juan Lavalle”.
Parece un lugar común la afirmación de que la remake norteamericana de un film europeo no esté a la altura de la obra original. En el caso que nos ocupa, se trata de una versión casi idéntica de “Hermanos”, que la danesa Suzanne Bier (“Corazones abiertos”, “Después del matrimonio”) dirigiera en el 2004 y que pasó casi desapercibida por nuestras pantallas. En efecto, apenas unas dos mil personas la vieron en su breve estadía por unas pocas salas, en proyección en DVD. De manera que para la mayoría de los espectadores no será posible hacer una comparación entre la primera versión y la dirigida ahora por Jim Sheridan, cuyo título original (“Brothers”) y local es idéntico al original. Del notable director irlandés se tenían varios antecedentes destacables, dado que tres de sus siete largometrajes, incluyendo el primero (“Mi pie izquierdo”), contaban con trascendentes actuaciones de Daniel Day-Lewis, quien por ese film ganó el Oscar como mejor actor. También tuvo varias nominaciones “En el nombre del padre”, completando la trilogía “Golpe a la vida” (“The Boxer”). En los último años la carrera cinematográfica de Sheridan ha venido declinando, a tal punto que su sexta y muy criticada película (“Get Rich or Die Tryin’”) no se estrenó localmente. “Hermanos” se ubica en un punto intermedio desde el punto de vista de su calidad e interés. Contra la opinión mayoritaria de la crítica local, este cronista opina que hay algo para rescatar en este drama, que cuenta con sólidas actuaciones de sus dos protagonistas masculinos centrales. Tobey Maguire, muy conocido por “El hombre araña”, se había destacado previamente en “Las reglas de la vida” (“The Cider House Rules”), basada en la excelente novela de John Irving, uno de los más grandes escritores contemporáneos. Aquí compone a Sam, un marine que es enviado a Afganistán y que como resultado de la explosión de su helicóptero es dado por muerto. A señalar que en la versión danesa, esta escena resultaba casi inverosímil, lo que no sucede aquí. Por su parte, Jake Gyllenhaal (“Secreto en la montaña”, “La prueba”, “Soldado anónimo”) es Tommy, casi la imagen opuesta de su hermano, dado que al inicio del film lo vemos salir de prisión. El tercer personaje relevante es Grace, la esposa de Sam, en una actuación algo fría aunque correcta de Natalie Portman, de la cual debe destacarse su atrayente belleza. De todos modos, la actuación de la actriz de los primeros episodios de “Star Wars” y de “La otra Bolena” no consigue superar la de Connie Nielsen, en idéntico papel, en la versión original danesa. En esta oportunidad adquiere mayor relevancia el personaje del padre de Sam y Tommy, una acertada composición del veterano Sam Shepard. Es esa figura la que desencadena varios de los momentos más graves y dramáticos del film, al realzar la figura del hermano ausente frente a las aparentes carencias del otro. A ello se agrega una creciente aunque algo equívoca relación entre Grace y Tommy y el cariño que éste despierta en la hija de su cuñada. La parte final de la película reserva algunos momentos de alto dramatismo, haciendo del conjunto una obra de cierto interés, sobre todo para quienes no hayan visto el original y desconozcan por lo tanto su contenido y desenlace.
Transcurridos casi tres meses del año 2010, la presencia del cine argentino en nuestras pantallas se revela mínima. No es que no haya habido estrenos nacionales ya que, sobre un total acumulado de sesenta novedades, la cuarta parte es de dicho origen. Pero el porcentaje del público que las ha visto representa un magro 1%. Es cierto que varios de esos films han tenido una muy limitada salida en una o dos salas, muy a menudo de circuitos independientes tales como el MALBA o la Fundación Proa. Difícilmente se vuelva a repetir el fenómeno del año 2009, donde más de un 15% del total de espectadores (33 millones) vio cine argentino. Claro que la mitad de ellos vieron un solo film. Nos referimos obviamente al “El secreto de sus ojos”, gran ganador del Oscar extranjero. Es probable que en próximas semanas ese magro porcentaje ascienda cuando se presente lo nuevo de directores tan cotizados como Burman, Trapero u Olivera. En todo caso, “Paco” de Diego Rafecas que se acaba de estrenar no contribuirá a ese aumento de audiencia de film locales, lo cual resulta paradójico por más de una razón. En primer término se destaca un amplio reparto, pocas veces reunido en un mismo film. Otro aspecto a señalar es el interés que a priori podía despertar un tema no muchas veces tratado en nuestro cine como es el tema de la droga. Finalmente un buen nivel técnico que incluye la excelente fotografía de Marcelo Iaccarino y una buena banda musical (Babasónicos, Tonolec) no se vieron reflejados a nivel de la crítica en los principales medios gráficos. Y el público, al menos en su primer día de estreno, no respondió. Diego Rafecas posee una corta carrera como director, que se inicia en el largometraje con la ambiciosa y no muy lograda “Un Buda” en 2005. En 2008 sufre un traspié aún mayor con “Rodney”. “Paco” es, hasta ahora, su film más interesante aunque algo fallido, pese a la riqueza de medios (actores, técnicos) de que dispuso. El nombre del film tiene una doble significación dado que a la más obvia, que refiere a la droga que se obtiene como subproducto de la cocaína, le agrega el nombre del personaje central que interpreta Tomás Fonzi. Hijo de una congresista (Esther Goris), con un look parecido a una famosa figura de nuestro país (!) es derivado por su madre a una clínica, que dirige el dúo interpretado por una convincente Norma Aleandro y por Luis Luque. En ese recinto transcurre parte importante del film y es allí donde se entremezclan los mejores y más flojos momentos de un relato que se hace demasiado extenso (dura algo más de dos horas). Entre los jóvenes que habitan el centro de rehabilitación se encuentran todo tipo de personajes. Los hay muy efervescentes, como los que componen Guillermo Pfening, Leonora Balcarce y Romina Ricci, o más introvertidos como la más creíble Majo de Lucrecia Blanco, la casi catatónica Belén de Sofía Gala Castiglione o el propio Paco. Pero el extenso reparto cuenta aún con otros intérpretes de interés como Salo Pasik como un comprensivo sacerdote empleado en la clínica, Juan Palomino que también lo hace allí como el ”Indio”, especie de guardia nocturna del edificio. Pascual Condito, además de distribuidor de la película, hace su enésima aparición, esta vez como el chofer de la senadora en acertada actuación y Willy Lemos y Claudio Rissi componen dos atormentados padres. Son buenas las escenas filmadas en Johannesburgo, donde Paco hace sus primeros pasos en el mundo de la droga, pero aún mejores las que muestran la “cocina” de la droga en medios donde conviven traficantes y el lumpen mundo de los drogadictos. A “Paco” le hubiese sido más beneficioso una menor cantidad de historias paralelas (producto del gran número de personajes), logrando de esa manera focalizar el interés del espectador en el personaje central que, por momentos, parece desaparecer de la historia. Igualmente se trata de un film nada desdeñable y sólo parcialmente fallido.
“Loco corazón” (“Crazy Heart”) no es un gran film. Hasta se podría afirmar que su historia es convencional y por ende poco original. Pero hay algo que la distingue del resto de películas nominadas este año al Oscar. Nos referimos a la extraordinaria interpretación que brinda Jeff Bridges, un actor a quien a lo largo de casi 30 años no le han sobrado premios, pese a actuaciones memorables. Desde pequeño, Jeff “vivió” el cine en compañía de su padre Lloyd Bridges, llegando incluso a aparecer (sin crédito) en algún episodio de la legendaria serie “Caza submarina”, hacia fines de la década del ‘50. Sin embargo su debut cinematográfico se produjo algunos años antes en el largometraje “The Company She Keeps”, drama carcelario dirigido por John Cromwell, con Jane Greer y Lizabeth Scott y aquí estrenado con el título “Dos mujeres” (a no confundir con la película de Vittorio de Sica). En esa película también aparecen sin crédito, al igual que él, su madre Dorothy Dean Bridges y su hermano mayor Beau, ambos también intérpretes de varios otros films. En su apenas cuarto largometraje, “La última película” (“The Last Picture Show”) de Peter Bogdanovich, Jeff fue nominado por primera vez (corría 1971) como mejor actor de reparto. Lo sería aún otras cuatro veces, como su recordada actuación en “Starman”, y por fin este año y ante el clamor de la concurrencia a la ceremonia del Oscar, ganaría un merecido premio que es además un reconocimiento a toda su trayectoria. La jalonan ya sesenta películas con títulos tan memorables como “Ciudad dorada” (“Fat City”) del gran John Huston y “Tucker, un hombre y su sueño” de otro grande (Francis Ford Coppola). En “Los fabulosos Baker Boys” lo acompañaron su hermano Beau y una muy sexy y bella Michelle Pfeiffer, mientras que Terry Gilliam lo dirigió en dos oportunidades: la multinominada “Pescador de ilusiones” (“The Fisher King”) y la no estrenada en cine “Tideland” de 2005. Y los hermanos Coen lo hicieron en otra actuación sorprendente en “El gran Lebowski” “Loco corazón” del debutante Scott Cooper retoma un tema muchas varias veces visitado por la cinematografía norteamericana. La historia de un hombre, otrora famoso y ahora en decadencia, ha sido aplicada a deportistas (está aún fresca la nominación de Mickey Rourke por “El luchador” el año pasado), actores y también cantantes. Dentro de este último rubro, no pocas veces ha ocupado un lugar central el género de música country, con un antecedente insoslayable como es el “El precio de la felicidad” (“Tender Mercies”) de Bruce Beresford. En esta ocasión el nombre del personaje (Bad Blake) parece una ironía ya que se trata de un ser más bien bondadoso, aunque con un pasado algo turbulento. Por algo será que ignora el paradero de su hijo ya adulto, a quien intentará conocer en forma infructuosa. De gira en gira por recónditos lugares de los Estados Unidos, se gana penosamente la vida en presentaciones junto a músicos, que van rotando según la región que visita. Cuando se cruce en su vida una joven periodista, encarnada por Maggie Gyllenhall (“La secretaria”, “La sonrisa de Mona Lisa”), junto a su pequeño hijo, Bad recuperará las ganas de vivir y todo se reducirá a saber si logrará o no reencauzar su vida. No parece casual la inclusión de Robert Duvall en el rol del mejor amigo del cantante. Más bien hasta parece premonitoria su presencia, ya que el actor casado con una argentina (que aquí pronuncia algunas palabras en español!) ganó su primer y único Oscar en la mencionada película de Beresford en 1983. Resulta en cambio más cuestionable la inserción de Colin Farell en el rol de otro cantante de música country en pleno ascenso, a quien se lo ve poco convincente. Párrafo aparte para la música del film, con excelentes canciones de T-Bone Burnett y Stephen Bruton, que se llevaron otro Oscar a la mejor canción original. El propio actor canta algunas de ellas. Cuando el domingo 7 de marzo pasado fue anunciado el premio a la mejor interpretación masculina, la ovación dedicada a Jeff Bridges fue impactante. La reacción del actor también lo fue al dedicarlo a sus padres, ya fallecidos, con un emocionante “Thanks Ma, thanks Pa”. Fue sin duda el momento culminante de una entrega de los Oscar con pocas sorpresas, salvo la muy agradable consagración de “El secreto de sus ojos” y la dilucidación de quien sería el vencedor entre Bigelow y Cameron, que finalmente dictaminó que por primera vez una mujer se llevara los premios como mejor directora y mejor película, luego de más de 80 años de dominio masculino.
Puede considerarse un acierto la libre traducción del título del film inglés “An Education” como “Enseñanza de vida”, al ser un fiel reflejo del contenido de esta historia ambientada en Londres a principios de los’60. Fue dirigido por Lone Scherfig, una realizadora danesa de cincuenta años, de cuya filmografía (seis películas) sólo se estrenó una, la interesante “Italiano para principiantes”. Como es habitual en la cinematografía británica, hay aquí un nivel parejo en las interpretaciones, comenzando por la casi desconocida Carey Mulligan (“Orgullo y prejuicio”), que pese a tener veinticuatro años en la vida real, asume el rol de Jenny de apenas dieciséis. Jenny es una brillante estudiante secundaria además de virtuosa ejecutante del cello, que a causa de este instrumento y una fuerte lluvia traba relación con David Goldman, quien la duplica en edad. Su rol lo asume el actor Peter Sarsgaard (“La huérfana”, Soldado anónimo”), que pese a su apellido y dicción es nacido en los Estados Unidos. El padre de la chica, un excelente Alfred Molina, la trata con bastante severidad pero rápidamente se vuelve permisivo al caer en las redes de David, de una escala social superior como lo revela su muy exclusivo auto deportivo y aparente poder económico. Convence a los padres para que junto a su socio Danny (Dominic Cooper) y la algo vulgar novia de éste, bien retratada por Rosamund Pyke (“Otro día para morir”, “Orgullo y prejuicio”) frecuenten restaurants y clubes de jazz a la moda. El problema se planteará cuando Jenny empiece a descuidar su educación, su aprendizaje del latín necesario para ingresar a la carrera de literatura en Oxford flaquee y sus profesores vean con malos ojos lo que consideran una regresión. Particularmente estricta resultará la directora del colegio, una corta y bienvenida presencia de Emma Thompson. La situación se volverá crítica cuando David convenza a los padres de llevarla a Paris, cuyo idioma ella domina y adora. A su regreso, le ofrecerá un perfume (Chanel Nº 5) a su principal profesora (buena actuación de Olivia Williams), quien se verá obligada a rechazar el presente. Algunas pistas sobre el origen “non sancto” del buen pasar económico de David y otras que se irán conociendo en la última parte del film llevarán a un desenlace que por respeto al potencial espectador se prefiere no revelar. Habrá alguna vuelta de tuerca final que no desmerece a un conjunto muy sólido donde, como se decía al inicio, las interpretaciones resultan un factor descollante. Carey Mulligan, que en algún momento recuerda a Audrey Hepburn por su figura y pelo, es la gran sorpresa de “An education”. Ya fue nominada a los Globos de Oro (ganó Sandra Bullock) y ahora compite por el Oscar.
“I am the master of my fate, I am the captain of my soul” (poema de William Ernest Henley, citado en el film) Sobresalen las actuaciones en un correcto film sobre Nelson Mandela que, dado los antecedentes de su director, podía haber tenido más vuelo “Invictus” no es un film biográfico sobre Nelson Mandela, pese a girar en torno a su figura. A priori no habría nada que objetarle a Clint Eastwood al haber elegido un enfoque diferente, que en gran parte reposa en el rol que el ex presidente de Sudáfrica asignó al rugby, como medio de unión de sus ciudadanos. La acción transcurre en la primera década del ’90, cuando luego de 30 años de cautiverio, Mandela recobra su libertad y al poco tiempo es elegido presidente. La primera imagen del film es contundente al mostrar el paso del auto presidencial por un sitio donde, por un lado, se ve a jóvenes negros jugando al fútbol y, por el otro, a los Springboks, mayoritariamente blancos y afrikaners, entrenándose. Ese contraste logra significar lo que fue la entonces recientemente abolida política del apartheid para los sudafricanos. Las referencias a dicho sistema discriminatorio no son numerosas en “Invictus” y sólo en otro momento, quizás el mejor del film, reaparece. Nos referimos a la visita que los jugadores de la selección de rugby realiza a la prisión, encabezados por el capitán Francois Pienaar (un sólido Matt Damon). A través de su imaginación se lo ve a Mandela (Morgan Freeman) trabajando duramente la roca juntos a otros convictos. Puede decirse que el film se divide en dos partes que ocupan cada una la mitad del extenso metraje (algo más de dos horas). En la primera vemos al presidente intentando armar su estructura de gobierno, con especial énfasis en los sistemas de seguridad. La necesidad de convivencia entre los guardaespaldas blancos con los nuevos de raza negra muestra el recelo mutuo de ambos grupos. Sin embargo, al poco tiempo se plasma el entendimiento entre ellos, lo que quizás pueda aparecer como una excesiva complacencia por parte del guión. Este tipo de concesiones es probablemente la mayor deficiencia de la película. Similar reparo merece la “segunda” parte, cuando se asiste a una serie de matchs de rugby que finalmente llevaron a que Sudáfrica se consagrara por primera vez en la historia campeón mundial de dicho deporte en 1995. El ingreso al estadio de Mandela, vestido con ropa de los springboks es emocionante pero lo que de allí en más se ve resulta poco interesante (para quien no entienda mucho las reglas del deporte de la pelota ovalada) y algo predecible. Esto último puede aplicarse a una escena donde un gran avión se dirige directamente hacia el estadio Ellis Park, recordando a lo acontecido muchos años después en las torres gemelas. Dado los antecedentes de Clint Eastwood en films tan impactantes como “Los imperdonables”, “Río místico” y el más reciente “Gran Torino”, queda la impresión que el director prefirió esta vez elegir un tono más leve, sacrificando el vuelo alcanzado en los films anteriores y en otros como “Los puentes de Madison” y “Million Dollar Baby”. Pese a tratarse de una obra menor del casi octogenario realizador, se pueden rescatar aun varios momentos en “Invictus” que lo hacen recomendable en un año donde, en cercanías del Oscar, no aparecen muchos títulos de excelencia.