"El joven Ahmed" (Le Jeune Ahmed , 2019) se encuentra por derecho propio entre lo más flojo de la producción de los hermanos belgas Jean Pierre y Luc Dardenne. Hasta ahora, su película que más me había molestado era El Silencio de Lorna. Pero si allí llamaba la atención el psicologismo que derrapaba hacia un pretendido tour de force muy extraño en el contexto de esa película (y bastante impropio del cine de estos realizadores), lo que genera El joven Ahmed es la sensación de que estamos ante un esbozo, una idea a la que le falta más profundidad y trabajo. En este caso la cámara sigue (nunca mejor usada esta frase que con los Dardenne y su habitual “plano de nuca”) a un joven árabe en proceso de radicalización. No me voy a sumar al lugar común de cierta pretendida progresía que defiende el terrorismo porque del otro lado bla bla bla. Ese no es el punto. El gran problema de la película no es su mirada política o la posición que adopta (uno podría incluso pensar en una buena obra cinematográfica respecto de la que no comparte esta postura), sino la linealidad, la superficialidad con que lo hace. No hay intento de comprender al protagonista, tampoco al menos de dar una posibilidad de conocer realmente sus razones. Y es por eso que el final es aún más indignante: ya en otras películas los Dardenne han sabido ser crueles con sus criaturas; el tema es que aquí daría la sensación que al pintarlo tan gruesamente, casi que niegan su humanidad. Pareciera que esto es, justamente, lo que critican en el accionar del protagonista.
Otra gran shakespereada de Matías Piñeiro Se nota que Matías Piñeiro disfruta lo que hace. Y eso es muy difícil de mentir, de engañar, da actuar. Incluso en el cine, artificio por excelencia. Ya en "Todos mienten" (2009, mi descubrimiento del director… y perdón por el juego de palabras, muy pertinente, por cierto) estaba presente ese placer por lo dicho y lo ocultado, por los contrastes entre el contenido y las formas. Y claro está, un espíritu lúdico abierto siempre al descubrimiento. En su nueva “shakespereada” (como bien las denomina el autor), la protagonista Mariel (María Villar) está preparándose para una audición para interpretar a Isabella en Medida por medida. Inconvenientes y necesidades la llevan a acercarse a su hermano para tratar de lograr su cometido y, a esos fines, qué mejor que encontrarse “casualmente” (aunque ello le lleve 15 minutos de entrar y salir de la pileta a la que sabe que va Luciana) con la amante de aquel. Actriz también, Luciana opera como extraño espejo deformante que la lleva a preguntarse si la actuación es efectivamente lo suyo. Puesta en escena y repetición de la obra, análisis de ella y del proceso creativo, juego de reflejos en el que los espejos no respetan del todo la realidad. ¿Qué realidad? El ir y venir en el tiempo, el cambio en los cuerpos, relaciones y paisajes, nos llevan movidos por la intriga y el placer. De ese modo que sólo el director de las también hermosas Rosalinda (2010), Viola (2012), La princesa de Francia (2014) y Hermia & Helena (2016) sabe hacer. No hace falta esperar a los títulos para saber que estamos ante una película de Piñeiro. Sí es cierto que, más allá de ejes temáticos y formales, el realizador siempre mantiene un equilibrio entre continuidad y ruptura. En su nueva shakespereada la explosión de colores (el diseño de imagen, de principio a fin, es absolutamente hermoso) sorprende tanto como aquel subterráneo que permitía viajar de Norte a Sur por todo el continente en Hermia & Helena. He leído por allí que Isabella (2020) es una película experimental. No comparto esta afirmación. ¿Tan mal nos han hecho las series que cualquier disrupción en la estricta lógica causa-efecto que todo lo que nos saque de la deriva telenovelesca deba llevar aquella etiqueta? Si la última película de Matías Piñeiro es experimental, lo es menos en el sentido en el que habitualmente usamos este adjetivo cuando hablamos de cine, que en la puesta en valor del ensayo, de la experiencia. Claro que para la real academia eso también tiene que ver con el experimento; pero aquí el ánimo de búsqueda o investigación no se relaciona con el hallazgo de algo, con la confirmación de una hipótesis. El cine de Piñeiro se basa en el propio placer de la experiencia.
El amor prohibido de Céline Sciamma Protagonizada por Noémie Merlant y Adèle Haenel, la película, que ganó el premio al Mejor Guion en Cannes 2019, narra la historia de un romance prohibido entre una aristócrata y una pintora encargada de pintar su retrato. Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019) nos pone en una disyuntiva: es cierto que la película tiene mucho de esa impronta qualité que tanto nos distancia; pero las dos protagonistas tienen una filogenia, magnetismo y compromiso que nos impiden sacar los ojos de ella. La historia es simple: en una isla aislada en Bretaña, a finales del siglo XVII, una artista debe pintar el retrato de boda de una joven. Historia romántica que une a dos chicas allá por 1770, las escenas frente al mar o el fuego, las mansiones, peinados y vestidos nos interesan menos incluso que la meliflua deriva en la cual la pintora que va a hacer secretamente el retrato de la joven de la casa para mandar a quien será su futuro marido termina liada con ella. Lo que nos atrae surge menos del guion que de la presencia y potencia de las dos bellas protagonistas, Marianne (Noémie Merlant) y Héloïse (Adele Haenel).
Ken Loach y una película más de denuncia "Lazos de familia" (Sorry We Missed You, 2019) no es de las peores películas del último Ken Loach. Hay aspectos que pueden rescatarse en relación con la mirada sobre cómo funcionan las empresas de entregas que trabajan con otras del estilo de Amazon, Mercado Libre, etc (de hecho hay una impresión de realidad bastante mayor que la del hombre mayor excluido del sistema en "Yo, Daniel Blake"). También hay algo en la construcción de personajes y lazos familiares que funciona: el padre de familia que “entra en la trampa” interesa más por la dinámica de funcionamiento del grupo (padre, madre, hijo, hija) que por el impacto que ese traspié tiene en ellos. Teniendo en cuenta el pasado más reciente del director, estamos esperando todo el tiempo el golpe por debajo del cinturón. Un cáncer terminal, una violación, una muerte violenta, un accidente de tránsito. Loach lo sabe y hasta juega creando suspenso con ello (como en la escena en que el protagonista conduce agotado su camioneta, semi-dormido, circulando alternativamente por su mano y en contramano). En fin, que esta vez hay algún límite y nos perdona ese golpazo. Se conforma con una constante humillación de baja intensidad, moderada por algo de amor intra-familiar (más allá de los múltiples conflictos, a los que no son ajenos los cambios propios de un hijo adolescente). Otra película más de “denuncia” que maltrata a sus personajes (aunque esta vez hay algo más de empatía y hasta algún toque de cariño), a los que no les deja salida alguna. Una exhibición un poco perversa y ciertamente condescendiente de una clase trabajadora a la que sólo le cabe sufrir para que nosotros, los burgueses que vamos al cine, nos sintamos un poco progres y, por lo tanto, mejor.
Natalia Meta habría cometido un gran pecado: realizar una ópera prima que, pese a apartarse de los parámetros de lo que la crítica dice que debe ser, funcionó de una manera fantástica con el público. La sorpresa de Muerte en Buenos Aires (2014) quizás pone en problemas a algunos para acercarse sin prejuicios a El prófugo (2020). En esta adaptación de El mal menor, de C. E. Feiling, el propio trabajo de Inés, la protagonista, nos lleva a un mundo en el que conviven distintas realidades. El personaje que interpreta Érica Rivas dobla películas (muy logradas las escenas del film japonés con el que está trabajando) y canta en un coro. Del accidentado viaje con su novio (Daniel Hendler), en el que la tensión amenaza con transformarse en violencia (con un ambiente enrarecido en los que las fronteras de la realidad se van difuminando), al estallido de lo fantástico, la película nos va metiendo en un clima en el que priman el misterio y la intriga. Este podría ser el momento de citar las múltiples referencias y posibles citas que parecen convivir en El prófugo (del Giallo a Miike), pero hay mucho de injusticia (para con la película) y de pereza (de parte del crítico) en ese dispositivo. Como si enumerar el cine que uno ha visto (y que la directora -ese y otro- seguramente también) dijera algo en sí de la obra en cuestión. Claro que el cine que vemos se refleja en lo que hacemos (más aún en el caso de quien hace cine); pero acudir a ese mecanismo implica restar valor a lo nuevo, a la mirada personal. El manual del reseñador de películas indica “plano de nuca, citar a los Dardenne”, “patinetas, hacer lo propio con Gus Van Sant”. Si esas referencias luego se aplican a un plano de Avengers, poco importa. En fin, que El prófugo intriga con buenas y originales herramientas: una narración que no por jugar con la ensoñación o lo fantástico derrapa en el todo vale, actores que circulan ese terreno con convicción y entrega (en un marco de excelencia, se destaca lo de Nahuel Pérez Biscayart que, simplemente, puede hacer todo lo que se le antoje y hacer que nosotros se lo creamos), imágenes que no olvidaremos y un muy elaborado diseño de sonido (algo fundamental en la trama). Que he sido ambiguo y poco he adelantado de la trama...Pues, ¡Sí señor/a! Que aunque no crea en los spoilers, aquí bien vale la pena dejarse sorprender por El prófugo, una película que seguramente será mejor comprendida (y disfrutada) por el público que por los sommeliers de citas.
Una historia añejada de Christophe Honoré La nueva película de Christophe Honoré aborda la crisis matrimonial de una pareja interpretada por Benjamin Biolay y Chiara Mastroianni. El descubrimiento de una infidelidad por parte del hombre de la pareja conformada por Benjamin Biolay y Chiara Mastroianni pone en cuestión su continuidad; es evidente que las reglas de convivencia no estaban claras, ella pensaba que para seguir juntos por más de 20 años, las relaciones paralelas estaban admitidas… Pues bien, la película juega con la interacción con los propios personajes más jóvenes (pasado y presente sí pueden encontrarse sin mayores consecuencias, sin ningún riesgo al estilo de Volver al futuro), con sus conciencias, con sus primeros amores y algún familiar. Esta aparente libertad para escapar al relato lineal resulta un poco forzada, de una modernidad malamente envejecida. Si Habitación 212 (Chambre 212, 2019), así y todo posee momentos luminosos es por la simpatía de algunos personajes (el Biolay joven es interpretado con encanto por Vincent Lacoste, el de Lolo, el hijo de mi novia), cierto ánimo juguetón en el que se nota el disfrute de los actores y una Chiara Mastroianni radiante.
La segunda película de quien nos había sorprendido con su ópera prima, Hoy partido a las tres, fue seleccionada para abrir la enorme sección Panorama (parte de las selección oficial) de la 70° edición de la Berlinale. Si es cierto eso de que la segunda película es más difícil de llevar adelante para un realizador que la primera, Navas confirma que es una directora a la que cabe prestar especial atención. Chica conoce chica, no faltará quien se quede con el costado LGBT de la deriva (sin dudas importante, esencial), pero hay algo de la libertad de los cuerpos, de la circulación del deseo y de los sitios donde acaece la acción que hace que esta propuesta mucho más ambiciosa que la de su ópera prima se transforme en una verdadera experiencia que requiere de la gran pantalla para ser apreciada como corresponde. En ese sentido, las cuatro inmensas salas del complejo Cinemaxx (se proyectó de forma casi simultánea en la 4, la 5, la 7 y la 10) fueron el ámbito ideal para lograr -casi literalmente- ingresar a ese mundo tan particular, peligroso y atrayente que conforma Las Mil, barrio en el que creció la talentosa directora correntina. Es que Las Mil es un protagonista más de la película. Sus calles, pasillos, recovecos, baldíos forman parte de la narración tanto como las personas que lo habitan. Llama la atención esa vida que conjuga lo familiar y cariñoso con lo peligroso y hasta fuera de la ley. El hecho de conocer en serio ese lugar seguramente es parte del secreto para ese acercamiento que sólo el iniciado puede transmitir. No hay ajenidad, lejanía o prejuicio. Los peligros generan temor, es cierto, pero también algo de ese cosquilleo o inquietud que tan vecinos son del deseo y el placer. En los interiores, en el ámbito familiar, la cama es el lugar de encuentro, de diálogo; los cuerpos conviven con un poco de impudicia pero la tensión nunca pone en juego el tabú. En las calles el asunto es distinto. Allí algo parecido a un estado de naturaleza hace que lo físico asuma una entidad y presencia que se expresa en el deporte, en el deseo, en el sexo. Quedarse en la etiqueta (que, se entiende, muchas veces sirve para encasillar y, en alguna manera, favorecer la difusión) del cine LGBT es perderse parte de la bella diversidad, de la potente libertad que caracteriza al cine de Navas. Su mirada nos desafía, pone en cuestión los límites. Los límites del deseo al punto de poner en disputa, en litigio, conceptos tan aparentemente indiscutibles como el de la salud. La política (La Política, deberíamos decir) no se hace de discursos ni de lugares comunes: la libertad de elegir qué hacer con nuestras vidas y qué hacer con nuestros cuerpos no tiene límites. O sí, uno solo: no hacer daño a otro. Con los personajes caminamos esos senderos, percibimos su respiración. La cámara en mano nos transporta con ellos. La sensación de libertad (con el peligro que ella conlleva, claro está) nos atraviesa. La mirada de Clarisa Navas nos devuelve un mundo en el que una feliz (¿pero no tan sana?) manera de elegir cada cual su vida impera. Presente y futuro se encuentran en un lugar donde la juventud manda; los adultos, fuera de campo (o casi) evidencian otra energía, ¿otros valores? Es que, sin caer en la distinción maniquea que nos llevaría a La guerra del cerdo, lo cierto es que no todo es luminoso. Junto a esa corriente de los cuerpos, a esa dinámica del deseo, el chisme, el cotilleo, la irresistible tentación de opinar y meterse en la vida del otro opera como fuerza contrapuesta, como ancla que impide levantar vuelo. En ese contexto, Las mil y una es, también, una historia de amor. Una historia de amor única. Como único es el universo que retrata. Una película, unas vidas que sólo pueden existir en Las Mil, Corrientes. Y que sólo pueden ser contadas con la sensibilidad y empatía que la muy talentosa Clarisa Navas posee
Animación argentina para adultos. Apocalipsis y humor conviven en esta muy recomendable película
Raúl Perrone siempre sorprende. Este poema visual y sonoro imagina, de alguna manera, a Pasolini dando vueltas por Ituzaingó
El documental se acerca con cariño y empatía a un ser literalmente extraordinario. Imperdible pelicula que nos atraviesa desde muy distintos lados y nos acerca a algo que siempre ha estado fuera de campo