Los espíritus de la isla

Crítica de Fernando Juan Lima - Otros Cines

Seguramente el suceso de 3 anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017) explica la anomalía de que una película como Los espíritus de la isla forme parte de la Competencia Oficial de Venecia. Contra la clara tendencia de acumular en esta sección películas de Autores (sí, con mayúsculas) y/o de “tema importante”, estamos en este caso frente a una comedia, más allá de cierta dimensión política que el film también tiene.

Martin McDonagh vuelve a poner en pantalla la perfecta química de la pareja central de la recordada Escondidos en Brujas, de 2008. Bromance declarado como aquella, el dúo compuesto por Colin Farrell y Brendan Gleeson (Pádraic y Colm, respectivamente) parece haber tenido una relación sin contratiempos en el marco del letargo propio de la vida en un pequeño pueblo de la costa oeste de Irlanda. Pero esto está fuera de campo, es el pasado. Lo cierto es que la película -ambientada en 1923- comienza cuando Colm deja claro a su hasta ahora mejor amigo que no le interesa continuar esa relación y que, simplemente, deje de hablarle.

Tratada como una relación amorosa (que efectivamente entendemos que lo ha sido, en lo que hace a la profundidad e importancia del vínculo), la sorpresa es seguida por la incredulidad, la insistencia por recomponer y finalmente la ira. ¿Tendrá lugar en este caso el “re-matrimonio” para cumplir con las particulares reglas del género? No ha de ser aquí donde ello se adelante, pero sí cabe mencionar que eso de la insistencia y las medidas que toma Colm para terminar con el acecho son ciertamente extremas y generan unas cuantas secuencias sangrientas.

La soledad de la vida en una isla, la amistad masculina, la finitud de nuestra existencia (y de los vínculos) y la posibilidad de perdurar a través de la creación artística son algunos de los temas que, sin fintas ni subrayado, McDonagh teje en una comedia que se hace fuerte en la solidez de su pareja central y en los detalles propios del “pago chico”.

La rudeza de los comportamientos genera unos cuantos momentos de violencia inolvidables, pero también de humor que funciona de manera aceitada. Y ello sin perder la mirada empática y cariñosa hacia el devenir de los protagonistas de esta película que sabe en buena ley evitar la metáfora y la fábula, por más que aluda a ciertos elementos o criaturas fantásticas.