Z: La ciudad perdida

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

PELIGROSA OBSESIÓN

Un inglés se obsesiona con una ciudad en medio del Amazonas, y ya nos imaginamos como acaba todo.
El realizador James Gray no tiene grandes títulos en su haber, pero cosechó muchos elogios gracias a “Z: La Ciudad Perdida” (The Lost City of Z, 2017), un drama biográfico aventurero basado en hechos reales, y en el libro de David Grann, que se mete de lleno en la vida y los sueños de Percy Fawcett (Charlie Hunnam), militar y explorador británico que se obsesionó con encontrar la llamada ciudad Z, una civilización antiquísima perdida en medio del amazonas.

Fawcett ya es un veterano de guerra, y un tipo entrado en años aunque sin muchos reconocimientos, cuando la Royal Geographical Society lo envía a la selva boliviana para delimitar las fronteras entre este país y Brasil, a punto de entrar en guerra por el caucho. Estamos en los primeros años del siglo XX, y Percy sólo acepta con la intención de limpiar el nombre de su familia y, con suerte, poner una medalla en su pecho.

La experiencia es agobiante, pero el hombre descubre fragmentos de una antigua civilización, ya no de salvajes, sino una gran comunidad capaz de producir utensilios, herramientas y otras cosas. Un hallazgo tan importante como El Dorado que, además, pone en evidencia que todos los hombres sí son iguales. Claro que estas “conjeturas” no caen muy bien entre sus colegas mojigatos, cuyos bigotes se retuercen al ser comparados con los indios incivilizados. Igual, Fawcett consigue el apoyo necesario para una nueva expedición, esta vez, con la intención de encontrar Z y la gloria para el los británicos en medio de una ola de exploraciones globales.

Los pensamientos liberales de Percy son compartidos por su esposa Nina (Sienna Miller). Ambos creen en la igualdad de sexos, pero él se rehúsa a que ella lo acompañe en esta nueva aventura, debiéndose quedar en casa con sus dos pequeños hijos, Jack y Bryan. Un poco de razón tiene, ya que la selva inexplorada esconde un montón de peligros, además de las diferentes tribus que allí habitan. Pero el hombre está determinado y vuelve a partir junto a sus compañeros Henry Costin (Robert Pattinson) y Arthur Manley (Edward Ashley).

Z se niega a aparecer en el camino de los exploradores, y el regreso al hogar resulta un tanto agridulce. La Primera Guerra Mundial ahora está a la vuelta de la esquina, y las tensiones entre padre e hijo mayor (ahora interpretado por Tom Holland) son cada vez más notorias, sacando a relucir esas largas ausencias del patriarca.

Lo cierto es que Percy nunca abandona esta obsesión por la selva y la búsqueda de Z, un parasito que lo acompaña en cada momento y que no lo va a abandonar hasta que logre su cometido. Este es el punto central de la historia, más allá de la aventura por los ríos plagados de pirañas y los aborígenes, a veces violentos, y otras dispuestos a entablar amistad con los extraños.

Gray se enfoca en esta manía persistente, pero también en el cambio de paradigma que está atravesando el mundo, y la sociedad británica en general que por un lado se horroriza de la “esclavitud”, pero sigue expandiendo sus “colonias”.

Los Fawcett son una pareja de mente abierta que quiere llevar sus ideales más allá del Atlántico, demostrando que no todos eran tan retrógrados por aquel entonces. Estos mismos ideales son los que se transforman en obsesión, y ahí es cuando se confunden las cosas para Percy.

“Z: La Ciudad Perdida” se alimenta del cine más clásico. Sus actuaciones no son brillantes, pero funcionan en el conjunto de una historia que se toma su tiempo, al igual que estas exploraciones. Gray cambia Bolivia y Brasil por los paisajes de Columbia, pero evita los clichés y lugares comunes a toda costa, celebrando la rica cultura de los pueblos originarios del Amazonas… y los peligros de interferir con la naturaleza.

Gray no necesita artilugios ni grandes efectos especiales. Se enfoca en el hombre y la naturaleza que lo rodea, además de la propia naturaleza humana y el instinto de supervivencia en estos lugares donde la civilización no ha metido sus garras. Eso no significa que los aborígenes no sean civilizados, es más, acá aparece el reconocimiento de que, en la mayoría de los casos, lo son mucho más que los visitantes extranjeros.

Pero la película no se enfoca en enfrentar culturas, los prejuicios o emitir juicios de valor, sino en la obsesión de este hombre que desatendió a su esposa y a sus hijos -salvo Jack que decidió seguir los sueños de su padre, tal vez como la única posibilidad de estar a su lado-, un poco, para recibir la aprobación de los demás, ese reconocimiento tardío que llegaría junto con el hallazgo de Z; y otro tanto por orgullo, esa asignatura pendiente de lograr algo por su propia cuenta, dejando así su propia marca en la historia.