X-Men: Apocalipsis

Crítica de Ignacio Esains - Malditos Nerds - Vorterix

Un fanático de Marvel revisa una película de Marvel. Obvio que le iba a gustar pero… ¿TANTO?

X-Men: Apocalipsis es una estafa multimillonaria. Bryan Singer, un criminal de guante blanco, consiguió quitarle cientos de millones de dólares al estudio Fox para financiar una película que sólo podría gustar a fanáticos acérrimos de los cómics… ni siquiera de los cómics - de una era particular de Marvel que va de fines de los ‘70 a principios de los ‘90: la era de los mutantes. Que mal por Fox, pero que bien por los fanáticos, que disfrutarán de una fiesta mutante de 2 horas y media, sin duda la película que mejor captura el espíritu de un cómic desde las “Spider-Man” de Sam Raimi y las “Sin City” de Robert Rodriguez. Con todo lo bueno y lo malo que esto implica.

No voy a hablar del argumento. Viste los tráilers y sabés que el villano es Apocalipsis (En Sabah Nur para los amigos), el “primer mutante” y sus cuatro jinetes. Sabés que se presentan varios personajes nuevos (ya que tarde o temprano Jennifer Lawrence y Michael Fassbender van a preferir ganar Oscars a vestirse de lycra) y que todo explota, todo el tiempo.

Y si estás leyendo una “Mirada Marvel” sabés que tenés un 90% de ganas de verla. Te empujo para que saltes ese otro 10: la historia (con sus agujeros de guión tamaño Genosha) es satisfactoria, al igual que la acción, el final que no se guarda nada, y los personajes perfectamente interpretados - en especial Sophie Turner (la Sansa de Game of Thrones) como una Jean Grey compasiva, valiente, pero avergonzada del inmenso poder que guarda en su interior.

Me voy a permitir contar un par de detalles de los primeros cinco minutos, porque resúmen todo lo que está bien y mal con esta X-Men. Es una secuencia ambientada hace unos 5000 años y que presenta a Apocalipsis en el imperio egipcio… pero un imperio kitsch, recargado de dorados y azules, que recuerda más a Stargate que a un libro de historia. Un ritual es interrumpido, una pirámide se derrumbe, y una piedra cae sobre un soldado de Apocalipsis, aplastándolo de forma terminante, grotesca. Matándolo. Sin asteriscos, sin las explosiones vacías de cadáveres de Batman y el Capitán América, donde un héroe lanza un enemigo contra una pared y nos olvidamos de él. Aquí nuestros héroes están entre la vida y la muerte, y no lo piensan dos veces cuando hay que matar para sobrevivir.

Pero esa muerte (y las muchas, muchísimas muerte que le siguen) libera el estilo de la película. Por alguna razón las dos grandes películas de superhéroes de este año buscan el realismo, y por lo tanto explorar las consecuencias que tienen sobre la población civil las acciones de los protagonistas. Los X-Men existen en su propio plano, y casi todos los humanos de esta película son extras/carne de cañón. Si en Batman V Superman la destrucción de Metrópolis se convertía en referencia directa al 11 de Septiembre (algo tan banal como obsceno) aquí el espectáculo de la destrucción se estiliza al extremo: las explosiones funcionan, como en el cómic, como metáforas de las emociones autodestructivas de los personajes.

Como esos ochentas imaginarios de video de Madonna en los que está ambientada, X-Men: Apocalipsis es puro estilo. Cada escena, hasta el diálogo más inconsecuente, tiene alguna idea visual que revela un detalle sobre los personajes. Las habitaciones de Jean, Tormenta, y Quicksilver tienen en cada pared una carga de información sobre los personajes, y en cada escena se exprime el máximo de emoción (una de Magneto en la primera media hora puede parecer excesiva en el momento, pero existe para marcar ese tono exacerbado - que una escena posterior sólo refuerza).

Pero al buscar que cada escena sea un pico no hay respiro, y se pierde el trabajo de transición que tan bien logra “Civil War”. Es evidente que la película final se armó en edición, y hay escenas que están entrecortadas para acelerar el ritmo pero que terminan confundiendo aún más. La historia de Magneto del principio de la película toma unas 8 horas de tiempo real, mientras que en paralelo se cuentan situaciones que toman lugar a lo largo de varios dias. Errores de continuidad que serán la pesadilla de los que sienten que una película empieza y termina en el guión.

Y es que la historia de X-Men: Apocalipsis no es especialmente buena. O mejor dicho, no es clara y se basa en coincidencias en un mundo en el que hasta las ciudades parecen desiertas. Otros aspectos del guión son de lo más efectivos: el humor, los convincentes monólogos de Apocalipsis (un Oscar Isaac que hace lo que puede con un maquillaje de mimo callejero) y la caracterización de los personajes que, como en Marvel, parecen interesarse en la amistad y en el amor más que en el bien y el mal.

La ambigüedad moral de los personajes de X-Men sigue siendo fascinante, y más que nunca el romance pasa al plano principal. Jean y Scott, Xavier y Moira, el mismo Magneto. Estamos viendo una fantasía adolescente (expresada hasta en los personajes adultos), y cada conflicto tiene que ver con las emociones de esa edad: estos personajes quieren que los acepten, quieren encajar, temen que los demás descubran que no son lo que dicen ser, están llenos de culpa y de vergüenza. Por eso son vulnerables. Por eso son capaces de generar una empatía más profunda que cualquier soldado del MCU o cualquier dios del universo DC.

Los personajes, la ambientación, y el estilo no alcanzan para hacer una película de superhéroes, pero donde Singer por fin se supera es en las escenas de acción, que descartan la coreografía post-Matrix en busca de una simplicidad que pueda narrarse en primeros planos, alternadas con verdaderos vuelos imaginativos como la secuencia de Quicksilver, aún superior a la de la película anterior. Si Burton iba al inicio de los cómics para rescatar un Batman de film noir, Whedon apuntaba (mal) a la “widescreen” de Bryan Hitch y los Russo buscan la simpleza visual de la era Brubaker/Epting, Singer ama los sentimientos a flor de piel de John Byrne (¿o no vieron las secuencias de Kansas de “Superman Regresa”?) y la anatomía exagerada de Jim Lee.

La gente va a odiar esta película. Tanto como los que quieren leer “The Killing Joke” se aburren con “From Hell”, tanto como los que esperaban “Smells Like Teen Spirit” rechazaron “In Utero”, tanto como los que querían otra “Breaking Bad” odian “Better Call Saul”.

Pero ojo que tienen buenas razones para odiarla, porque también es una película disonante, con baches de guión grandes como la pata de un Centinela y cambios de tono más abruptos que Quicksilver en patineta. Pero no es incoherente, no es torpe, y captura como nunca la sinceridad y el impacto visual del cómic ochentero. No se si la recomendaría a un público general, pero me parece que hay que tomar partido a favor de lo que Singer está haciendo con X-Men, mil veces más estimulante que todo lo que viene de Marvel y DC: quiero más de esto, y menos de lo otro, y no soy el único. Más imágenes, menos charla. Más imaginación, menos realismo. Más superhéroes, menos películas de acción disfrazadas de cómics.