WiñayPacha

Crítica de Juan Páez - Cine Argentino Hoy

La lengua Aymara como patrimonio

Wiñaypacha (2018) es una película dirigida por Oscar Catacora, y protagonizada por Rosa Nina y Vicente Catacora. Eternidad, traducido al español, se filmó a los pies del imponente Allincapac en las sierras peruanas, a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar. Hasta la fecha, en Perú, constituye el primer y único trabajo cinematográfico que se haya realizado enteramente en aymara. El largometraje narra la historia de Willka y Phaxsi, dos ancianos que habitan en un rincón de los Andes peruanos, esperando que un viento traiga de regreso a Antuku, su hijo emigrado.

Es sabido que la lengua constituye el legado más importante de toda comunidad, básicamente, porque permite que los conocimientos y las costumbres pasen de generación en generación. Pero ¿qué sucede cuando esta se transforma en una marca de estigmatización, y quienes la hablan deciden no hacerlo por temor a convertirse en objetos de burla? Este film indaga en las relaciones que se establecen entre quienes se quedaron en la soledad de las sierras de Perú y aquellos otros que decidieron abandonar su tierra y su idioma en busca de crecimiento y mejores condiciones de vida.

En esta propuesta, cada uno de los nombres resulta clave para articular la trama. En su traducción al castellano, el nombre WillKa significa sol; Phaxsi, luna y Antuku, estrella fugaz. Como podemos ver, se produce una identificación entre los elementos de la naturaleza y el hombre, revelando una atmósfera mítica que envuelve los diferentes sucesos. En este sentido, la lengua establece vínculos con otras prácticas andinas tales como la celebración de la Pachamama, esto es, el rito de darle de comer a la tierra para solicitar resguardo y prosperidad. En este film, la conservación del aymara y la recuperación de ciertas prácticas comunitarias articulan la historia hacia su interior.

Toda práctica lingüística constituye el principal vehículo en la conformación de la identidad, ya que a través de ella se puede conocer profundamente toda una cultura. Sin embargo, como se dijo, el lenguaje no es algo que deba pensarse de manera aislada de otras prácticas cotidianas, por ejemplo, el tejido o el pastoreo. De hecho, los acontecimientos sitúan al espectador en escenarios naturales de gran belleza donde los protagonistas llevan adelante sus quehaceres diarios que incluyen la molienda de la quinua o la confección de ponchos y mantas con la lana que esquilan de sus propias ovejas. Este cotidiano se ve modificado por una serie de malos sucesos, todos ellos advertido a través de signos como el llanto de los pájaros, o bien, mediante presagios oníricos.

La utilización de planos largos y fijos permitió reunir un total de 96 tomas que dan cuenta del paso del tiempo. En otras palabras, la cámara pareciera amoldarse y acompañar el tiempo acompasado y sigiloso de los personajes. Esa morosidad se ve acentuada por la elaboración de guión también pausado y lento que transforma la cinta en una suerte de oración o plegaria.

En conclusión, la película del joven cineasta puneño pone en valor el aymara, transformándolo en objeto de reflexión. Para ello, revela cómo este idioma establece vínculos fuertes y vitales con diferentes prácticas cotidianas, muchas de ellas, vinculadas con los rituales andinos. Una lengua ancestral y una historia conmovedora articulan este bello poema visual que permite decir el abandono, la ausencia y el dolor.