Wifi Ralph

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Ralph el demoledor tenía un plan discreto pero eficaz: contar algunas de las transformaciones que se produjeron dentro del videojuego siguiendo a unos seres más bien genéricos y olvidables. El pasaje de los gráficos en dos dimensiones de los primeros videojuegos a los entornos en 3D guiaba el arco narrativo del protagonista, que se adaptaba mal a las transformaciones del local de arcades donde vivía. La película exhibía algunas ideas visuales interesantes, pero a medida que el relato ganaba peso, todo se desmoronaba y convertía en un loop automático de colores y de objetos moviéndose a gran velocidad. Wifi Ralph, la secuela, no puede salir del pantano de su antecesora. Esta vez el caudal de guiños ya no está tomado de la historia del videojuego sino de internet, previsiblemente más general, como si el director buscara la complicidad de un público más extendido con chistes sobre virus, navegadores, marcas, videos de Youtube o páginas web.

De a ratos, Wifi Ralph logra disimular su falta absoluta de corazón con algún que otro breve estallido narrativo, pero se trata solo de eso, de chispazos sueltos que vienen a alternar la seguidilla de chistes sobre internet, como cuando Vanellope conoce a las princesas de Disney, escena de una gran inteligencia humorística pero que nada tiene que ver con el relato. Cuando Rich Moore y Phil Johnston intentan volver a las coordenadas de la película anterior con la parodia de un juego tipo Grand Theft Auto, el humor es pobre y escuálido, apenas si funciona como remisión a algo conocido. El conflicto que la película diseña para la pareja protagónica es más bien tonto, pero en sintonía con los últimos mandatos de la corrección política al uso: Ralph es un amigo fiel pero posesivo e insistente que abruma a Vanellope con sus cuidados y demandas de afecto. El villano final es una proyección gigante de los miedos del protagonista que acecha a Vanellope y al que Ralph derrota una vez que asume los rasgos patológicos de su carácter. La magia de la animación da paso a una última persecución un poco boba; el desenlace llega solo después de que Ralph hace un mea culpa público y promete ser mejor hombre y compañero, esto es: aprende a respetar los tiempos y las necesidades de su amiga. Este comentario grave sobre géneros y costumbres sociales, sin embargo, no alcanza a disimular el vacío total sobre el que gravita Wifi Ralph, como si en el fondo Rich Moore y Phil Johnston supieran que no hay en verdad una película, sino apenas un inventario de referencias comunes poco sustancioso, y trataran de imprimirle algo de carnadura al conjunto revoleando máximas sobre los deberes de la amistad. Pero ni así.