Whiplash: Música y obsesión

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

Casi todos pasamos por ese momento en la vida donde nos obsesionamos con ser buenos en algo: un deporte, un instrumento, alguna otra disciplina artística o, simplemente, ser el mejor alumno de la clase. A veces ocurre en la niñez, impulsados por los propios fracasos o deseos incumplidos de nuestros padres, otras (la mayoría de los casos), producto de la mera competitividad del medio que nos rodea. Pero, ¿dónde está el límite entre la “obsesión” y la “pasión” por algo? En esa vorágine de adrenalina, noches sin dormir, emociones encontradas, sangre, sudor y lágrimas… ¿alguien puede notar la diferencia?

Acá reside uno de los puntos centrales de “Whiplash: Música y Obsesión” (Whiplash, 2014), la típica película chiquita y festivalera que llega a colarse entre las nominadas al Oscar: sencilla desde la historia y su tratamiento, contundente desde las actuaciones, que nos brinda un conjunto casi perfecto a lo largo de sus 107 minutos gracias a una narrativa entretenida y una banda sonora que se mete en el cerebro como un virus zombie.

La única forma de no gustar de esta película es odiar la música en todas sus formas o no haber tenido jamás una pasión tan grande a lo largo de sus vidas.

El director y guionista Damien Chazelle ama la música y, además, se lo nota un tipo apasionado. El guión original de “Whiplash” formó parte de la famosa “Black List” de 2012, esa listita de grandes proyectos sin producir en Hollywood de la que han salido tanto grandes maravillas como bodrios infumables.

Como para muestra basta un botón, el muchacho tomó quince de las 85 páginas escritas y realizó un cortometraje de unos 20 minutos protagonizado por Johnny Simmons y J.K. Simmons, un cortito que debutó en el Festival de Cine de Sundance y juntó premios a montones, además de conseguir la financiación necesaria para hacer una película completa.

Miles Teller, el próximo Reed Richards del reboot de “Los Cuatro Fantásticos” (The Fantastic Four, 2015), tomó el lugar de Johnny en el papel de Andrew Neiman, un joven estudiante de batería en uno de los mejores conservatorios de Nueva York que logra la tutela del mejor profesor del lugar, Terence Fletcher (J.K. Simmons), reconocido por sus aptitudes, pero también por sus métodos poco “saludables y ortodoxos”.

El talento de Andrew logra llamar la atención de Fletcher que lo invita a formar parte de la prestigiosa banda de jazz de la escuela, un sueño hecho realidad para el pibe y un escaloncito más arriba en su meta por convertirse en un grande del género, a la par de genios como Don Ellis o el mismísimo Charlie Parker.

No hay nada más en la vida de Neiman, hijo de madre ausente y un padre que lo apoya a pesar de sus propias frustraciones, todo gira en torno a la batería, el jazz y, sobretodo, lograr la aprobación de su maestro, un perfeccionista insufrible con una personalidad más volátil que la central de Atucha.

Ahí es cuando la pasión se torna en una meta obsesiva, arrasando con todo a su paso (y cualquier tipo de relación social), poniendo a prueba y empujando al límite las habilidades del joven, además de su salud, tanto física como mental.

“Whiplash” es una historia de relaciones. La de alumno y maestro, y la de Andrew con la música, sus sueños y su futuro. No hay nada más allá de esta ecuación y al relato no le hace falta. Acá no hay efectismos ni golpes bajos, no hay grandes presupuestos, pero si un gran manejo de la cámara y de cada situación; una edición vertiginosa por momentos y sutil y calmada cuando se la necesita (por algo se ganó muy merecidamente una nominación a Mejor Montaje, además de Mejor Película, Mejor Guión Original, Actor de Reparto y Mezcla de Sonido), más una atmosfera austera y brumosa porque así es el jazz, una catarata de emociones con un espíritu oscuro que acá hace explosión en los últimos quince minutos de película.

J.K. Simmons se luce y roba a mano armada en cada escena que aparece, con su sonrisa a medias, “sus frases de cabecera” y un par de anécdotas que saca a relucir cuando quiere. Pero hay mucho más detrás de este personaje perfeccionista y de pocas pulgas: ¿Sus propios fracasos o realmente anda en busca de un nuevo talento jazzístico? Miles Teller tal vez queda un poquito eclipsado, pero no hay que restarle mérito a este joven actor que le pone cada fibra de su cuerpo al personaje de Neiman.

No decimos nada más, vayan y experiméntenla, gócenla y muevan la patita al ritmo de “Caravan”, “Whiplash” y tantas otras. Amen y odien, porque en definitiva esa es nuestra relación con las pasiones… y las obsesiones.