Voces doradas transcurre en 1990, año en que la inminente desaparición de la Unión Soviética permitió una importante “aliyah” (inmigración a la tierra de Israel) de ciudadanos rusos de origen judío. Raya (Mariya Belkina) y Víctor (Vladimir Friedman) Frenkel son un matrimonio ruso que arriba a Tel Aviv en septiembre de 1990 con la esperanza de un “nuevo comienzo”, empezando de cero una vida distinta y, por qué no, mejor. Se los ve al inicio aprendiendo a hablar hebreo, lengua que les resulta extraña, pero confiando en que su trabajo previo, doblando con sus voces (doradas) películas al ruso, les permitirá rápidamente progresar ante la masiva llegada de un millón de compatriotas a su nuevo destino. Un amigo pronto les explicará que la prioridad de los inmigrantes no pasa por consumir películas dobladas y los obligará a buscar otras fuentes de trabajo, menos creativas. Será Raya la primera en detectar un posible conchabo a través de un anuncio en un periódico en ruso buscando “mujeres con buena voz”. Pero su sorpresa será mayor cuando, al presentarse en la “empresa” reclutadora, compruebe que se trata de una especie de “call center”, en que las mujeres sostienen conversaciones eróticas en lengua rusa. La necesidad de trabajo para poder pagar el costoso alquiler en el modesto departamento donde viven la lleva a aceptar, mintiéndole a Víctor al decirle que su tarea consiste en el telemarketing para la venta de perfumes. Raya es ahora “Margarita” y su edad “telefónica” es 22 años, frente a los más de 60 reales. No le irá mucho mejor al marido, quien acepta trabajos mal remunerados como aquél en que lo obligan a largas caminatas transportando máscaras para prevenir un posible ataque con armas químicas por parte de Saddam Hussein. Peor aún le irá cuando trabaje para una empresa (de nombre “Sputnik”) que alquila DVD truchos, obtenidos filmando estrenos en un cine, con una cámara oculta, para luego doblarlos al ruso. Terminará en la cárcel pero lo salvará Shaul (el actor Uri Klauzner, de películas de Amos Gitai), quien organizará un cine con películas dobladas legalmente al ruso por el matrimonio Frenkel, aunque ella seguirá con su otro trabajo. Esta última decisión tendrá en algún momento graves consecuencias para el matrimonio, pero allí entrará en juego el nombre del gran director de Las noches de Cabiria. Habrá referencias a otros dos films y sobre todo a 8 1/2 y su accidentada participación en el Festival de Moscú de 1963. Y estando la película ambientada en 1990, no sorprenderá que el tercer film de Fellini, múltiplemente citado, sea Le voci della luna. Voces doradas destaca la sólida actuación de la pareja central, la buena recreación de un país como Israel que abrió sus fronteras a la masiva inmigración desde Rusia hace tres décadas y la banda sonora, en que sobresale la muy popular y bella canción “Un millón de rosas rojas”.
Pero si hay algo que destaca a Voces Doradas es la dupla protagonista, junto con los simpáticos personajes secundarios que se entrecruzan en la adaptación de ellos. Sobre todo, Maria Belkin como Raya, representando a un personaje que no está contenta con ser una jugadora de apoyo en su propia vida, tratando de encontrar un nuevo rumbo a su vida, incluso llegando a simpatizar con uno de sus clientes telefónicos que anhela conocerla. Mientras que Vladimir Friedman le sigue en la misma sintonía como Víctor, un hombre cuya imagen de sí mismo se ha hecho añicos y no está acostumbrado a no tener el control de su destino. Ambos le aportan frescura a una película que combina comedia de enredos con un relato humanista de la temática migrante y ciertos toques fellinescos.
No debe haber nada más complicado en este mundo que dejar el país que te vio nacer y llegar a otro, más si se habla un idioma completamente diferente. En base a esto, Evgeny Ruman dirigió Voces Doradas, film que forma parte del primer Festival de Cine Israelí en Argentina, entre el 24 de febrero al 3 de marzo. El film se centra en Victor y Raya Frenkel (Vladimir Friedman y Mariya Belkina), una conocidísima pareja de actores de doblaje rusos que en 1990 -tras la caída del Muro de Berlín- se van de su país de origen para comenzar una nueva vida en Israel, donde las ofertas de trabajo para gente como ellos escasean, y mucho. Tanto, que ella decide aceptar un ofrecimiento en un call center erótico para clientes ruso-parlantes. No es la típica película sobre choque de culturas, es más sobre la necesidad de comunicación, tanto entre comunidades hermanas como entre la misma pareja. Además, toca de una manera desopilante, temas de auto descubrimiento -personal y sexual-. La pareja principal hace que esta película se vea entretenida y llevadera; la actuación de Mariya Belkina como Raya tiene esa mezcla de asombro, adaptación y, por momentos, resignación que hacen que brille en pantalla. Para quienes no conozcan este cine, es un gran punto de partida, ya que la película no es pesada y hay un muy buen equilibrio entre el drama y la comedia. La situación en la que se encuentran ambos personajes no es fácil, sobre todo en esa época, donde más de 1 millón de rusos migraron hacia Israel en un lapso de 10 años -el propio Evgeny Ruman, nacido en la actual Bielorrusia, es una de esas personas-. Son los momentos desconocidos que derivan de los grandes momentos de la historia.
El fresco de una época Víctor y Maya eran estrellas del doblaje en la Unión Soviética, pero la caída de la URSS no solo los deja en un mundo cuya lógica no terminan de entender sino también sin trabajo. Ambientada en 1990, Voces doradas no solo es un retrato de Víctor y Raya, dos actores de doblaje rusos de origen judío que tras la caída de la Unión Soviética emigran a Israel, sino también un fresco de época y una mirada ingenua (aunque no superficial) sobre cuestiones centrales de lo humano, como la identidad, el deseo o la felicidad. Con la comedia como vehículo que le permite abordar esas cuestiones con una pose de liviandad que no es tal, este quinto trabajo del director bielorruso/israelí Evgeny Ruman acompaña a sus personajes en un momento de crisis. Sin embargo, lo hace sin convertir a la incertidumbre en drama ni a la duda en tragedia. Por el contrario, elige transformar la angustia de empezar de cero en una serie de situaciones clave, ante las cuales deberán tomar decisiones que cambiarán el punto de vista desde el cual se miran a sí mismos en relación con el mundo. Pero esa transformación no ocurrirá de forma inocua y la película no les niega a los protagonistas la posibilidad de atravesar su propio dolor ante cuestiones como el desarraigo, la desaparición de la realidad tal como la conocían y la imposibilidad de continuar con su oficio. Porque la caída de la Unión Soviética no solo los ha dejado sin patria y en un mundo cuya lógica no terminan de aprender, sino también sin trabajo. Es que Víctor y Maya eran estrellas del doblaje en su extinto país, los que pusieron sus voces para que las películas extranjeras pudieran ser vistas en el vasto territorio soviético. Un talento que en su nueva patria, donde se habla un idioma que apenas conocen, ya no les sirve de nada. Ambos pasaron la barrera de los 60 años y esa confrontación con el vacío los afecta, en especial a Víctor, para quien el vínculo con el cine es la vida misma. En cambio Maya, más pragmática, pronto consigue trabajo poniendo su voz al servicio de una empresa de llamadas eróticas, que no solo resulta una labor redituable, sino una que realiza con gusto. Voces doradas expone con eficacia la fragilidad de sus personajes y para ello cuenta con la expresiva elocuencia de la pareja protagónica, integrada por Mariya Belinka y Vladimir Friedman. Ella, dueña de una belleza no exenta de grotesco, es capaz de transmitir una delicadeza que no le impide ser la mitad fuerte de la pareja. Él, cuyas expresiones impávidas recuerdan a un Marty Feldman sin estrabismo, es un hombre dispuesto a cualquier cosa con tal de cumplir con el rol de “macho proveedor”, pero que en el fondo sigue siendo un chico inocente para quien el cine es un paraíso donde toda felicidad es posible. Cándidamente cinéfila y aunque no pueda evitar repetir algunas fórmulas del género, Voces doradas no se priva de expresar una ética cinematográfica y lo hace con claridad y la inocencia como camino y la ternura como su principal fortaleza.
Raya (María Belkin) y Victor Frenkel (Vladimir Friedman) llegan a Israel ya mayores, se los nota abrumados, estamos en septiembre de 1990, vienen desde lo que sabemos que en unos meses dejará de ser la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El estado de Israel los recibe aunque no es que esté pasando por una situación próspera, porque están en guerra y en cualquier momento Sadam Husein puede bombardear el país. Los primeros días de estadía son de puras sorpresas, no todas agradables, y de búsqueda. Voces de oro es una pequeña película que ha pasado por distintos festivales y tiene la virtud de ir directo al grano y de contarnos la inserción de la pareja rusa en su nuevo país. Ambos son actores de doblaje, Victor ha puesto la voz para darle vida al Spartaco de Kirck Douglas o a Dustin Hoffman en Kramer Vs Kramer, porque en la Unión Soviética eran estrellas del doblaje y personajes influyentes en el mundo del cine, pero ahora cargan con esa mochila entre los exiliados rusos pero con la fama no alcanza y de alguna manera hay que pagar el alquiler y la comida. Raya va encontrar un lugar en un sitio de sexo telefónico, primero con miedo y luego con cierta maestría se convierte en Margarita y hace estallar de placer a los inmigrantes rusos que llaman a la hotline. A Victor se le hace un poco más complicado y va a deambular por la ciudad repartiendo volantes para el municipio hasta que un amigo productor le hace poner la voz para un aviso de lo que hay que hacer si Saddam llega a mandar misiles. La rutina de esos rechazos lo va volviendo cada vez más hosco, mientras que su mujer se va acomodando en su papel de musa de onanistas telefónicos. La llegada de los inmigrantes rusos crea nuevos nichos económicos, algunos oficiales y otros que bordean lo ilegal. Repartiendo los volantes municipales Victor se encuentra con un videoclub (sí, ya sé que los centennials no saben de qué estamos hablando) especializado en público ruso y por supuesto, para ese público las voces de Ray y Víctor son para los emigrados un recuerdo de los días felices de su juventud, así que ahí anda el actor de doblaje, volviendo a su viejo amor poniendo esta vez su voz a éxitos del nuevo Hollywood. La película avanza mostrando las dos actitudes disímiles ante la nueva vida que de alguna manera desgasta a la pareja, cada uno tendrá su propia forma de adaptarse y la historia deja espacio para celebrar al cine clásico, el arte y contar esa adaptación de los rusos inmigrantes a su nueva realidad. VOCES DORADAS Golden Voices. Israel, 2019. Dirección: Evgeny Ruman. Guion: Ziv Bercovich, Evgeny Ruman. Intérpretes: Vladimir Friedman, María Belkin, Evelin Hagoel, Uri Klauzner. Música: Asher Goldschmidt. Fotografía: Ziv Berkovich. Duración: 88 minutos.
Una película israelí que desarrolla una historia plena de ternura y comprensión, de una pareja de inmigrantes rusos que llegan a Israel con la esperanza de un mundo mejor. Ese matrimonio que en Rusia fue un notable equipo de dobladores de voces, y hasta con un punto de gloria que incluye al mismísimo Federico Fellini y su “8 y ½”, siente que sus posibilidades laborales locales terminaron y que es tiempo de un cambio. La llega a Israel los enfrente a una realidad que no esperaban: solo consiguen trabajos marginales, de limpieza y reparto él, de llamadas eróticas ella. Pero en ese recorrido de luchas, con telón de fondo de otros inmigrantes tan melancólicos como ellos, con videoclubes truchos y aprovechamiento del mercado, se descubrirán distintos, saldrán a la luz conflictos tapados y especialmente ella se empoderará de manera inesperada. Con ilusiones amorosas incluidas. Las idas y vueltas de una pareja grande sin hijos, en una sociedad que no conocen y que es pintada con no poca ironía e inteligencia. Una comedia encantadora sobre dos adultos que pasaron su vida juntos y de pronto tienen que redescubrirse. Grandes actuaciones.
Acercándose el final del Festival Internacional de Cine Israelí en Argentina, llega a las salas el estreno de la película que dio pie a la inauguración de la semana SERET Argentina 2022. Bajo la dirección de Evgeny Ruman, “Voces Doradas” nos trae un conmovedor relato de un matrimonio, que al igual que otras historias de miles de personas, tuvieron que enfrentar la inmigración debido a abruptos cambios coyunturales. Vladimir Fridman y Maria Belkin interpretan a Victor y Raya Frenkel, una pareja de grandes actores rusos, considerados las voces doradas del doblaje de películas soviéticas, que durante décadas se encargaron de que los espectadores puedan ingresar a esos hermosos mundos cinematográficos. Con una larga trayectoria en su haber, y con la esperanza de retomar una vida similar a la que conocían, los Frenkels deciden, al igual que cientos de miles de judíos soviéticos, de emigrar a Israel frente al drámatico colapso de la Unión Soviética en 1990. Sin embargo, al llegar a la tierra de ‘sus raíces’, se encuentran en medio de la agitación política de la incipiente guerra con Irak, con atemorizantes amenazas nucleares, a la vez que se enfrentan con la dificultad de entender y hablar el idioma y de encontrar algún trabajo relacionado a su profesión que les permita ganarse la vida. En el vaivén de la crisis matrimonial y profesional, los encantadores personajes interpretados por Fridman y Belkin se enfrentan a sí mismos, revisando cuestiones de su pasado mientras tratan de reinventarse y de lidiar con su nuevo presente frente a los desafiantes cambios. Por medio del amor y del humor, “Voces Doradas” nos propone una simpática y sensible historia acerca de la vejez y de la búsqueda del sentido de pertenencia y de nuevos propósitos de vida frente a los drásticos desafíos que se interponen en el camino, a la vez que homenajea a la historia del cine y a su arte de contar historias. Un relato ligero y entretenido recomendable para disfrutar y emocionarse.
Hace unos años, en el 2015, se estrenó un excelente documental titulado Chuck Norris vs El comunismo que exploraba la importación ilegal de filmes hollywoodenses pochocleros durante el régimen de la Unión Soviética. En la década de 1980 el comercio pirata de las videocaseteras dio lugar a una actividad muy particular que fue el doblaje clandestino de las producciones americanas. A través una tarea que también representaba cierta rebeldía contra el gobierno, muchos artistas se dedicaron a doblar las voces de los grandes héroes de acción de aquellos días. Para el momento en que la Unión soviética llegó a su fin, a comienzos de los ´90 existían dos generaciones de espectadores rusos que asociaban a Sylvester Stallone, Bruce Willis y Schwarzenegger con las voces de los doblajistas locales que luego se convirtieron en celebridades populares. En Voces doradas el director Evgeny Ruman toma ese contexto histórico para construir una divertida comedia de enredos que se relaciona con esta temática. En la trama un matrimonio ruso emigra a Israel tras el colapso del comunismo y en el nuevo hogar donde se establecen terminan vinculados con las viejas actividades que les dieron notoriedad. Gran parte del tratamiento del humor se centra en el choque de culturas donde siempre está presente el contexto de político de la época. A través de esa premisa el director Runan explora los altibajos y conflictos que se relacionan con las experiencias de los inmigrantes. Sin embargo la película va más allá de tema y también elabora un reconocimiento afectuoso al arte del doblaje y los especialistas que ejercen esa profesión. No recuerdo haber visto otro film sobre este tema y Voces doradas representa uno de los aspectos más interesantes de la trama, más allá de las situaciones humorísticas. Motivo por el cual es una gran recomendación para quienes tengan interés por estos temas.
Luego de haber sido la película elegida como apertura del SERET Film Festival (primera edición del Festival Internacional de Cine Israelí en la Argentina), llega a las salas “VOCES DORADAS” el último trabajo de Evgeny Ruman de quien se conoció en streaming su thriller psicológico “El hombre en el muro”. En la primera escena, vemos a Raya (María Belkin) y Victor Frenkel (Vladimir Friedman) llegando a Israel, dejando atrás su hogar, su trabajo y sus historias de vida en la URSS. El contexto político y social en el que se desarrolla la historia, situada en Septiembre de 1990, la centra en pleno conflicto de la Guerra del Golfo que hace que por momentos, en plena ciudad, se sienta el peligro de que en el momento menos pensado, puede llegar a ser bombardeada. Ruman trabaja dentro de la historia con varios ejes, siendo uno de los principales, el tema de la inmigración y el hecho de tener que volver a empezar de cero en un país en pleno conflicto cuando tampoco son jóvenes y llenos de energía dispuestos a desarrollar un nuevo proyecto de vida. Por el contrario, Raya y Victor lucen agobiados y contrariados de tener que salir a buscar trabajo para poder sostener su nuevo alquiler con todo lo que implica no estar en la propia tierra. Ambos provienen del mundo del cine, han sido importantes actores de doblaje, con una extensa carrera y ahora lucen perdidos sin posibilidad de encontrar trabajo en un mercado donde el doblaje no parece tener tanto campo laboral. Es así como Raya se presenta en una especie de call center sin darse cuenta, en un primer momento, que se trata de una oficina donde varias señoritas están ofreciendo sus servicios de sexo virtual telefónico a través de las famosas hot lines. Lejos del perfil esperado y de lo que ella misma quiere para sí, comienza a jugar con su voz en la entrevista de trabajo, demostrando que con sólo modificar un tono puede transformarse en la mujer que aquel hombre que llama, necesita para dar rienda suelta a su fantasía y su deseo. Así se convertirá en Margarita con un trabajo que le da la posibilidad de desdoblarse y ser varias en una misma persona y aplicando su talento vocal para ir progresando en su puesto, mientras que mantendrá en secreto para Víctor a qué se dedica realmente, intentando convencerlo de que trabaja vendiendo perfumes. Al mismo tiempo que ella progresa, él se ve atrapado y con muy pocas posibilidades laborales, se las ingenia repartiendo volantes y haciendo trabajos menores, lo que irá abriendo una grieta en la solidez de la pareja. Cada uno de los detalles nos remite al pasado, desde los teléfonos que utilizan en la oficina de Raya hasta un videoclub que encuentra Víctor como espacio para recobrar sus años dorados y su importante trayectoria dentro del cine, pero al mismo tiempo el guion dialoga con un tiempo muy actual (que en el momento en que se desarrolla la película sería impensado) dando forma a una figura femenina fuerte y decidida a romper ciertos esquemas y preconceptos. La historia se va completando con algunos toques de comedia romántica y para los cinéfilos, el vínculo con el cine y con el poder que tienen las películas, aparece casi permanentemente atravesando todo el relato. Pero más allá de la habilidad que tiene el guion de contar una historia de ribetes dramáticos sin perder el tono simpático y apoyándose en el carisma de sus protagonistas, uno de los puntos más interesantes que presenta “VOCES DORADAS” es el tono particular que proponía Aki Kaurismaki en cada una de sus creaciones. No solamente la puesta de Ruman propone un estilo de actuación muy propio del cineasta finlandés, sino que además se destaca por el uso de colores saturados e impone una iluminación que da prioridad a los rostros de los protagonistas por sobre cualquier otro elemento de la puesta, detalles que van sumando puntos a favor. No es frecuente poder contar en la cartelera con películas israelíes más allá de eventos y festivales, razón por la cual, se disfruta doblemente de la posibilidad de ver este tipo de cine en la pantalla grande.
Un film sobre la migración y la búsqueda de superación de Evgeny Ruman Una película atractiva que utiliza la voz como elemento principal para generar el drama y la emotividad desde una historia sencilla. A finales de los años 80 y después de la caída del Muro de Berlín, la Unión Soviética permitió que muchos judíos soviéticos emigren a Israel. Es 1990 y Víctor (Vladimir Friedman) y Raya (María Belkin) Frenkel, dos voces doradas del doblaje en ruso emprenden ese viaje. Al llegar se encuentran que tienen que adaptarse al nuevo lugar. El doblaje en ruso no es necesario y entonces tendrán que buscar otros trabajos. Además, tienen que aprender hebreo, pero se les hace difícil el idioma y requieren de un traductor. En ese contexto, Raya (María Belkin) encuentra un trabajo en una línea erótica. A pesar de su edad, se presenta y el requisito es que hable ruso, con lo cual demuestra aprender mucho y ser versátil para hacer la voz de mujeres de distintas edades. Sin decirle nada a Víctor (Vladimir Friedman), comienza a ganar dinero y a disfrutar de su trabajo. Por otro lado, Víctor (Vladimir Friedman) intenta ser actor y volver al radioteatro, pero sólo consigue trabajos más burocráticos hasta que encuentra un videoclub para público ruso que, de manera rudimentaria, hace doblaje de las películas. Sin embargo, nada saldrá como esperan, ambos se involucran demasiado en sus trabajos y eso les producirá una crisis en su vida de pareja. Resulta interesante el estilo que construye Voces doradas (Golden Voices, 2021) a partir de un relato que busca generar proximidad con los personajes. Desde una estética muy marcada y elaborada, entre el uso de la imagen, el sonido y la música, con planos bien cuidados y compuestos, logra generar un relato íntimo con momentos de humor negro. Es atractivo centrarse sobre las dos personalidades de sus protagonistas y entrelazar sus dos formas de ser con relación al paso del tiempo y a lo que significa el amor para cada uno. Por un lado, Raya (María Belkin) y la búsqueda de la aventura, al cambiar su estilo de vida en lo personal. Por contraste, la obsesión por la perfección y el regreso a la vida antes de Víctor (Vladimir Friedman). Todo se enfoca también hacia una historia de amor en personas de mayor edad. Sin duda la voz es el personaje principal y que funciona de hilo conector para producir el drama y la emoción. Además se vuelve más llamativo que sea utilizada en una época como los años 90, cuando era el tiempo de los VHS y los teléfonos aún no eran digitales ni se solía tener celulares. Así mismo el lenguaje hablado, y la dificultad del idioma para comunicarse, sirven para adentrarse en el tema de la migración. En ese punto la emotividad que llega de una mirada al pasado y que a la vez tiene mucha actualidad, se centra en un momento histórico donde la proximidad de la destrucción está latente, el ataque químico a Israel está próximo, y la tensión política se percibe en el ambiente donde habitan. Del mismo modo, está el cine como un elemento presente. Y en ese punto el espacio de la sala de cine se vuelve importante. Es el lugar de los recuerdos, un espacio de refugio. No obstante, el cine como elemento artístico está a lo largo de la película, y presentado en la figura de Federico Fellini con quien tienen una foto en su juventud, en un momento que marcó la carrera de ellos dos. La foto la llevan siempre con ellos. Al mismo tiempo “La voz de la luna” (1990), la última película de Federico Fellini está al final y de manera simbólica para mostrar el inicio de la nueva vida que van a comenzar. Voces doradas es una película de personajes atractivos, que trae recuerdos de películas de Aki Kaurismaki en el uso de historias de pareja de mayor edad que deben lidiar con sus mundos cotidianos, pero dentro de un contexto histórico mucho más grande e importante. Muchas veces, como en este caso, relacionado a la migración y cuestiones políticas según el lugar en el que se encuentren.
OTRO TIEMPO, OTRO LUGAR Como tantos otros, luego del colapso de la Unión Soviética, Victor y Raya emigraron hacia Israel para intentar construir allí una nueva vida. Su especialidad era el doblaje de películas y hacerse un camino en ese territorio no parece tarea sencilla para los protagonistas: otro lugar, otro mundo, otra cultura, otras tecnologías que surgen en esa industria y que parecen terminar con un presente congelado en el tiempo hasta hace no muy poco. Esta tragicomedia israelí de Evgeny Ruman aborda específicamente el drama de los inmigrantes, de rehacer la vida en un territorio desconocido, algo que se complejiza en el caso de Victor y Raya porque se trata de adultos y de una pareja en crisis. Voces doradas está ambientada en 1990 y si bien el año y el lugar determinan un contexto político y social, la película avanza progresivamente hacia conflictos más universales como el agotamiento en el vínculo de una pareja, las expectativas personales y el deseo, las ansias de independencia y el machismo de un hombre de una generación para la cual los roles de la pareja estaban más que prefijados culturalmente. Se podría decir en ese sentido que Ruman desaprovecha un poco el contexto, porque por momentos da lo mismo que la historia de Victor y Raya esté ambientada en el presente o en el pasado. Pero en cierta forma hay algo demodé, antiguo, en la forma de narrar del director y en los modos que adquiere esta comedia asordinada en la que el drama de los personajes está atravesado por un espíritu burlón nunca definido. Especialmente ese tono entre trágico y burlesco que maneja la película es la que la vuelve un objeto raro, pero también algo digno de admiración. Hay algo en el gesto y en el tono que asemeja esta película al cine de Aki Kaurismäki y en la dinámica de la pareja protagónica algo similar a lo que sucede con los personajes imprevisibles de los belgas Dominique Abel, Fiona Gordon y Bruno Romy, creadores de Rumba entre otros films. Y para que esto funcione, Ruman cuenta con las invalorables máscaras de Maria Belkin y Vladimir Friedman, quienes hacen de esos personajes anclados en otro tiempo las criaturas perfectas para aligerar el patetismo de algunas situaciones y convertirlas en una risa siempre interrumpida por un dejo de amargura. Lo que se dice, una tragicomedia en toda regla.
Esta comedia dramática israelí-rusa nos premia con el poder de una gran actuación en pantalla, en fantástico dúo interpretativo, realizado por los veteranos Mariya Belkina y Vladimir Friedman. Conmovedora y profundamente humanista, nos cuenta una historia de dislocación física y espiritual, en donde la soledad y la necesidad de comunicación son dos polos encontrados. El coguionista y director israelí Evgeny Ruman ambienta la historia en la Israel de 1990, tras el colapso de la Unión Soviética. Dos actores de doblaje a la deriva fracasan en afianzar sus habilidades, pero serán la capacidad de inventiva y tenacidad las herramientas más poderosas como engranajes de un relato que discurrirá por los caminos de la piratería de video y la industria del sexo telefónico. Ingeniosa y divertida, tan tristemente verdadera como honesta, “Golden Voices” retrata la etapa de maduración camino hacia la mediana edad, en consonancia con el dolor que acarrea el desplazamiento cultural. La confusión y las heridas a flor de piel no priva a sus caracteres de encontrar un último gramo de esperanza. Sin recurrir a la solemnidad, inclusive en sus trances más oscuros, y poseyendo un sentido de ligereza vital para hablar acerca del destino, sabe colocar ante nuestra atenta mirada guiños cinéfilos para el absoluto deleite.