Vivir de noche

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

El hombre y la antítesis

La nueva película de Ben Affleck como director se llama Vivir de Noche (Live by Night), pero gran parte de ella se desarrolla de día, incluso los grandes acontecimientos dramáticos que presenta tienen lugar en horarios diurnos. Más allá de esta antítesis, el título responde a un estilo de vida que adopta Joe Coughlin (Affleck) al regresar de la Primera Guerra Mundial, el cual es vivir como un forajido en el plena Ley Seca. Hay otra antítesis en esa elección porque Joe es hombre bueno desempeñándose en una actividad criminal; esa dualidad es parte del cine noir, que abraza Affleck en otro intento por seguir explorando los géneros, en tiempos en los que el cine de superhéroes tiene casi monopolizado el accionar de los grandes estudios, los mismos que en otros tiempos llenaron sus arcas beneficiados por los géneros y el Cine Clásico. La dinámica del cine negro pasea al pobre de Joe por las redes de una femme fatale de turno y un retroceso a cero, en su carrera de marginal durante épocas turbulentas de las primeras décadas del siglo XX en Boston. Tras salvarse de una muerte segura (y de pasar un corto tiempo en la cárcel), la sed de una venganza latente lo lleva a Florida para estructurar el contrabando de ron cubano perteneciente a un jefe de la mafia italiana, a pesar de ser un irlandés.

Affleck toma nuevamente una fuente textual perteneciente a Dennis Lehane, como lo hizo en su ópera prima Desapareció una Noche (Gone, Baby, Gone, 2007) para encausar una nueva mirada moral dentro de un contexto de violencia y corrupción -quizá la única que se despega de esta recurrencia temática sea Argo (2012)-, pero a la que le suma la variable de la Ley Seca como experimento sociológico y antropológico sobre el accionar de los ciudadanos comunes ante un disparate semejante para disminuir la tasa de criminalidad. El vector del protagonista está sellado por hacer el bien en un mundo que se lo impide con diferentes obstáculos: el odio racial del Ku Klux Klan, el fanatismo religioso y la codicia de sus rivales hampones. La habilidad de Affleck se halla en su capacidad narrativa, aprehendida del cine clásico más puro, al que logra adosarle sus propias ideas estéticas a partir de recursos formales en el uso de la cámara, identificados de manera más transparente en el puñado de escenas de acción que el film tiene: la persecución policial luego del robo al banco y la pistoleada final, aunque a toda esta numeración hay que darle también crédito al gran fotógrafo Robert Richardson. Ciertos pasajes de confusión nublan el relato cuando se inmiscuye el personaje de Elle Fanning, interpretando a la hija de un jefe policial (Chris Cooper) reconvertida en líder religiosa que obstaculiza el crecimiento de Joe en su perspectiva por dejar el contrabando de alcohol para dedicarse al juego legal, como visión futurista de un negocio sin riesgos de ningún tipo.

De la misma manera en la que el protagonista no puede escapar de sus actos de bondad, esos que se transforman en una sentencia de muerte, Aflleck reafirma que los personajes que se mueven en círculos de violencia, sin importar sus intenciones, tienen un final inevitable al momento en el que deciden tener una mínima demostración de piedad. Podría interpretarse, como una segunda lectura, que estos hombres nunca terminan impolutos, que no hay jubilación que les permita vivir en el paraíso con las ganancias de una vida dedicada a los negocios. Este axioma del cine negro se apodera de la cuarta película de Ben Affleck, porque en este género no hay salida desde el primer momento en el que se entra en él; sus criaturas viven al filo porque no pertenecen a un sistema, tampoco hay lugares para volver a empezar, así es que esta tesis del hombre ambiguo entre el bien y el mal se vuelve a poner de manifiesto en un film cargado de clasicismo bien entendido e interpretado.