Violette

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Vidas al límite

En cada versión audiovisual, las biografías de personajes históricos resienten una serie de obstáculos casi insalvables; como al realizar un busto, la idea de transcripción es, en quien mira, más fuerte que la obra misma. En el caso de Violette, el fuerte de Martin Provost (ya conocido por su film Séraphine) radica en volcar una mirada angular sobre un fenómeno cultural del siglo XX, el existencialismo francés, y una de sus pilares, Simone de Beauvoir, a través de la vida de una escritora menos pública pero no menos importante en el desarrollo de aquel movimiento.
Violette Leduc no tuvo una vida fácil. Bastarda de nacimiento, sobrevivió la posguerra en el mercado negro, perdió un embarazo y se enamoró en forma platónica de Simone de Beauvoir, que la impulsó a parir sus dolencias en escritos salvajes. El retrato de Beauvoir, en la magnífica interpretación de Sabrine Kiberlain, es ejemplar; muestra su frialdad de la mano con su pasión por lo dionisíaco, el torbellino irrefrenable representado en Violette y, en consecuencia, su madrinazgo sobre la principal protagonista, una pieza clave del film, tiende a orbitar como el verdadero sujeto de la película, por encima de cualquier trazo biográfico.
Entre tanto angst, la presentación un tanto caricaturesca de Jean Genet y del mecenas literario Jacques Guérin, factótum en la publicación de La hambrienta, generan descompresión y humor negro durante la filmación de un corto que representa, con citas a El acorazado Potemkin, la pérdida del embarazo de Violette. Con todo y, fundamentalmente, con otro incomparable rol de Emmanuelle Davos, la película pierde frescura al reiterar la venalidad de los personajes y al estirar el metraje más de lo necesario. Son los únicos defectos de una obra que no dejará de ser relevante para aquellos interesados en un contexto literario fundacional.