Vicio propio

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Planet Pynchon

Thomas Pynchon es un nombre demasiado pesado para una adaptación; con tantos ribetes y personajes lisérgicos, sus novelas parecen imposibles de guionar. Por eso, en más de un sentido, este intento de Paul Thomas Anderson se emparenta con la versión fílmica de El almuerzo desnudo, el libro de William Burroughs llevado al cine por David Cronenberg. Los dos escritores de culto se relacionan con la contracultura de los sesenta y setenta, los dos son creadores de un lenguaje críptico y, en ambos casos, fueron adaptados con éxito.
Fiel al estilo de Pynchon, el protagonista de Inherent Vice (nombre original del film y la novela en que este se basa) es Doc Sportello (Joaquin Phoenix), un investigador privado en una ficticia ciudad californiana de 1970, que es visitado por su ex novia Shasta (Katherine Waterston) para averiguar el paradero de su amante, el millonario Michael Wolfmann (Eric Roberts). La trama es simple, pero el resultado final, como todos los trabajos del novelista, excede la idea original con una acumulación de situaciones delirantes.
Paul Thomas Anderson (a quien, de hecho, cita el propio Cronenberg en Map to the Stars como un director estrella) fue práctico para adaptar la novela a un guión comercial. De los muchos personajes que pueblan Vicio propio, el director eligió al detective Bigfoot Bjornsen (Josh Brolin) como antihéroe y complemento “duro” del hippie y bizarro Sportello, un personaje a mitad de camino entre Columbo y el Dude de El gran Lebowski, que es arrastrado por la ensortijada trama pero (y este es el mérito del film) nunca se muestra ajeno. Con Owen Wilson y Martin Short para acentuar el tono de comedia, Vicio propio es el film más gracioso de Anderson desde Boogie Nights. Y casi igual de grande.