Vergüenza y respeto

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

SER GITANOS HOY. ¿Cómo hacer para exponer la realidad cotidiana de una comunidad gitana en Argentina eludiendo prejuicios y, al mismo tiempo, esquivando una mirada idílica? Tomás Lipgot (El árbol de la muralla, Moacir) hizo lo mejor que podía hacerse ante ese desafío: ganarse la confianza de una familia y dejar que los propios integrantes cuenten su historia, con toda su vitalidad y sus contradicciones.
De esta manera, casi sin salirse de la intimidad del hogar de los Campos en el conurbano bonaerense, Vergüenza y respeto recorre conversaciones y gestos que van revelando diversos aspectos de la vida gitana. Todo cabe en esta amable invitación a conocer otra cultura: mates, asados y humeantes comidas, chicos (varones) jugando con su rifle, buscando amistades en Facebook o tocando prodigiosamente la guitarra, los sentimientos sinceros ante la pérdida de un familiar y el poco valor dado al estudio, la vocación por las fiestas junto a ciertas formas de marginalidad, la amistosa relación con los vecinos y las expresiones del tipo “Al que se mete con alguno de nosotros lo mato.”
Seguramente para espectadores habituados a los conceptos políticamente correctos no es fácil aceptar algunas ideas que los gitanos –estos gitanos, al menos– tienen sobre la honra y la libertad, o sobre el rol de la mujer. “La leyenda gitana se basa en la mujer”, dice uno de ellos, y habla incluso de matriarcado, al mismo tiempo que se subraya la importancia de la virginidad de las jóvenes antes del matrimonio y de no dejarlas salir nunca solas a ningún lado, o el ferviente deseo de que el primogénito sea un varón. No menos inquietante suena el requerimiento de “No desvirtuar la raza”, derivado de lo que podría llamarse orgullo de ser gitano. Lo bueno es que esos valores se ponen ligeramente en discusión en el mismo film, cuando dos hombres de distintas generaciones debaten sobre la pertinencia de respetar las tradiciones frente a los cambios de la vida moderna. En tanto, queda la duda de cómo se acomodan sus reglas de vida con la necesidad de tener un empleo y ganar dinero (a ninguno se lo ve trabajando, salvo dentro de la casa).
Un acierto de Lipgot como director es que –apelando a grabaciones amateurs de casamientos familiares o registrando conversaciones casuales– logra transmitir el clima propio de una familia gitana, extraña mezcla de temperamento con afecto y rigidez con libertad. Otra buena idea es mostrar a los hombres viendo entusiasmados por TV a la selección argentina de fútbol mientras el mayor de ellos habla del respeto a las leyes de nuestro país; también las imágenes de archivo que aparecen naturalmente, sin solemnidad, mientras se deslizan datos históricos (incluyendo un pasado de persecuciones que trae a la memoria El árbol de la muralla).
No debería hacer falta agregar que el documental de Lipgot está impregnado de energética música, que sólo los gitanos parecen saber cómo generar en cualquier momento y ocasión. Por ahí asoman Carmen Amaya y Gipsy Kings, pero en el film son los Campos quienes, de tanto en tanto, disfrutan cantando, moviéndose y batiendo palmas con envidiable regocijo. Si de algo no hay dudas, es que se sale de ver Vergüenza y respeto tarareando y con ganas de discutir sobre costumbres y conductas propias y ajenas.