Vergüenza y respeto

Crítica de Federico Bruno - Fancinema

Gitanos, los demás: foráneos

De los gitanos aprendimos a juzgarlos antes de conocerlos. ¿Qué sabemos acaso? Después de ver este documental, hay que celebrar la iniciativa del director, Tomás Lipgot, por desasnar(nos) e intentar contar una historia sin juzgar en el desarrollo. El producto final es de antemano interesante, cómo de una familia (los Campos) se intenta construir el arquetipo de una comunidad que -haya sido donde se quiera su origen- está en las antípodas del conurbano bonaerense. Ellos viven ahí. La invitación a polemizar queda presentada también. Cuando una historia está marcada por constantes persecuciones, la desconfianza queda adyacente y la de este clan hace gala de la premisa.

Lipgot delimita la sociedad entre gitanos y payos (fuera del conglomerado anterior). Va de lo pequeño a la grande; en los primeros planos un joven se entretiene con el Preguntados -juego donde prima la cultura general-, un niño se abre una cuenta en Facebook -le sugieren sólo vincularse con gitanos-, una chica de 14 contrae matrimonio -con un primo lejano- y una de 15 comienza a pintarse. Las mujeres no van solas a casi ningún lado y poco se cuestiona, sí el uso de la vestimenta. Polleras más o menos cortas según el índice de recato. El debate antropológico a veces de desfasa con el metafísico: ¿está devaluado el amor por los cristianos occidentales?

El ritmo de Vergüenza y respeto (81 minutos) es vertiginoso; ser gitano es crecer más rápido pero sin dejar pequeños vestigios de inocencia: un póster de Violetta sobre una pared. Las familias son juez y parte. Uno de los Campos reflexiona: “la familia, los no gitanos, la destruyeron en son de la economía. Dejaron a los hijos a la libertad”. ¿La educación? En la propia casa, el trabajo también, la vida misma. Como si temieran al silencio, o al set de filmación que se montó en su propia casa, siempre es una buena ocasión para cantar. No faltan los que se animan a capella y cuando se tienen a mano las guitarras puntean el flamenco como si fuese su credo.

Los gitanos son dóciles y estrellas en esta apuesta de la productora Duermevela, la picardía de todos ellos conforma un crossover de las obras picarescas de Moliére con la viveza criolla. No pueden escapar a la cotidianeidad, se muestran cómodos con ropa de diseño, cerveza de multinacionales y durmiendo en camas cuchetas. Como en cualquier familia, también están los que son más carismáticos y al final uno termina con menos prejuicios, los mira con más empatía. El nivel emotivo llega a su clímax con la mayoría de la familia Campos en la playa: se meten al mar, con ropa, de otra forma no lo pueden hacer. La cámara es uno más, al principio desde la orilla y después sumergida en la costa entre payos y gitanos.