Una vida oculta

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

Este ultimo filme del septuagenario realizador Terrence Malick vuelve sus pasos hacia un relato más nítido argumentalmente, con un conflicto moral de evolución progresiva mucho más cercano en su narrativa a sus filmes germinales como Bad lands (1973) que a El árbol de la vida (2011).

El argumento, que está basado en hechos reales, nos cuenta la historia de un campesino austríaco llamado Franz que vive una vida apacible junto a su mujer y sus hijas trabajando diariamente en la laboriosa tarea del campo y rodeados de un ensoñado paisaje de montañas. Pero Franz, frente a la llegada la Segunda guerra mundial, se ve obligado a jurar lealtad a Adolf Hitler y sumarse al ejército. Este acontecimiento produce una crisis entre la moral creyente del joven campesino y el deber al que se lo convoca. El filme despliega en su narrativa dos grandes momentos, uno el de la vida armónica y espiritual de Franz y su familia. El segundo movimiento se despliega luego de haberse presentado en Franz el dilema entre la guerra y sus férreos principios, de esta manera el relato nos expone cual será el alto costo que el protagonista y sus seres queridos pagarán por la decisión innegociable de Franz al resistirse a tamaño juramento. Así, seremos íntimos testigos de una lucha titánica donde se pondrá en juego el costo de su libertad de elección.

Si nos detenemos en el primer fragmento del filme, se nos presenta una narración plena de ese mundo sensorial que ya conocemos de la narrativa de Malick. Cierto poder de las texturas sonoras y visuales que dominan la expresividad de su narrativa. Desde este registro emocional y sensitivo del universo que Malick crea, podremos observar como el realizador revalida su percepción sobre la relación que existe entre lo espiritual y lo cotidiano. Esa “espiritualidad que se halla en la cotidianeidad”, se presenta como una condición sacralizada de la vida simple, del acto cotidiano de la supervivencia, de la relación entre el hombre y la naturaleza y de una perspectiva humanista de la vida. Podemos relacionar esto con cierta creencia cristina que hace a la vida del protagonista y su familia, no se circunscribe específicamente a lo religioso en términos cristianos, sino que da un paso más allá, como lo suele hace Malick, en cuanto a lo filosófico de esa espiritualidad en lo cotidiano.

Aunque en muchos pasajes nos puede parecer idealizante la mirada de Franz y sus pensamientos, el tono algo santificado del personaje termina siendo acorde con la propuesta de todo el filme, y tangencialmente con los hechos de la historia real.

Por otra parte, en el segundo movimiento narrativo del relato aparece un tópico que observo se presenta de manera reiterada en los últimos filmes de distintos directores de la misma generación, aún en universos estéticos diametralmente opuestos. Scorsese, Bellocchio, Eastwood y Polanski de una manera u otra han abordado la pregunta sobre la idea de “la traición” en sus últimos relatos cinematográficos. Esta preocupación por la traición como eje narrativo, los convoca a realizar un análisis sobre ¿qué es la traición? Y desde lugares muy distintos rozan la idea de que aquello que se ha connotado solo negativamente en nuestra historia cultural, puede ser ni más ni menos que un acto de libre albedrío en oposición a una estructura planteada por el sistema, y así la idea de la traición se nos puede presentar como una acción radical que va contra la moral de un sistema más siniestro que la traición misma.

Franz cuando decide “traicionar” al Führer negándose a un juramento de lealtad y a una guerra oprobiosa se ubica en ese lugar, donde la traición es una acción de rebeldía, de ruptura y de esencial liberación.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria