Un viaje extraordinario

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

A James Marsh le atrae retratar la realidad: dirigió varios documentales (Man on Wire es el más conocido) y su ficción anterior a Un viaje extraordinario era La teoría del todo, la premiada -pero desabrida- biopic de Stephen Hawking. Ahora vuelve a inspirarse en una vida real. Y vuelve a entregar un producto insípido.

La historia tiene potencial: se trata de las peripecias de Donald Crowhurst, un inventor -ahora se lo llamaría “emprendedor”- y navegante aficionado que en 1968 se animó a inscribirse en una exigente regata organizada por el diario Sunday Times. La consigna era circunnavegar el planeta en velero, en solitario y sin hacer paradas, en el menor tiempo posible. Toda una aventura, que aquí brilla por su ausencia.

Porque es muy difícil filmar una epopeya sin contar con un gran presupuesto. Y aquí se notan los trucos que se ensayaron para suplir la falta de dinero. No hay ninguna emoción en ver a Colin Firth a bordo de un falso barco en un océano falso, ni en las tomas cenitales de barquitos de juguete flotando en piletones.

Lo que ocurría en tierra con su familia, la prensa y los sponsors mientras Crowhurst navegaba era el salvavidas al que podía aferrarse la película. Pero esa trama paralela -con Rachel Weisz y el gran David Thewlis desperdiciados- tampoco consigue su objetivo de conmover o indignar, y entonces el naufragio es total.