Un método peligroso

Crítica de Alejandro Noviski - La cueva de Chauvet

Un elogio para El método peligroso

De algún modo es posible concebir a Un método peligroso como un homenaje. En caso de ser así, podemos preguntarnos, ¿un homenaje a qué?

La pregunta emerge porque se trata de un film, en cierto punto, inasible. Una obra que salpica hacia varios lados y que no responde fácilmente a las preguntas que uno pudiese plantearse sobre él. ¿Es un film irónico? ¿Es una apostasía del psicoanálisis? ¿Es una crítica a la ortodoxia y un camuflado elogio a Jung que podemos advertir en la lectura de las placas finales que relatan el destino de los personajes? ¿Es una pedagogía moral de la mentada abstensión del analista? ¿Es una irónica frivolización de aquellos iniciales años del psicoanálisis? ¿O es una loa a tales tiempos? Las preguntas asoman también merced a la habilidad del director de no posicionarse en una perspectiva fija y clara. Cual sea el caso, la obra de Cronenberg se presenta como una oportunidad para recordar algunos hitos relativos a esos tiempos.

La película se desarrolla durante aquella época que Freud llamó “los heroicos años de aislamiento”, momento en que el psicoanálisis estaba en un período embrionario y comenzaba a emitir sus primeras ramificaciones. La escasa repercusión social que tuvo entonces la invención analítica se evidencia en el destino inicial de una de sus obras magnas. “La interpretación de los sueños”, texto inaugural del psicoanálisis, que en el curso de seis años a partir de su publicación vendió sólo 351 ejemplares, y cuya segunda edición no apareció hasta 1909.

En este sentido se trata de un film con vocación histórica. Los elementos que se despliegan se atienen a los hechos “verídicos”, entendidos éstos como los reconstruidos por los biógrafos oficiales e historiadores del psicoanálisis. Hay algunos detalles que podemos traer a colación para evidenciar esta fidelidad mimética.

La construcción de la correspondencia es casi exacta, a modo de ejemplo, las palabras que le dirige Freud a Jung, como despedida y ruptura del vínculo, “Con esto no pierdo nada, pues durante mucho tiempo he estado ligado emocionalmente a usted por un débil hilo, el efecto subsistente de decepciones anteriores” forman parte de la correspondencia con fecha del 3 de enero de 1913. Otro elemento “verídico”: los desmayos de Freud. Dos veces se desvanece Freud ante Jung. La primera vez, en el puerto alemán de Bremen, un 20 de agosto, antes de embarcar hacia Estados Unidos, mientras Jung hablaba sobre ruinas prehistóricas en las que se estaba excavando al norte de Alemania y Freud derivaba de esas palabras interpretaciones que lo comprometían. La segunda, tres años después, en una reunión de Munich, con motivo de una pequeña conferencia psicoanalítica, desmayo retratado en una de las escenas. Baste mencionar, como tercer elemento, el viaje que realiza a Estados Unidos invitado por Stanley Hall para disertar en la Clark University. Esta visita representó, en términos de Freud, el primer reconocimiento al psicoanálisis fuera de Europa. Después de varios días a bordo del vapor George Washington de la compañía Norddeutrsche Lloyd, antes de arribar a destino, Freud dice a sus discípulos: “Ellos no saben que les estamos trayendo la peste”. La anécdota nos llega a través de Lacan, quien afirma haberla escuchado de boca de Jung, en un cónclave psiquiátrico realizado en Suiza en los años 50’. Sagaz, Lacan agrega que esa peste tenía boleto de ida y vuelta, y retornó a Europa bajo el nombre de “Ego Psychology”.

De los personajes representados, Freud no nos sorprende. No está puesto allí para sorprender. Sí tal vez Mortensen, pero no Freud. Y es que es mérito de Cronenberg haber hecho posible que el papel de Freud sea encarnado por Viggo Mortensen. Con un público acostumbrado a verlo mostrando sus músculos, tajeando el rostro de Stallone o realizando una matanza en Una historia violenta, es una propuesta impensada llevarlo a representar un personaje histórico, concreto, reflexivo, cerebral, bibliófilo. El encaje, no obstante, es magistral. La biografía ha construido a un Freud semejante al papel que Mortensen representa. Nos llega, cuatro generaciones después, un Freud distante, altivo en su inteligencia, capaz de llevar adelante un movimiento intelectual y político y que ha logrado conjugar las cualidades del líder de movimiento y de teórico de excepción. Cronenberg es fiel a ese Freud que nos llega. En este sentido, el film es, en algún punto, un film pro freudiano; entre la marea afectiva que somete a los personajes y el torbellino caótico de tensiones, emociones y desbordes, es Freud el único que se yergue con su deseo firme e inclaudicable sin ser perturbado por las tempestades que afectan a sus discípulos.

No es Freud, sin embargo, la estrella de esta obra. Uno de los aciertos más notables y osados de Cronenberg es que el personaje principal de la película no es Freud, sino Jung, interpretado también notablemente por Michael Fassbender.

Nacido en 1875, en una pequeña localidad suiza llamada Keswil, Jung fue hijo de una familia religiosa de origen alemán. Con un padre reverendo, no escapó al dilema que será oro para los teóricos que han analizado la cultura hogareña de la burguesía de fin de siglo: debatirse entre la vida pulcra y abstinente del “hombre de bien” y los goces ilícitos del lujurioso. Hijo único hasta los nueve años, los biógrafos lo describen como un niño retraído y solitario, de tendencia introspectiva -incidentalmente, un término de Jung que Freud pule e incorpora a su corpus teórico será el de “introversión”-. Profundamente religioso, a los 19 años y siendo estudiante lee una frase que lo impacta a tal punto que años más tarde la haría imprimir en el dintel de la puerta de su casa. La frase, extraída de un libro de compilación de citas realizada por Erasmo, “Collectaneae Adagiorum”, conocido como las “Adagias”, rezaba: vocatus atque non vocatus deus aderit, “invocado o no el dios estará presente”.

Con casi veinte años menos de edad, conoce a Freud en 1906, cuando le envía un ejemplar de sus “Estudios de asociación diagnóstica”. Es conocida la crisis doméstica que Jung vivía por entonces producida por sus comportamientos polígamos que asumía como naturales. En este sentido solía afirmar que “la mejor manera de conservar un buen matrimonio es la poligamia”. Como si siguiera el molde teórico diagramado por el psicoanálisis para el obsesivo, Jung comparte un amor “sagrado” y casi asexuado por su prístina compañera de hogar Emma, y un indómito sexual hacia sus amantes.

Dentro de la vocación histórica del film cobra relevancia el título de la obra. El método se asume como peligroso, pero, ¿qué es lo peligroso?, ¿a qué refiere esta advertencia? Al respecto no debiera dejarse de lado la posibilidad de ver la obra como una narrativa de aprendizaje y una didáctica moral de la abstinencia. El psicoanálisis tiene pocas reglas, pero elementales. Una, la regla fundamental de la asociación libre, la otra, la regla de abstinencia. Jung rompe esta última con su paciente Spielrein. “Rompí una de las reglas elementales de la profesión”, ruptura que no es sin costo sino al precio de sentirse “Culpable y dividido”.

La película juega con la posibilidad de que sea Otto Gross quien inicia a Jung en los juegos prohibidos, llevándolo de las narices hacia una zona pantanosa de la que Jung intentaba protegerse. “No te reprimas nada…”, acicatea. Si para Jung la poligamia era el mejor modo de mantener un buen matrimonio, para Gross no es posible imaginarse “un concepto más estresante que la monogamia”.

Además de resaltar que tal vez sea el de Vincent Cassel el papel más brillante del film, vale la pena un comentario sobre la participación en la película de Otto Gross. Sin haber sido una figura representativa para el psicoanálisis, sin embargo el director le dedica un espacio de mediana relevancia. La relación entre Jung y Gross va más allá de lo que el film muestra. Personaje histórico catalogado como genio malogrado, participa del grupo de pioneros de la primera hora, llegando a ser instructor de psicoanálisis de Ernest Jones -uno de los principales biógrafos oficiales de Freud-, en Burghölzli. Victima de una crisis delirante, Gross llega al consultorio de Jung en 1908. Al respecto Jones afirma: “después de curarlo de su morfinismo, nutrió la ambición de ser el primero en curar un caso de esquizofrenia”. El supuesto esquizofrénico sin embargo logró enmarañar a Jung. En una carta del 21 de agosto Jung le escribe a Freud: “…el caso me consumía en la verdadera extensión de la palabra; le sacrifiqué días y noches… …Esa experiencia fue una de las más duras de mi vida, pues en Gross descubrí muchos aspectos de mi propia naturaleza, a tal punto que él parece ser mi hermano mellizo”. No es sin fundamento entonces la ilusión verosímil con que juega el film de que sea Gross quien le da el empujón a Jung para entrar en lo que tanto anhelaba y temía: el goce abierto de lo ilícito. El film nos deja al respecto una picardía: ¿quién envía el regalito “Gross” a Jung? No debiera despreciarse la interpretación de estas sutilezas. El mismo Freud se muestra extrañamente absorto ante su error: “Es una lástima, nunca te tendría que haber enviado al doctor Gross. Fue culpa mía”.

Con su espíritu de spleen y un aura de poeta maldito, habiendo sido acusado de incitar a dos mujeres al suicidio, cierta tradición ubica a Otto Gross como uno de los hombres iniciadores de la contra cultura, que, como tantos otros espíritus rebeldes y personajes outsiders, se vio atraído por el psicoanálisis a razón de esa veta revolucionaria que suelen encontrar en la teoría freudiana: la apertura hacia el tabú de la sexualidad. Paradojas de las disciplinas humanas, pues sabemos que Freud entiende que lo que podemos encontrar de la vereda de enfrente de la cultura es sólo la guerra y el tanatos. “Es innegable que todos los recursos con los cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden precisamente de esa cultura”, encontramos en “El malestar en la cultura”.

El destino que las líneas finales del film dan a los personajes declara que Gross “Murió de hambre en Berlín en 1919”, sin embargo, la versión de Jones indica otra cosa. Durante la primera guerra mundial Groos “se alistó en un regimiento húngaro, pero antes del término de la contienda cometió un homicidio y se suicidó”.

Algunos críticos han entendido el papel de Keira Knightley como sobreactuado. Sin negar las posibles exageraciones gestuales del personaje adiciono a ese comentario una pregunta que podría cambiar el eje en la apreciación de su talento: si es verdad que sobreactúa, y tratándose del papel de una histérica; ¿para quién lo hace? Para los espectadores, para Cronenberg, o para Jung. En el último caso, la sobreactuación de Knightley no sería más que un síntoma bien representado de Sabina Spielrein. Es dable destacar también un detalle de su personaje: la única demanda puntual que Spielrein verbaliza frente a Jung es respecto a la verdad: “Te estoy pidiendo que digas la verdad”, le dice, una vez que se han distanciado afectivamente y con el fin de lograr ser aceptada como paciente de Freud. Logro no ya del personaje sino del guión, haber marcado subrepticiamente la fuerte relación entre la histeria y la verdad.

Los datos sobre el destino de los personajes del final también nos deja sentidos abiertos. Todos los finales son fatales, excepto el de Jung. En las últimas escenas se lo ve atribulado y taciturno, culpable y sufriente, sin embargo, las placas narran que luego de haber superado su crisis nerviosa durante la primera guerra mundial, se convierte “en el psicólogo más importante del mundo”, y que tras haber sobrevivido a su esposa y su amante, muere “pacíficamente en 1961”.

Finalmente, y más allá de las respuestas que se puedan dar a las preguntas que el film genera, vale realizar, tres años después del estreno y desde estas tierras de “quasi alla fine del mondo”, un elogio para Un método peligroso, mas no sea por la simple prudencia de no pasar por alto una obra en la que vale la pena detenerse y contemplar, con una observancia serena y reposada, el atrevido homenaje brindado a aquellos hombres impuros y geniales, que se debatían pasionalmente por un interés que apuntaba, de un modo u otro, a la búsqueda de una verdad.