Un despertar glorioso

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Peligro de buenas intenciones

Hay por lo menos tres buenas intenciones que impulsan esta comedia protagonizada por Rachel McAdams, lo que en términos viales implica el empedrado total del camino del infierno. La buena intención es lo que queda de una idea cuando se la reduce a un impulso voluntario. Y la pura voluntad es lo contrario de la gracia. No hay nada menos cómico que la pretención de ser cómico.

La primera buena intención de Un despertar glorioso es exaltar la capacidad de trabajo de una mujer. Pese a su inventiva, su obsesión y su energía inagotable, la productora Becky Fuller (McAdams) es despedida de una cadena televisiva de Nueva Jersey. Después de inundar con su currículum y acosar por celular a los ejecutivos de diversos canales, es contratada por un programa matutino en caída libre.

La segunda buena intención es exponer en clave caricaturesca el choque cultural entre el periodismo de vieja escuela (centrado en la búsqueda de noticias importantes) y el nuevo periodismo capaz de combinar entretenimiento y contenidos interesantes en un mismo combo. Este choque tiene, además, un componente de conflicto generacional, entre la productora y el viejo periodista (Harrison Ford) que nunca es desarrollado de todo.

La tercera buena intención es contar una historia de amor entre dos personas (la protagonista y Patrick Wilson) que se respetan, se comprenden y se apoyan casi desde el primer minuto que se ven. Lo que equivale a sacarse de encima el problema de hacer una comedia romántica.

Todas estas buenas intenciones combinadas dan como resultado una comedia energética pero sin humor. Sólo la sostienen la tremenda simpatía de la actriz principal y los pases de magia de Diane Keaton, en el rol de una veterana de vuelta de todo. Una frase que el personaje de Harrison Ford le dice a Becky Fuller resume de manera bastante cáustica la sensación final que deja la película: “Tu energía es repelente”.