Un cuento de invierno

Crítica de Martín Tricárico - CineFreaks

El cuento del tío

En principio, ni siquiera lograba encontrar las palabras mínimamente adecuadas para indicar por donde empezaría a enumerar las falencias de este enorme aparato nada extraño y ya ultra-conocido, como cualquier otro megatanque de Hollywood; una entidad que, dadas las circunstancias, parece ser que jamás se cansará de vender las mismas historias una y otra vez, hasta el punto de ni siquiera mosquearse por pulir sus viejas moralejas de pacotilla, o intentar compensar utilizando alguna que otra mínima sutileza que a veces lo ayuda. Esa falta de palabras podría explicarse, quizás, por la fiaca que producía enfrentarse a obviedades que, por tan redundantemente obvias, asquea bastante repetirlas.

Básicamente, el metraje no ahorra munición y, con más descaro que nunca, amparado muy posiblemente en el carácter maravilloso (muy confundido con fantástico por ahí) del relato literario en el que se apoya dispara a mansalva una serie de eventos mágicos, donde los demonios se mezclan con los humanos, desobedecen leyes temporales, reviven, son salvados por milagros, y todo un gran etcétera pegado con cinta de embalar, donde en el medio debe haber, como siempre, una historia de amor que casi no consigue entrar del todo.

En efecto, la historia se asfixia en sí misma, por ese mismo deseo de intentar abarcar el relato por completo, apurando demasiado el montaje; pero logrando que, casi paradójicamente, su propia duración termine pareciendo demasiado extensa. No ayuda tampoco la interpretación de su protagonista, Colin Farrell, cuya cara temblorosa de tristeza y shock simultáneos -sin contar su molesto peinado- se agotan al poco tiempo de comenzar la película, degradando su gran capacidad actoral demostrada varias veces. Por el mismo camino lo sigue Russell Crowe, más eufórico que nunca, como intentando robar cámara, regalando escenas excesivamente teatrales. La bella Jessica Findlay, desconocida por mí hasta el momento, resulta una sorpresa bastante agradable, aunque su permanente sonrisa a cámara, y sus constantes frases cursis en off, la terminan desgastando prematuramente. }

Dicho problema se repite también en la fotografía, de una exagerada exquisitez, que no ahorra en lo absoluto en efectos visuales de todo tipo, casi todo el tiempo, empalagando rápidamente. Recuerdo haber bajado la cabeza en varias oportunidades, en busca de un poco de aliento visual.

Finalmente encontramos, en una historia que se suponía que nos emocionaría hasta las lágrimas, una comedia por accidente, que despierta más de una risa sarcástica, irónica o ácida entre los espectadores.