Un cuento de invierno

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

¿Por qué se llama “Un cuento de invierno”? Por favor si alguien encuentra, o sabe, alguna respuesta del orden de la lógica o del arte me lo hace saber, se los ruego.

Pues desde esa impronta es que no se qué me quiso contar con todo lo que contó. Podría hasta encontrarle algunas explicaciones e interpretaciones pero, como dice mi amigo y colega Iván Steinhardt, es gastar pólvora en chimangos.

Pese a eso tiro una, más allá de los desajustes temporales que el filme proclama desde los personajes: una niña de 10 años en 1916, se supone que tendría 108 años en 2014, bien parece de 70 y pico un poco largos, nada más. Pero eso es a modo de ejemplo. El dato llamativo es que la historia comienza en 1895 y finaliza en 2014, con un detenimiento prolongado en el nombrado 1916.

En 1895 se realiza la primera proyección cinematográfica; Freud publica “Proyecto de una Psicología para Neurólogos”; José Marti encabeza la Revolución Cubana contra España; Oscar Wilde estrena “La Importancia de Llamarse Ernesto”. Esto la sabia, pero deben haber ocurrido más sucesos, así, que a Peter Lake, el personaje interpretado por Colin Farrell, los padres lo dejan en un barco de juguete en el mar ¿Alegoría de Moisés en el Nilo?

Bien, así es el filme, no tiene ningún sentido, o ¿el amor todo lo puede? ¿El diablo metió la cola, pero no uso la cabeza? Fantasías, milagros, suspenso mal entendido con mezcla de terror mal articulado.

Basado en una novela de Mark Helprin, esta realización se centra en la historia de Peter Lake, el huérfano salvado, que 21 años después de ser abandonado, se dedica a robar en la ciudad de Nueva York ya a mediados de la segunda década del siglo XX.

Cuando el protagonista se decide a hurtar en una casa que parece estar vacía, conocerá a Beberly Penn (Jessica Brown Findlay), una hermosa joven que, por desgracia, está a punto de morir de tuberculosis, la misma enfermedad que hizo que los padres de Peter, como inmigrantes, no pudieran ingresar a los EEUU. Ambos se enamorarán perdidamente pero, como nada es fácil, reaparecerá en escena, ya había aparecido al principio de la historia, sin justificación ni desarrollo posterior, un secuaz del Diablo, éste protagonizado por Will Smith, el malvado Pearly Soames (Russell Crowe) e irá tras los pasos de galán al quién pretende eliminar, o al menos impedir que cumpla con su destino en la tierra, situación que el espectador se desayuna a la hora de la cena, o sea a destiempo. A partir de esto, hechos curiosos y milagrosos se sucederán a lo largo del entramado en forma bastante enmarañada, la trama o subtrama.

La narración salta temporalmente, elipsis mediante, 98 años, con Meter que está exactamente igual, pero no así Nueva York. Perdido y amnésico se cruza con Virginia Gamely (Jennifer Conneifer), una joven madre que lo ayudará a recobrar la memoria y el motivo de su estancia en la tierra. Ese podría ser catalogado de un error de casting, la joven actriz inglesa es realmente bella, pero contraponerla a una diosa de cualquier olimpo que exista como Jennifer Connelly es un error o un acto de maldad.

Casi similar como recomendar ir al cine a ver esto.