Un amor inseparable

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Desde la creación del cine hemos visto infinidad de comedias dramáticas basadas en amores imposibles, complicados, conflictivos, etc., con finales de todo tipo. Pero siempre con el mismo planteo inicial básico: Chico conoce a chica, la atracción es indisoluble, pero hay otros motivos muy poderosos que impiden que la pareja pueda continuar estando junta, y el cómo se resuelve la situación es la parte más jugosa de la historia.

En este caso, la película dirigida por Michael Showalter, se basa en un hecho real, lo que le sucedió al protagonista de la historia, Kumail (Kumail Nanjiani), un muchacho pakistaní residente en los EE. UU, que vive con un compañero de departamento., quien intenta abrirse camino en el mundo del stand up, mientras se mantiene trabajando con Uber.

En uno de sus shows conoce a Emily (Zoe Kazan) y, como dice el título en español, no pueden separarse más, aunque, todos los días se prometen lo contrario. Pero el problema, que fue real, no eran sus sentimientos, sino los padres de Kumail, especialmente su madre, que le organiza infinidad de encuentros con chicas musulmanas para que se case y mantenga la tradición, pero él no sólo está enamorado de una norteamericana blanca, sino que no comulga con la religión familiar.

Lo que se presumía que esta iba a ser la gran dificultad que tenía que atravesar la pareja, no fue así. Ella se enfermó de gravemente, permaneció en coma, y gran parte del film mantiene la expectativa, tanto de sus allegados, como del público, para saber si se va a recuperar y qué va a ser de ellos.

El relato pivotea entre lo que sucede con ella y cómo lo vive Kumail, que mientras espera que la chica sane tiene que lidiar con sus padres y los de Emily, quienes, pese al rechazo inicial, lo aceptan.

El guión no sorprende en su estructura. Todo lo que se supone que tiene que pasar en esta clase de producciones, pasa. Lo más notable, que le baja un poco la calificación, es su duración. El no poder, o no querer, ser más sintéticos con la narración, provoca cierta impaciencia, porque se contrapone con la agilidad de los diálogos y las escenas, pero hay algunas que están demás.

Lo que no sobra para nada es el dramatismo y la emoción que se tolera con las dosis de humor que despliega el protagonista, tanto arriba como abajo del escenario, para aliviar sus propias penas y las de quienes lo rodean.