Truman

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Réquiem para un galán argentino.

La muerte como acontecimiento es la culminación de un largo proceso que denominamos vivir. Nos define, nos arrincona y nos deja mudos. Nos recuerda que todos somos iguales y eso es intolerable en nuestra cultura. En la actualidad la muerte tiene un carácter doble de mercancía y de cuerpo biopolítico. En tanto que mercancía la muerte es tan solo otro producto, pero en tanto que fenómeno biopolítico la muerte es plausible de ser controlada, categorizada para que el abismo de sus misterios nos encuentre en el marco de alguna certeza religiosa o en algún éxtasis hedonista.

Truman (2015), la última película del director y guionista Cesc Gay, es una coproducción argentino española que trata el tema de la muerte a partir de la decisión de un enfermo terminal de cáncer de abandonar su tratamiento al enterarse que se ha producido una metástasis. Al igual que en Una Pistola en Cada Mano (2012), su anterior film, Gay vuelve a trabajar en este proyecto con el guionista Tomàs Aragay y los actores Ricardo Darín y Javier Cámara, quienes interpretan a dos amigos que se reencuentran en Madrid después de muchos años.

Retomando explícitamente las ideas del libro de la Doctora Iona Heath, Ayudar a Morir, editado por la editorial Katz, la película crea una historia alrededor de Julián (Darín), un actor argentino radicado en Madrid que les comunica a sus allegados el empeoramiento de su enfermedad. Su mejor amigo, Tomás (Cámara), viaja desde Canadá a España para acompañarlo y convencerlo de que retome el tratamiento a pedido de la prima de Julián, Paula (Dolores Fonzi). A partir de la reunión, ambos amigos comienzan una reflexión sobre la vida y la muerte en función del concepto biopolítico de “muerte digna”. El opus de Cesc Gay recorre toda una gama de preguntas propuestas por el libro de Heath respecto del diálogo con aquellos que van a partir con soltura y calidez, en consonancia con un guión encantador y la buena actuación de todo el elenco.

Con corrección, Truman construye su relato alrededor de la enfermedad pero sin atreverse realmente a mirar a la muerte y siempre apegado a la despedida como eje narrativo. Las distintas escenas y personajes le sirven al realizador para ejemplificar los distintos puntos de vida y las situaciones comunes que ocurren al enterarse que alguien conocido va a morir. A pesar de una sensación de redundancia en algunas escenas, Gay logra imponer los conceptos que propone a través de la fuerza de la emotividad del relato y de la conexión entre Darín y Cámara, dos experimentados actores que sostienen junto al perro, un hermoso mastín inglés adulto, todo el film.

Una buena labor de fotografía de Andreu Rebés, que hace hincapié en los primeros planos y en las panorámicas turísticas, completa la interesante propuesta que se apoya en sólidas ideas sobre las apreciaciones en torno a las formas de morir en nuestra sociedad biopolítica de un control que iguala todo en el mercado oligopólico. Sin embargo, la vida sigue en el barro y la ilusión de la muerte digna recorre como un fantasma la crisis de una clase media alta ahogada en el hedonismo.