Tríada

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Dos amigos, un mismo amor

Esta película sobre un triángulo amoroso es intrigante, pero una trampa narrativa termina menoscabando sus méritos.

Los triángulos amorosos admiten ser contados en una amplia gama de registros: pueden ser el núcleo de tragedias, policiales, incluso comedias. En su opera prima, Sebastián D’Angelo -autor del guión y codirector junto a Santiago Fernández Calvete- eligió contar un triángulo dramático con ribetes de thriller, sumándose así a una saludable tendencia del cine argentino de escaparles a esas abúlicas historias de angustia palermitana que abundaban años atrás.

El conflicto es clásico: dos amigos separados -o unidos, según cómo se mire- por la misma mujer. Matías (el propio D’Angelo), dueño de un bar, y Julia (Mercedes Oviedo), aspirante a artista plástica, se ponen de novios y rápidamente se embarcan en la aventura de la convivencia. No tardan en surgir grietas en la relación, y justo en ese momento vuelve de un largo viaje Rodrigo (Gustavo Pardi), el mejor -y único- amigo de Matías.

Dos vértices del triángulo están mucho más logrados que el tercero. Es creíble la relación entre Matías y Julia, que sufre el desgaste propio de cualquier pareja (aunque en este caso las desavenencias se producen a gran velocidad). También es verosímil la atracción que va surgiendo entre Julia y Rodrigo, dos espíritus bohemios, artísticos, que se conectan enseguida. En cambio, la amistad entre Matías y Rodrigo no parece muy sólida ni profunda, por más que hay un artificial intento de unirlos mediante un hecho trascendental compartido en su pasado.

D’Angelo apela al recurso narrativo de la prolepsis y empieza Tríada por una escena del final: todo el relato es un largo racconto de cómo se llegó hasta ese punto. El efecto que busca, y logra, es que todo lo que veamos esté teñido por esa escena, de modo que una sombra aciaga sobrevuele la historia. Es un recurso que cumple el objetivo de generar intriga. Y sería válido si no escondiera una trampa, un engaño al espectador. No aclaramos en qué consiste para no espoilear el desenlace; sólo digamos que produce la misma decepción que cualquier narración que termina con el viejo truco de atribuir todo a un sueño. Así, ese recurso se vuelve en contra de la película, quitándole gran parte de lo bueno que hasta entonces se había construido.