Tres recuerdos de mi juventud

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Ritos de pasaje

El francés Arnaud Desplechin es de esos directores que rara vez hacen las cosas mal. Algo así como un autor de culto, especialmente de otros directores, sus films (Un conte de Noël, de 2008; Rois & reine, de 2004; Comment je me suis disputé, de 1996, entre las más destacadas) pocas veces fueron estrenados en nuestro país. El estreno de Tres recuerdos de mi juventud es un hecho para celebrar. Desplechin recobra a Paul Dédalus, el personaje central de Comment... , su primer gran film, un “rito de pasaje”, el tipo de historia que muestra cuando un personaje adquiere todos los signos de adultez, como una caricatura que se llena de superpoderes. La película empieza cuando Dédalus (Mathieu Amalric, en su sexta colaboración con el director) debe abandonar un hotel en Medio Oriente para regresar a París. En la aduana es demorado porque un israelita tiene un pasaporte con el mismo nombre. El hecho le sirve para reflexionar sobre las vidas que pudo haber tenido, y la película resulta en un flashback a tres momentos en la vida de Paul. En el primero, de chico, enfrenta a su madre, momentos antes de su suicidio. Muestra las peleas con su padre, algo que los distanciará por siempre, y pone a la hermana como favorita del progenitor. Mientras el segundo, Rusia, retoma el incidente de la identidad, el tercero, el más extenso y el más importante, describe el pasaje a la adolescencia. La tercera parte es una mini obra maestra de Desplechin. Aquí, Dédalus está interpretado por el adolescente Quentin Dolmaire, que dota al personaje de sutiles detalles. Ambientada en los ochenta, la película trata sobre la fascinación de Paul por Esther (Lou Roy-Lecollinet), la clásica chica ochentosa moldeada en Madonna; seductora en cuerpo y alma, es codiciada por muchos, pero la atrae el intelecto de Paul. El adolescente abandona a la provincial Roubaix para estudiar en París, desde donde conquista a Esther mediante un intercambio de sentidas y no menos intelectuales cartas. Esta es el alma de la película, sutilmente relatada, y entre líneas se puede leer también, quizás, el homenaje de Desplechin a un modo de seducción, sentida y artesanal, que parece haber sido sepultada por la modernidad de Internet.