Todo para ser felices

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

La película de separación de parejas es un subgénero del melodrama que ha sabido aggiornarse con diferentes procedimientos que le permitieron subsistir dentro de la cinematografía mundial, y, en particular, la francesa. Hace poco tiempo “Declaración de Guerra” (2011) de Valérie Donzelli, se presentaba la lucha de una pareja por mantenerse unida frente a la difícil tarea de acompañar a su hijo enfermo, y en ese acompañamiento también percibir el deterioro y ocaso del amor.
Y en “Todo para ser felices” (2016) la dolorosa afirmación del título acompaña el derrotero de un hombre que de un momento para otro decide cambiar su destino, cansado de las rutinas, de una mujer que lo mira con ojos diferentes y que asume sus ganas de cambiar. En ese cambio, en ese apartarse de aquello que lo ata y lo somete a convertirse en otra cosa que la que realmente desea, es en donde “Todo para ser felices” encuentra algunas posibilidades narrativas.

No hay aquí ninguna apología sobre la separación, y mucho menos sobre el matrimonio, la mayor virtud de esta película de Cyril Gelblat es la de mostrar sin virtuosismo el desamor, la ruptura, el choque con la realidad de ese soñador que desea cambiar el rumbo de su vida de un momento a otro y jugar a ser otra cosa.
Claramente el guion apunta a reforzar ideas contrarias a las que el protagonista, Antonie (Manu Payet), tenía sobre ese desprenderse, porque justamente en la imposibilidad de hacerlo, en la manera que debe asumir su nuevo rol como padre ante la sociedad y sus hijas, es en donde la atención termina depositándose.
De vuelta en el “mercado” amoroso y tras comprender que su salida del mundo sentimental pudo haber sido abrupta, el hombre comenzará un camino desconocido en el que chats, cámaras, sexo virtual y el acercamiento a generaciones desconocidas para él le devolverán una imagen en el espejo que no desea ver.

Basada en la novela de Xavier De Moulins, esta propuesta, además, posee la capacidad de hacer despreciar al protagonista, por misógino, retrógrado, y, principalmente, por ser incapaz de manejar durante un tiempo los destinos de sus hijas, las que, entre juegos y reclamos terminan por hacerle ver que sus fracasos en todos los planos, no tienen nada que competir ante el amor de sus pequeñas.
Si “Todo para ser feliz” no termina por cerrar del todo es porque tal vez hay una exageración de algunas situaciones que no logran encajar en el verosímil que intenta proponer, una verdad forzada sobre algunas sutilezas de la vida en pareja actual. Por el resto el guion avanza a paso firme en las desventuras de Antoine, porque si bien se plantea en un primer momento como un film sobre el desamor y la ruptura, hay algo más que incita a que nada empatice con el protagonista.
Igualmente en el trabajo sobre la problemática, en el plantear un espacio para debatir sobre el rol del padre en el matrimonio y fuera de él, es en donde esta película refuerza su razón de ser dentro del panorama que se mencionaba al inicio de esta crítica.