Tinker Bell y la bestia de Nunca Jamás

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Un monstruo entre las hadas.

Es muy entretenida y visualmente agradable. La bestia peluda es adorable.

Suele decirse que los spin-off difícilmente tienen éxito: si esto es verdad, entonces Tinker Bell es la excepción que confirma la regla. Porque Campanita, el hada creada en 1904 por James Barrie como personaje secundario de Peter Pan, ya va por su sexta película propia: una por año desde que Disney lanzó la primera, en 2008. Pero en este caso, Tinker Bell se corre del primer plano para cederle el protagonismo a Fawn, otra de las hadas de la isla de Nunca Jamás.

Fawn es el hada experta en animales -como los Pitufos, esta suerte de Barbies aladas se dividen el trabajo y cada una tiene su especialidad-, con predilección por la fauna salvaje. En una de sus exploraciones por la isla descubre a un monstruo peludo (adorable pariente de las criaturas que creó Maurice Sendak en su clásico libro infantil Donde viven los monstruos). Algunas hadas lo adoptan como amigo, pero otras lo consideran peligroso, del mismo modo en que resultaron otros seres adoptados en el pasado por Fawn, y quieren capturarlo. He ahí la moraleja de la película: las apariencias engañan.

Más allá de esos toques de corrección política característicos de Disney, Tinker Bell y la bestia del Nunca Jamás cumple con los requisitos básicos de este tipo de películas: es entretenida (sobre todo para chicos de hasta ocho años) y es agradable visualmente, algo que se aprecia sobre todo en la versión 3D (los diferentes paisajes de la isla y la bestia peluda son los diseños más logrados). El aspecto musical también es correcto: las canciones no son gran cosa, pero tampoco molestan -lo mismo que el doblaje de castellano neutro-, y en estos casos eso es suficiente.