The Master

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Yo, el supremo

Naseem Hamed, el pugilista de origen yemenita, defendía su corona con estilo irreverente, casi marcial. Tras su aspecto simiesco, de farsa, había una amenaza latente. Y lo mismo ocurre con Freddie Quell, el primer rol de Joaquin Phoenix tras su aparente derrape en el falso documental I’m Still Here. La genealogía de Quell también puede rastrearse en el celuloide: es un psicópata sexual como Alex DeLarge, un retardado como Forrest Gump, un borracho que destila licores con lo peor de la tabla periódica. Para 1950, es un veterano de guerra en caída libre. Y entonces aparece Lancaster Dodd, “el maestro”, un loquito iluminado y estafador de poca monta; el personaje que Paul Thomas Anderson prácticamente calcó de L. Ronald Hubbard, padre de la cientología.
Quell y Dodd (el siempre impecable Hoffman) se medirán y habrá atracción mutua; el primero se cree mesías, el otro es un salvaje sin freno. Son amo y esclavo, civilización y barbarie al servicio de un plan superior. Como los personajes de Wahlberg y Reynolds en Boogie Nights, como el público cebado por el charlatán televisivo de Magnolia (Tom Cruise, embajador de la cientología, para más intertexto), Anderson tiene el don de volver a sus actores criaturas ingobernables. Los matones que el cine hizo grandes son un chiste frente al frenesí de Quell (quell: acallar, sofocar; aunque sea con alcohol fino). No hay método que enseñe tanta locura. Y en The Master, esa relación enfermiza, destinada al fracaso, transmuta una suite impresionista. Anderson inserta paisajes en 65 mm, contrapuntos pendulares de cuerdas y bronces (gran trabajo del guitarrista de Radiohead, Jonny Greenwood), discursos engolados que entretejen escenas. Y una sutil elipsis allí donde se aguarda estridencia.
Cuando Quell decide vengar al maestro, sólo se muestra el antes y después de la paliza, pero la cámara se regodea en esos momentos. Como ya se dijo, The Master es sobre cientología, y algo más. Al igual que el Aguirre de Herzog, Quell y su maestro recrean la verdadera historia. Y en ese tránsito fundan un mundo nuevo.