Terminator Génesis

Crítica de Alejandro Turdó - A Sala Llena

Paradoja temporal de la Inteligencia Artificial.

Había mucha expectativa detrás del regreso de Arnold Schwarzenegger al papel que lo convirtió en una de las estrellas de acción más grandes de Hollywood y el universo cinematográfico. Y esa ansiedad no hizo más que aumentar tras ver los trailers, de diversa duración y contenido, que anticipaban el inminente estreno. Daba la sensación de que habían agarrado y metido lo mejor de todos los films de la saga en una coctelera, alterando líneas temporales a troche y moche, superponiendo personajes, etc. Corrió un sudor frío por la frente de todos los fans, que se rompían la cabeza pensando “¿cómo van a hacer para unir todo este lío?”

Podemos decir con alivio que la apuesta salió bien, y estamos antes la mejor película de la franquicia después de las insuperables Terminator (1984) y Terminator 2: El Juicio Final (1991). Aquello sobre lo que se apostó con más fuerza en Terminator Génesis (Terminator Genisys, 2015) se vuelve su mayor fortaleza, al entregarnos una propuesta que se nutre de lo mejor de la saga, volviendo a aquello que la hizo épica, únicamente para deconstruirlo y crear una nueva historia más grande y sumamente más complicada a partir de la cual arrancar prácticamente de cero.

En esta ocasión volvemos al futuro (al mejor estilo Robert Zemeckis), al momento exacto en que John Connor, llamado a ser el salvador de la humanidad en la guerra contra las máquinas, envía a Kyle Reese a 1984 a evitar que un Terminator asesine a su madre y eventualmente anule su propia existencia. Pero el 1984 al que llega Kyle ya no es el mismo visitado en la primer película de James Cameron, la línea temporal fue alterada y es la misma Sarah Connor quien lo está esperando para ponerlo al tanto de las novedades, que por cierto son muchas y es recomendable reveer las entregas anteriores si no están frescas en la memoria.

Con el eje central de la trama planteado, asistimos a 126 minutos de acción y Sci-Fi en estado puro, con una primera mitad de la película que atrapa al espectador colocanco hábilmente en el camino toda referencia posible a los eslabones anteriores, con el ojo puesto en el detalle casi cuadro a cuadro; y una vez que nos tiene a todos en la palma de la mano, el film configura una segunda mitad que no repara en explosiones, persecuciones, tiros y “cosha golda”.

Por momentos las paradojas y líneas temporales se vuelven un tanto desconcertantes, casi como sucede en Volver al Futuro II (1989) con su 1985 alternativo, pero en vez del Delorean y Hill Valley tenemos robots exterminadores y Skynet. Seguramente no faltarán las teorías y los interminables posteos de los fans/ trolls de internet buscándole agujeros a un argumento que -recordemos- trata sobre robots cibernéticos enviados desde el futuro para terminar con la humanidad: no es necesaria la extrema rigurosidad. Estamos ante un producto que pone en primer lugar todo aquello que los fans adoran de la saga y lo usa como base de despegue para el inicio de una nueva trilogía (como se viene rumoreando), logrando un resultado final tan satisfactorio que logra ubicarse más allá de cualquier crítica meticulosa que pueda recibir desde los rincones más oscuros del mundo digital.

Sin duda Schwarzenegger es ese componente que lo une todo, el que da sentido de pertenencia a todo lo que sucede en el relato. Si bien Emilia Clarke (Sarah Connor) y Jai Courtney (Kyle Reese) no desentonan interpretando personajes emblemáticos, Arnold se lleva todos los aplausos. El director Alan Taylor y su dúo de guionistas -con el guiño favorable de Cameron- logran que la historia y las exigencias del personaje no sean una carga para el ex Gobernador de California de 67 años, sino todo lo contrario. Se ve en pantalla lo mucho que “Arni” disfrutó esta vuelta. En un año en el que las viejas sagas se encuentran en modo “regreso triunfal” (con Jurassic Park y Star Wars a la cabeza), Terminator Génesis entrega un producto que revalida el pasado pero hace honor a su título (re)creando un nuevo futuro, más allá de lo que las paradojas del espacio-tiempo nos deparen.