Teatro de guerra

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

El reestreno de Campo minado -este domingo- es una de las grandes noticias de la temporada teatral nacional. La reunión de seis veteranos de Malvinas -tres argentinos y tres británicos- que se abren a interactuar y contar cómo cambió sus vidas la guerra, resulta un biodrama poderoso, conmovedor, uno de los raros hechos artísticos que realmente merecen el bastardeado adjetivo “imperdible”. Mientras eso sucede en la sala Casacuberta del teatro San Martín, unos pisos más arriba, en la sala Lugones, podrá verse Teatro de guerra, también dirigida por Lola Arias, el documental que muestra los entretelones de la obra.

Si bien pueden funcionar independientemente, lo aconsejable es ver primero la obra y después la película. Porque de cierta forma, Teatro de guerra espoilea algunos de los momentos más altos de Campo minado. Y no sólo en cuanto al contenido: también les quita la fuerza que tienen en vivo. Esta es un gran oportunidad para que algún teórico se luzca con la comparación entre hecho teatral y cinematográfico. Aquí “gana” el primero: por más que formen parte de un libreto repetido función tras función, no es lo mismo que los testimonios nos lleguen desde el escenario que a través de la mediación de una pantalla. O ver a esos seis ex enemigos formar una banda para tocar, in situ, un potente rock bélico.

En este caso el orden de los factores altera el producto también porque la película completa la experiencia teatral, al modo de los extras de un dvd. Al final de la obra, es casi inevitable preguntarse cómo se concretó este ambicioso proyecto. Y en su opera prima Arias da algunas respuestas, mostrando pasajes del casting, algunos de los ejercicios que les hizo hacer a los veteranos para convertirlos en actores de su propia historia, las dudas que todo el proceso les despertaba a los protagonistas (sobre todo a los británicos). Y cómo el teatro terminó despejándolas.