Sueño Florianopolis

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

A esta altura de su carrera como cineasta, con cinco buenos largometrajes en su haber, podría definirse a Ana Katz como una especialista en costumbrismo de la clase media porteña. Pero, aguda observadora, no se limita a reproducir situaciones cotidianas a la manera de algunas tiras televisivas -responsables, tal vez, de que “costumbrismo” haya pasado a ser para muchos una mala palabra-, sino que pone la mirada en la incomodidad, los equívocos, los pliegues que no se detectan a simple vista. A veces con resultado preponderantemente cómico (El juego de la silla); otras, inquietante (Mi amiga del parque): cualquiera sea la sensación que prevalezca, esa combinación siempre tiene un potente efecto dramático.

Es lo que vuelve a conseguir en Sueño Florianópolis, cuya sinopsis podría inducir al error de confundir esta agridulce historia con una comedia de enredos. A principios de la década del ’90, una familia tipo porteña se lanza a pasar unas semanas de vacaciones a la meca del veraneo argentino: Brasil. Pero los padres se encuentran en vías de separación y los hijos tal vez ya estén demasiado grandes para un veraneo de a cuatro: de movida, hay un enrarecimiento del ambiente que favorece las múltiples lecturas de lo que sucederá.

El foco está puesto en los mayores, que a los cincuentilargos están viendo cómo se apaga la llama de su matrimonio. Pero las vacaciones son siempre una tregua de la vida cotidiana, un paréntesis en el que cualquier cosa puede suceder (o al menos así nos gusta creerlo) y hay permisos para la experimentación y usar máscaras distintas de las que se llevan durante el resto del año. Y qué mejor lugar para eso que Brasil, tierra prometida de libertad y espontaneidad tropical.

Con una perfecta ambientación de época, Katz juguetea con los lugares comunes de ambos países -la picardía criolla, la neurosis porteña, el portuñol, la informalidad y frescura brasileñas- mientras muestra el final de una pareja. Mercedes Morán y Gustavo Garzón son los intérpretes ideales de este par de psicoanalistas, con su contraparte brasileña y sus respectivos hijos en la vida real -Manuela Martínez y Joaquín Garzón- como acompañantes a la altura.

Los diálogos son tan naturales que parecen improvisados. Pero tal vez lo más importante no sea lo que se dice, sino -punto a favor de Sueño Florianópolis- lo que se ve y se siente.