Stockholm

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

EL JUEGO DE LAS TRES PREGUNTAS

Boliche. Amigos, música, alcohol, chicas… chicas por montones. Pero, de repente, aparece ella. Medio escondida, en su grupo, ella se ríe cuando él le confiesa que se enamoró a primera vista. Para demostrarle la veracidad de su declaración, le regala las llaves de su departamento. Porque, en verdad, el rechazo hace que esa noche ya no tenga sentido.

A pesar de las negativas de ella y la insistencia de él, lo que parece una idea descabellada de conquista empieza a cobrar otro color mientras ambos caminan por las desiertas calles de España, los tacos resuenan y, por momentos, la noche se vuelve nebulosa:

_ ¿Qué puedo hacer contigo?
_ ¿Para qué? ¿Para que me enamore de vos o para que te crea?
_ Buena pregunta- remata él.

La risa la delata y, entonces, él sabe la respuesta: consiguió ambas.

De eso se trata el encuentro: del juego de la conquista, de la ruptura de los límites, del desafío de una noche y de lo que dicha provocación induzca a realizar. Porque, de hecho, sobre ese presupuesto se mueve y desarrolla Stockholm: las estrategias, la importancia entre lo dicho y lo omitido, el lenguaje propio del cuerpo, las pruebas, el valor de la elipsis, el miedo y el deseo. Estos elementos están tan bien articulados por el director Rodrigo Soroyogen que ya se perciben tanto en la ambigüedad del título como de los mismos protagonistas, quienes no tienen nombre; se limitan a ser él (Javier Pereira) y ella (Aura Garrido).

Pero el verdadero valor de la ambigüedad está dado en el juego de las tres preguntas, el cual les sirve no sólo para conocerse, sino como propio medidor de su efectividad. Por tal motivo, este artilugio se convertirá en un punto de quiebre y adquirirá otra connotación cuando se repita luego de la mitad de la película.

Stockholm está trabajada desde un desdoblamiento y este gesto se remarca a partir de dos elementos principales: el escenario y los personajes. En el primer caso, la vida nocturna en un ámbito público como lo es un boliche o las calles. Ambos sitios se presentan como laberintos, con angostos pasillos, un tanto lúgubres, que pueden estar abarrotados de gente o en la más completa soledad. Por el contrario, el encuentro se vuelve íntimo cuando llegan a la casa de él; en el momento en que están en las escaleras, en su departamento, incluso, cuando salen a la terraza y pueden ver el mundo. Lo mismo ocurre con la mirada de la noche: al principio se torna borrosa, indescifrable y luego se vuelve más nítida y cercana.

En el segundo caso, la dicotomía se vuelve mucho más evidente y paradojal: ambos personajes intercambian sus roles. A diferencia del caso anterior, la transformación no involucra el ámbito público o privado sino el tiempo, el traspaso de la noche hacia el día. Y con ello, el descubrimiento de algunos silencios debido a ciertas actitudes y, por supuesto, a un nuevo desafío de las tres preguntas.

La ambigüedad, entonces, resalta mucho más: el problema no es lo difuso de la noche, sino lo claro de la mañana; la posibilidad de nuevas realidades que se confunden en los juegos de seducción y, al mismo tiempo, cierta alteración de las verdaderas intenciones. Entonces, allí se vuelve inevitable la duda: ¿Esa es tu tercera pregunta? ¿Estás seguro? Es la última, no la desaproveches.

Por Brenda Caletti
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