¿Sólo amigos?

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

Una inflexión más de la formula chico-conoce-chica.

¿Sólo Amigos? no esconde nada, ya en pocos minutos tenemos a un perdedor, Wallace (Daniel Radcliffe), recientemente dejado por su novia y desorientado en una fiesta organizada por su mejor amigo Allan (Adam Driver), en la cual conoce a una chica extrovertida, Chantry (la adorable Zoe Kazan). Como suele suceder, el camino del “héroe” de estas comedias románticas no es recto y limpio, sino más bien oblicuo y plagado de obstáculos. El primero de ellos es que Chantry tiene novio, lo único que le queda a Wallace es ser el amigo de la chica y esperar la oportunidad.

Viajes (la coproducción con Irlanda seguramente exigía la presencia de una locación de ese país), decisiones laborales trascendentales y situaciones afectivas inestables se barajan en la progresión de esta historia. Aquí el dueto principal no funciona, circunstancia representada por un Daniel Radcliffe algo insulso y casi opacado por el histrionismo justo de Zoe Kazan; y para peor, la química entre ellos ante la cámara es inexistente. El único remedio para esta falencia es la presencia de Driver y de su pareja ficcional, Mackenzie Davis: ambos conforman esa pieza fundamental en este tipo de fórmulas genéricas, es decir, la de la pareja amiga que rodea a la pareja principal. Mientras Wallace se regodea en su presente oscuro en el amor, la historia pisa cada baldosa de lo que se comprende como “comedia romántica”.

Si algo nos demuestran los géneros es que la repetición de las estructuras no basta para atraer al espectador, más bien es la suma de eso y de las particularidades de cada caso, lo que incluye una dupla actoral carismática, una puesta en escena que se apropie de un espacio y el timing preciso de montaje (situaciones, diálogos, etc.). En ese aspecto está la falla más importante de ¿Sólo Amigos?, que se vuelve más monótona en el último tramo, cuando se despliega algo de drama. El realizador Michael Dowse parece preocupado por exponer la vida de la clase media canadiense, un pequeño contexto que no por lindo logra alzar la frazada bien alta para tapar los baches actorales o los lugares comunes que se repiten sin pudor. Tan solo funciona la gracia de Kazan para interpretar un puñado de diálogos ácidos e ingeniosos (algunos de ellos se aprovechan del patetismo del pobre Wallace). Si al terminar la proyección a alguno le queda rebotando en la cabeza la premisa de la historia, se dará cuenta que no existía nada que augurara una película entretenida ni mucho menos con rasgos relevantes.