¿Sólo amigos?

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

En un momento de ¿Solo amigos? se dice que hay que salir del cinismo que se burla cómodamente del amor, y se sugiere que los que adoptan esa pose no son más que seres maltrechos por algún romance pasado y movidos por el resentimiento antes que por alguna clase de lucidez que al resto se le escaparía. El argumento parece una defensa algo corporativa de la comedia romántica, pero si se ojean las críticas sobre la película, la defensa termina sonando más que justa. Pasan los años, las décadas, y la crítica sigue teniendo problemas con el género; es cierto que ahora la acepta más que antes, pero todavía le resulta un objeto difícil de pensar, al que se le reprocha la repetición de fórmulas y propuestas (o sea, se le cuestiona su carácter un género) mientras que a otros igualmente populares, como el terror o el cine de acción, parece disculpárselo con mucha más facilidad. A ¿Solo amigos? se la acusa, por ejemplo, de reproducir los lugares comunes de la comedia romántica sin introducir ninguna novedad, y los textos, en parte conscientes de la debilidad del postulado, tratan de zanjar la cuestión señalando supuestos problemas difíciles de verificar o directamente inhallables, como que Daniel Radcliffe aparece inexpresivo, o que la pareja que forma con Zoe Kazan no funciona (a su vez, sorprende que una buena parte de los críticos locales haya defendido ¿Puede una canción de amor salvar tu vida?, que sí tenía una pareja imposible y que, salvo por la presencia luminosa de Keira Knightley, no pasaba de una lectura del género mal ejecutada que trataba de legitimarse declamando con gravedad acerca de la música y la industria discográfica). Se equivocan. Radcliffe no solo se muestra lo suficientemente preparado como para romper con el personaje de Harry Potter al que estuvo confinado durante años (durante toda su carrera, casi), sino que también se adapta perfectamente a estas nuevas coordenadas urbanas y más naturalistas: con su acento inglés subrayado, siempre nervioso y atolondrado, hablando tan rápido que apenas se le entiende, compone sin problemas a un neurótico que, más que a un estereotipo del género, parece remitir a la estirpe de criaturas mortificadas de Woody Allen. La velocidad de los diálogos es notable, y los intercambios fugaces, rapidísimos que mantiene Radcliffe con sus compañeros, en especial con Adam Driver y Kazan, develan la eficacia del guión y la mano del director Michael Dowse para la dirección de actores: en sus mejores partes, ¿Solo amigos? parece una screwball comedy hecha con adolescentes tardíos, inteligentes e hipersensibles obligados a habitar un mundo adulto al que no pertenecen plenamente. Ese efecto curioso se debe a que la película, en vez de reenviar al universo de la comedia romántica tradicional, prueba suerte apropiándose de la estética del cine indie norteamericano, en especial de sus comedias un poco dislocadas con jóvenes torpes y familias disfuncionales, siempre puntuadas por un tono entre ridículo y cursi y, a veces, también un poco freak (¡el sandwich!). Ese aire entre inocente y levemente trágico, que toma el humor como espacio de resistencia desde el cual apechugarse para hacer frente a una sociedad hostil, aparece en la película de Dowse conjugado con uno de los motivos más simpáticos del cine indie: el humor negro, que poco tiene que ver con la comedia romántica ortodoxa y que incluye, entre otros, chistes sobre cuadriplegia, enfermedades terminales y deformidades (así, también se nota la huella de la obra de los hermanos Farrely, otrora responsables de renovar los aires viciados de la comedia mainstream con un huracán de incorrección política).

La película se contenta (y no hay nada de malo en eso) con jugar con las convenciones más comunes y esperadas, a veces con más éxito que otras: el último tramo, donde la relación parece terminarse definitivamente, tiene menos brillo que el resto, como si a Dowse y su equipo les costara inclinarse por el drama después de toda una película de humor y desparpajo. El encanto y la gracia naturales de Zoey Kazan (que trabajó en muchísimas películas haciendo papeles secundarios) parecen difíciles de balancear, pero el guión nutre al ex mago niño Radcliffe con una buena ración de frases envenenadas y de tics con los que emparda enseguida el duelo interpretativo. La diferencia entre las armas de los dos se percibe rápido en la manera en que la película contextualiza la vida de cada uno: Kazan necesita ser mostrada en su casa junto a su novio y su vida deslucida, hay que verla allí incómoda pero queriendo ser feliz, mientras que el pasado lastimoso de Radcliffe, una criatura construida más desde el guión y los diálogos que desde las imágenes, es resumido en apenas una línea introductoria, en la primera escena, cuando Allan presenta a los dos protagonistas; ese recurso deja ver, ya desde el vamos, la velocidad casi lumínica a la que se mueve el guión. De paso, hay que aclarar que si bien el guión respeta los códigos de la comedia romántica, también se saltea e incluso se ríe de varios de ellos: por ejemplo, de la carrera del protagonista, preferentemente al aeropuerto y que puede incluir también un viaje de último minuto, que acá aparece desmontada en apenas un par de planos con un remate a lo slapstick que funciona como comentario sobre algunas de los hábitos más anquilosados del género. En cambio, en la reunión final, los personajes están juntos, uno al lado del otro, no tienen que correr ni que viajar, les alcanza con solo pararse un poco más cerca del otro para encontrarse definitivamente.

Así, con ese tándem de seres golpeados, incompletos y poco aptos para la supervivencia amorosa, ¿Solo amigos? ensaya una cruza poderosa que oxigena un poco el género al tiempo que sabe conservar sus mejores recursos.