Sin nada que perder

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Sin nada que perder llega con cuatro nominaciones al Oscar, incluyendo el de mejor película y guion. El filme dirigido por David Mackenzie es un hibrido de géneros que honra la tradición de los policiales ambientados en el oeste de Texas.

Estamos en época de los premios Oscar y la cartelera se empieza a llenar de películas nominadas a los famosos premios de Hollywood. Una de ellas es Sin nada que perder, quizás el título más desconocido hasta ahora. El filme dirigido por David Mackenzie fue ganando adeptos desde el año pasado gracias a su prematura circulación por la red y llega con cuatro nominaciones a los premios de la Academia: mejor película, actor secundario (Jeff Bridges), guion original (Taylor Sheridan) y montaje.

En Sin nada que perder hay autos y camionetas y el caballo aparece sólo como un animal doméstico. El filme está ambientado en el presente y utiliza con inteligencia el personaje de Jeff Bridges para hablar del ocaso de una generación, la misma que sometió a sus ancestros indios.

Marcus es un policía a punto de jubilarse y su manera de proceder es la de la vieja escuela. En Texas o se es ladrón o se es policía, no hay otro horizonte posible en una de las tierras más devastadas por la malas políticas económicas. Allí se acumulan la “basura blanca” y los analfabetos de campo, que trabajan toda su vida para pasarse la pobreza de generación en generación, como si se tratara de una enfermedad genética.

Esto la convierte en una lectura pesimista del pueblo de Texas, y es aquí donde se empiezan a ver sus principales problemas. Por ejemplo, la representación del habitante promedio es demasiada estereotipada, y el personaje de Bridges es el indicador que lo confirma, ya que está al borde de lo caricaturesco.
Sin nada que perder es también una película sobre los padres, sobre los hijos y sobre los hermanos. Tanner (Ben Foster) y Toby (Chris Pine) son dos hermanos muy unidos que se dedican a robar bancos. Uno de ellos es un marido divorciado que tiene dos hijos adolescentes. Los hijos son su vida y ponerle fin a la malaria económica es su objetivo principal.

Las actuaciones no son sobresalientes, pero se ajustan perfectamente a la historia. El guion tiene la virtud de cruzar el western con el subgénero de robo a bancos y la road movie policial, con toques de thriller noir, y todo en el seno de uno de los lugares que en sí es otro género: el oeste de Texas. Otro elemento que le juega en contra es la pulcritud de los planos, que la acercan más al registro nítido de las series televisivas que al de una verdadera heredera del western sucio del oeste de Texas.

Lo mejor de la película es su banda sonora, compuesta por Nick Cave y Warren Ellis, dos músicos que comprendieron desde hace rato el espíritu de la Norteamérica profunda (difícil no conmoverse con el rasguido desgarrador de sus guitarras acústicas).

La película está bien, tiene una historia que entretiene y que cuenta con un par momentos potentes. Pero no llega con la fuerza suficiente para ganar la estatuilla dorada.