Sin hijos

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Ariel Winograd toma como punto de partida, y radicaliza, un tópico que muchas veces se ha afirmado y discutido con un fervor extremo entre algunos, y que divide las aguas entre aquellos que poseen hijos y quiénes no.
Con la habilidad y el timming que lo caracteriza, toma este debate para construir una de las comedias argentinas más sólidas y entretenidas que la pantalla haya ofrecido en los últimos tiempos.
Entre los dos polos es que "Sin hijos" (Argentina, 2015) ubica a sus protagonistas, dos amigos de la juventud (Diego Peretti y Maribel Verdú) que se reencuentran luego de varios años (y que como en un raid a lo “Cuando Harry conoció a Sally” se verán varias veces antes de “concretar”) y que se dan cuenta que la pasión que nunca llegaron a concretar sigue vigente.
Gabriel (Peretti) es un padre separado que intenta continuar con un negocio familiar (tienda de instrumentos) y mantener el orden en su vida. Haciendo malabares, pecando de obsesivo, logra equilibrar su vida personal y profesional con su hija (Guadalupe Manent), pero sabe que algo le falta.
Mientras su exmujer (Marina Belatti) rehízo su vida con un profesor de taekwondo al que le dicen Bruce Lee (Pablo Rago), el aún espera que su “princesa” llegue nuevamente a su vida, y así, sin pensarlo, un día, sucede.
Vicky (Verdú) llega al negocio y luego de rememorar el pasado lo invita a una fiesta privada. Cuando él arriba detecta ciertas características de los personajes que la pueblan, un pin con una inscripción que le llama la atención y que luego en palabras de la propia Vicky le resuenan y lo incitan a impulsar la mentira que funda la historia: oculta a su hija.
Desde ahí la película nunca para de crecer. En la decisión de Gabriel de negar a su hija para poder finalmente estar con Vicky, la comedia estalla en cada escena, desde la redecoración de su departamento, las mentiras de sus familiares (cómplices) y hasta de la propia Sofía (Manent), lo involucrarán en una especie de “doble vida” en la que los niños son olvidados y negados.
Winograd compacta en poco menos de dos horas una serie de gags y de humor físico que acompañan la confusión y la mentira del protagonista disparadora de la trama, generando una narración correcta para la propuesta.
Cada uno de los personajes secundarios, además, y más allá del trío protagónico, permiten armar un universo bien particular en el que los niños, para unos, y la negación de estos, para otros, terminan generando el motor de la historia.
Es que Gabriel es una persona opuesta a Vicky, pero a pesar de eso, sabe que con ella podrá ser feliz, independientemente que en su vida personal su hija sea lo más importante de todo.
El tema se instala de manera superficial, abre el debate sobre la crianza de los hijos y el crecimiento de éstos, permitiendo por lo aceitado del guión, la honestidad de la propuesta, las actuaciones y el gran oficio del director, que se superen trivialidades y logrando que cualquier lugar común y situación previsible se siga disfrutando igual con la misma sonrisa que despierta toda la película.