Sin hijos

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

RELACIONES EN CAJAS CHINAS

Con un comienzo dudoso en términos de empatía hacia el espectador y algunos problemas en la construcción del verosímil, Sin hijos, la última de Winograd, retoma el viejo tema de la relación padre/hijos en tono de comedia romántica, aquel género predilecto de los americanos del norte.

Peretti es Gabo Cabou un cuarentón divorciado que en vías (eternas) de obtener su título de arquitecto maneja la tienda de música que su abandónico padre (Fontova) le legó involuntariamente. Gabo tiene una hija de nueve años, Sofi (Guadalupe Manet), una niña con una astucia poco frecuente en niños de su edad. La relación de ambos es de puro amor y hasta un poco obsesiva por parte del padre, dato primordial en la trama de este filme que habla no sólo de relaciones humanas sino de la capacidad que tenemos los seres humanos de enojarnos con la misma facilidad que nos reconciliamos.

Viejas heridas deberán sanar para que en la vida de Gabo aparezca nuevamente el amor de una mujer. Y es allí donde aparece Vicky (Maribel Verdu), espléndida y cosmopolita, pero con un lema impreso en la solapa de su mejor vestuario: “No kids”. Casi como una secta de principios milenarios, la española dice odiar a los niños y éstos a ella. Una especie de rechazo reciproco y sin mucho fundamento. ¿Podrá Gabo iniciar una vida junto a la mujer que lo volvió a enamorar pero que odia a los chicos? Esta es la pregunta disparadora de Sin hijos, que entre actores de primera línea y un texto que los acompaña muy bien, logra momentos de gran comicidad sin recurrir a los lugares comunes.

La estructura narrativa se presenta en forma de cajas chinas, en donde cada hilo de la historia remite a un perfecto ensamble en el que deben encajarse y re organizarse varias relaciones parentales, a raíz de la llegada del amor de Gabo. A su vez, y por presentarse de esta forma particular, la historia es la que sirve como esqueleto de todo el filme, que sin abandonar la suspicacia del texto se anima a la experimentación estética dotando a la película de un color y ambiente exacto, justo ese que bien sabe combinar la elegancia con la ternura.

De notable fotografía y con un guión que toma vuelo a partir de la mitad del metraje, el filme luego de un giro cómico inesperado, se motoriza a nivel dramático y narrativo al imprimir sobre la historia un ambiente especial para el juego de gags. Así la comedia se corporiza de forma natural y adoptando, no los viejos estereotipos típicos del género, sino aquellos que se pueden construir desde el color local, es decir, de impronta argentina.

Un aplauso para Guadalupe Manet y al responsable de que la joven actriz pueda desplegar en la pantalla grande ese ángel carismático que ojalá nunca pierda. Con un gran finale y la presencia medida de la emoción, Sin hijos apunta a la distensión, pero también a la reflexión acerca del paso del tiempo y las inesperadas vueltas del destino.

Por Paula Caffaro
@paula_caffaro