Sin escape

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Ladrón sin destino

Aunque el título en castellano lleve a pensar en un thriller del montón, y aunque ladrones de bancos ha habido muchos en la historia del cine, esta película se diferencia de otras por hacer de su protagonista un condenado a vivir el escape como destino, el robo como adicción.
Adaptación de una novela basada en un personaje real, Sin escape retrata a Johann (encarnado por el actor austríaco Andreas Lust, que años atrás integró el elenco internacional del Munich de Spielberg), un hombre todavía joven que después de dejar la cárcel logra éxito como maratonista, pero –desoyendo las advertencias que, de distinta manera, le brindan un oficial que controla su libertad condicional y una joven con la que reinicia una relación sentimental– vuelve a robar, como si se tratara de una enfermedad o una vocación maldita. Más por las características del personaje que por el estilo del director Benjamin Heisenberg (1974, Tübingen, Alemania), trae el recuerdo de Pickpocket (1959), de Bresson.
Robar no parece ser lo único que le interesa a Johann, tal vez ni siquiera lo prioritario, sino el vértigo del peligro, la necesidad de sentirse perseguido para escapar hacia ninguna parte. Hay en él, al mismo tiempo, una obsesión por el deporte y la vida sana (llegando a reaccionar agresivamente cuando alguien fuma delante suyo) que, provocativamente, no aparece como posibilidad de salvación sino como parte de una personalidad maníaca y egoísta. No se sabe mucho de su pasado, pero pueden intuirse los motivos por los cuales no logra salir de su frialdad: la casa en la que se refugia, el fugaz recuerdo de la madre de su novia, alguna foto, parecen ruinas de un estado de felicidad irrecuperable. Tampoco importan demasiado sus triunfos deportivos ni su perfil mediático, sino lo difícil que le resulta escuchar, pensar, amar.
Sin escape genera tensión sin ceder a la tentación de hacer de los enfrentamientos delincuente-policías un espectáculo efectista. La mayoría de las escenas de fuga no están filmadas con cámara en mano sino en planos generales; tampoco hay música atronadora ni estética de videogame.
Director discreto, Heisenberg logra –con la melancólica luz de Reinhold Vorschneider como auxilio– enriquecer su trabajo con algunos fulgores: un misterioso plano general de una calle de Viena al atardecer sembrada de luces revelando (travelling mediante) la visión de una maratón, o los destellos de las linternas de los policías asomando entre las sombras del bosque, generan una rara sensación de amenaza y desazón.